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Y la covid-19 en África, ¿cómo va? (Parte III)

Y la covid-19 en África, ¿cómo va? (Parte III)
Imagen: Arek Socha en Pixabay
Director General

José Segura Clavell

Director general

La variante más peligrosa del coronavirus es la pobreza.

La variante que más debe aterrarnos del coronavirus no tiene nombre de letra griega. Es la pobreza, es decir, el agravar aún más la brecha económica entre un África sin vacunas y unos países ricos que hasta ya se plantean vacunar antes de lo previsto a los niños para celebrar por todo lo alto la ansiada inmunidad de grupo.

Si bien leemos estos últimos días preocupantes noticias de que la tercera ola del coronavirus avanza por el continente africano, y de que esto ocurre en parte por la entrada de la llamada variante Delta, la que ha causado estragos en la India, quiero advertir de que la variante más peligrosa para el continente africano no lleva el nombre de ninguna de las letras del alfabeto griego: es la pobreza. El impacto más brutal que este virus ha tenido en el continente africano es el económico, y cuanto más tiempo acumule esta crisis hay dos cosas que suceden en paralelo: una, que más se incrementa el riesgo de vivir un escenario sanitario como el de la India, y dos, que más se agranda la brecha entre los países de renta media y alta del mundo con los países en desarrollo, es decir, que aumentan la desigualdad y la pobreza.  

El balance es contundente: oficialmente, África experimenta su primera recesión en 30 años, con cinco puntos de diferencia entre lo que esperaba realmente crecer en 2020 sin pandemia (+3,8 %) y lo que acabó sufriendo (-1,9 %). Doce países africanos padecieron crecimientos negativos que doblaban la media de la recesión global. En países muy dependientes del turismo, como nuestro vecino Cabo Verde, la recesión fue de hasta un 14 % de su PIB. Las proyecciones más duras hablan de una caída de hasta un 40 % en la Inversión Extranjera Directa y, también a consecuencia de la crisis global, de una caída de las remesas de hasta un 23 %. A eso, hay que sumarle un incremento de la inflación (11,2 %), que duele a los bolsillos de todos y cada uno de los africanos, especialmente en el precio de los alimentos.

La pandemia, pues, ha agravado todos los grandes desafíos que ya traía consigo el continente: el empleo (con un impacto severísimo e incuantificable en la economía informal, el motor real del día a día de los africanos), la desigualdad (el llamado índice de Gini, el que mide en el mundo la diferencia en cada país entre la riqueza que acumulan los que más tienen y los que menos, ya situaba en 2019 a 7 africanos en el top 10 mundial, y eso se ha agravado con la Covid-19) y la seguridad alimentaria (más de 100 millones de africanos estuvieron en situación de emergencia o catástrofe alimentaria, un incremento de más del 60 % respecto al año anterior).

En definitiva, que gran parte de lo que el continente había avanzado en los últimos años, que era mucho, se ha revertido. Algunos hablan de una década. Según los cálculos de la Fundación Mo Ibrahim, entre 70 y 88 millones de africanos se incorporarán al grupo de la extrema pobreza en 2021. Con ellos, la cifra de personas por debajo del umbral de la pobreza en el continente podría alcanzar al final de este año los 514 millones de personas: nada más y nada menos que el 40 % de la población de África.

Con este dato, no es difícil comprender la enorme importancia que tiene la vacunación en el continente africano. En estos momentos, y al margen de todo el debate de la deuda externa (muy vinculable incluso a la geopolítica de las vacunas), la única receta para detener el incremento de la creciente brecha entre África y el resto del mundo es la vacuna. Porque a mayor brecha, recuerden, más pobreza y desigualdad, más inestabilidad, más conflicto, menos democracia y más vulneraciones de los derechos humanos.

El retraso en la llegada de las vacunas al continente hace que la OMS ya dé por hecho que el 90 % de los países africanos no podrá cumplir al final del presente 2021 el objetivo de tener vacunado al menos al 10 % de su población. Al ritmo que están yendo las vacunaciones en los países en desarrollo (63 000 dosis diarias), tardarían 57 años en librarse del virus, según Oxfam. Y además de la desesperadamente lenta recepción de vacunas, la capacidad de administrarla despierta dudas. Excluyendo a Marruecos (que ha sido capaz de administrar el 96 % de las que ha recibido), los países africanos solo han inoculado el 57 % de las dosis recibidas, bien de COVAX o bien por donaciones directas, principalmente de Rusia y China. No es solo un problema de infraestructura médica (que lo es) sino también un problema de confianza en las vacunas, que debe trabajarse con información y lucha contra las llamadas fake news.

Solo una masiva llegada de vacunas a África podrá meter al continente africano en la senda que países como el nuestro están disfrutando tras 16 meses tan duros. Los estudios médicos realizados sobre el impacto de la vacunación señalan que estamos en el camino adecuado: en cuanto alcancemos esta inmunidad de grupo, en cuanto se vacune a toda la población, podremos estar seguros de que la Covid-19 no nos hará regresar a un escenario como el del encierro de marzo de 2020, o a momentos tan complicados como los que nuestro país vivió durante meses, con altas cifras diarias de contagios y fallecidos. Las vacunas que nos estamos inoculando tienen la capacidad, y eso se está demostrando, de inmunizarnos ante nuevas variantes del virus, por lo que con esa información en la mano debemos ir a por todas en el esfuerzo de vacunar a todo el planeta, una empresa titánica y sin precedentes.

Este pasado lunes se confirmó el anuncio del G-7, el grupo de los países industrializados, de la próxima donación de 1000 millones de dosis de vacunas contra la COVID-19 para los países en desarrollo. La mayor parte de ellas se destinarán a COVAX y una parte importante (al menos de los 500 millones que ha anunciado Estados Unidos) irán directas a la Unión Africana. Es claramente una buena noticia, pero es una noticia que debería hacernos reflexionar: la organización internacional Oxfam calcula que la cifra necesaria para derrotar a la pandemia es de 11 000 millones de dosis.

Es imperativo que las vacunas lleguen a África, y, para cerrar esta serie de la que hemos hablado durante estas tres últimas semanas, quiero dejar el mensaje de que la inmunización del continente no puede depender de la solidaridad del presidente norteamericano Joe Biden, ni de gestos supuestamente desinteresados por parte de los fabricantes, ni de las donaciones rusas, ni de la generosidad china o de todo el G-7. Ni caridad, ni geopolítica: vacunar a África es una obligación. Los casos en estas últimas semanas están creciendo a un ritmo del 20 % en más de una veintena de países del continente (Sudáfrica, Túnez, Zambia, Uganda y Namibia los que más), y lamentablemente solo un reducido 0,79 % de la población africana tiene ya la pauta completa de la vacuna.

Tan importante es para la salud pública mundial que la pandemia no esté en Nueva York o en Madrid, o en El Hierro, como que no esté en una aldea remota del Sahel, en un barrio de una megaciudad nigeriana o en las poblaciones costeras de Cabo Verde. La liberalización de las patentes y el fortalecimiento de la industria farmacéutica africana deberían ser el camino. Los gestos solidarios son buenos, son necesarios y deben ir a más, pero siempre se quedarán en eso, en gestos de buena voluntad que eternizan la dependencia africana de un exterior tan pendiente de la lucha geopolítica. Es esa sensación de que, como siempre, a los africanos solo les dejamos las migajas.

José Segura Clavell es director general de Casa África. Este artículo fue publicado en Kiosco Insular el 18 de junio de 2021.

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