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Viajamos a… Burkina Faso: Bánfora, tierra de mangos, anacardos y baobabs

Viajamos a… Burkina Faso: Bánfora, tierra de mangos, anacardos y baobabs
Picos de Sindou (Imagen: Maarten van der Bent)
Picos de Sindou (Imagen: Maarten van der Bent)
Picos de Sindou (Imagen: Maarten van der Bent)
Picos de Sindou (Imagen: Maarten van der Bent)

Una moto, sencilla. Acaso una bicicleta, si se tiene más fondo físico. Estos son, seguramente, los mejores medios de transporte para recorrer el sur de Burkina Faso. Una región llana, tranquila y silenciosa. La región llamada Senoufo, llena de pequeños pueblos, enormes baobabs y muchos rincones en los que detenerse.

Así fue que alquilamos una moto para empezar nuestra ruta en Bánfora, una tranquila población rodeada de aldeas con casas de adobe y techos de paja… y de mangos, por docenas. Enormes plantaciones de estos árboles frutales que, dicen con orgullo, son los mejores de África. Nosotros no les llevamos la contraria: estaban exquisitos. Nos habían dicho que esta ciudad de apenas ochenta mil habitantes era el mejor lugar para alquilar el transporte, comprar alguna provisión y salir a explorar los alrededores. Y así fue. También, añadimos nosotros, de hacerse una camisa o pantalón a medida con alguna de las coloridas y divertidas telas típicamente africanas. Por lo pequeña y tranquila no parece una de las poblaciones más turísticas del país, pero uno se da cuenta de ello tan pronto empieza a hacer amigos: en un simple paseo de cinco minutos, mucha gente viene a hablar con nosotros ofreciéndonos alojamiento, clases de percusión, alquiler de motos o servicios de guía experimentado. Todo lo que un turista puede necesitar.

El asfalto de la calle principal de esta población desaparece de inmediato tras salir de ella. Por delante pistas de tierra rojiza, polvorienta. Sin embargo, al no haber apenas tráfico, no es algo que moleste al desplazarse sobre dos ruedas. Aquí la mayoría de la gente se mueve así. Quien tiene algo de dinero, compra una bici. Quien se lo puede permitir, una moto.

Pasamos por pequeños pueblos con hombres descansando a la sombra, por plantaciones de maíz y, también, de unos árboles con pequeños frutos retorcidos. Resultaron ser los sabrosos anacardos. Nos detuvimos en el lago Tengréla, donde contratamos una excursión en piragua para recorrer una parte. Rodeado de frondosos árboles y con abundantes juncos y vegetación, salimos tras los hipopótamos que allí residen. Cada día están en algún rincón del lago y no tuvimos suerte en nuestra búsqueda. Luego nos dijeron que se suelen ver únicamente de enero a abril. Pero eso te lo cuentan luego, claro. Aun así disfrutamos de la quietud y sosiego del lugar y, con los prismáticos, de algunas de las numerosas especies de pájaros que hay en la zona.

Continuamos nuestra ruta en la moto, recorriendo pistas sombreadas por enormes árboles que conformaban un techo bajo el cual refugiarnos del sol, que ya antes de mediodía pegaba con fuerza en nuestros cascos. Estábamos en una zona cercana al Sahel, la zona árida de transición hacia el Sáhara, y se notaba en la sequedad del aire, que agrietaba poco a poco la piel que llevábamos más expuesta.

Nos paramos en algún pueblo. Compramos sandía, más refrescante que el agua. Chapurreamos en francés con los comerciantes. Pedimos indicaciones. Ir en moto, sin guía ni mapas, obliga a preguntar mucho. A detenerse y mezclarse con la gente. A observar y prestar atención a los lugares por los que se transita, no sea que haya que desandar el camino.

Cascadas de Karfiguela (Imagen: Maarten van der Bent)
Cascadas de Karfiguéla (Imagen: Maarten van der Bent)

La noche cae rápida en África. Y pronto, así que para dormir encontramos un campement, un pequeño alojamiento gestionado por la comunidad. Son numerosos en la zona y alojarse o comer en ellos es una de las mejores maneras de contribuir a que los beneficios económicos del turismo se repartan lo mejor posible entre toda la comunidad. Suelen ser lugares sencillos que replican las condiciones de vida de los propios habitantes: se duerme en casas tradicionales de adobe, circulares, en un cuarto sin más adorno que una cama, una mosquitera y una mesilla de noche; los baños son letrinas alejadas de los cuartos; la ducha, un simple cubo de agua, muchas veces caliente. Sin electricidad, a la luz de quinqués alimentados por queroseno, cenamos arroz con carne en salsa de cacahuete, una especialidad de aquella parte del mundo. El clima es favorable para esos frutos que crecen debajo de la tierra y con los que hacen deliciosas salsas o dulces.

A la mañana siguiente, nos acercamos a la mayor atracción geológica de la zona y principal objetivo de nuestro periplo sureño: los picos de Sindou, una formación rocosa maravillosa. Decenas de picos puntiagudos, agrupados en una cadena de varios kilómetros, saliendo verticales en mitad de cultivos de arroz y maíz. Trepamos por ellos, caminamos, fotografiamos sus diferentes ángulos. Podríamos habernos perdido días por allí, pero unas horas nos bastaron para pensar que aquel lugar era uno de los más especiales del país. Subiendo y bajando por aquellas rocas, uno se plantea cómo es posible que la erosión haya generado esas formas tan caprichosas en mitad de la planicie. Eran como dedos saliendo de la tierra entre los que caminar y perderse.

Antes de regresar a Bánfora, nos acercamos a una de las cascadas que hay en la zona, en aquel lugar ávido de agua. Las cascadas de Karfiguéla, escondidas en un precioso y frondoso bosque de mangos, regalan a quien las suba unas preciosas vistas del bosque y, más allá, de la seca planicie. No contentos con descansar contemplando aquella maravillosa vista, nos dimos un chapuzón en las piscinas naturales que hay allí, gélidas, bien refrescantes, antes de emprender el camino de vuelta. Nos esperaba una de las ciudades más interesantes de la zona, la somnolienta Bobo Diulasso, la segunda ciudad en tamaño del país. Pero esa ya es otra historia.

Itziar Martínez-Pantoja es psicóloga. Pablo Strubell es economista, ha sido gerente de la Librería De Viaje y es miembro de la Sociedad Geográfica Española. Es autor del libro Te odio, Marco Polo. Ambos recorrieron África en transporte público, durante un año, desde Sudáfrica hasta Marruecos por la costa atlántica, visitando 14 países en el camino. El relato de su viaje se puede encontrar en www.africadecaboarabo.es. Recientemente han publicado el libro Cómo preparar un gran viaje.

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