Con tesón y talento, indispensables para superar la brecha de género, consiguen alcanzar una formación reservada para hombres. Una vez finalizada la carrera, ejercen en un poblado remoto, dirigen un departamento de cirugía en un hospital de referencia o asumen cargos de gestión. Ejerzan donde ejerzan, son un modelo para las jóvenes africanas.
La mujer africana va ganando espacio en el ejercicio de la medicina. Aunque todavía queda mucho trecho por recorrer para llegar a la paridad de género, ya es frecuente que un paciente sea atendido en un dispensario o un hospital por una mujer. En África, según el documento de la Organización Mundial de la Salud (OMS) Gender equity in the health workforce, publicado en 2019, las mujeres representan el 28 % de los facultativos, un porcentaje que, por regiones, es el peor del mundo. En el Mediterráneo oriental son el 35 %, en Asia del Sureste, el 39 %; en el Pacífico occidental, el 41%, y en América, el 46 %. De acuerdo con el estudio de la OMS, Europa es la única región en la que las mujeres superan a los hombres (53 contra 47). África también registra el menor porcentaje de mujeres en la enfermería (el 65 %, frente al 35 % de hombres), muy alejado del 79 % del Asia del Sureste y Mediterráneo oriental, el 81 % del Pacífico occidental, el 84 % de Europa y el 86 % de América.
En África, las mujeres llegan tarde a la medicina moderna. Así, mientras las primeras occidentales se forman a finales del siglo XIX, las africanas lo hacen unos cincuenta años más tarde. La británica Elizabeth Garrett Anderson, la francesa Madeleine Brès y la estadounidense Elizabeth Blackwell pasan por ser las primeras en recibir un título, en el decenio de 1870, que les permite ejercer la medicina. En el caso africano, la egipcia Sedroussi Hilana, la tunecina Ben Cheikh Tawhida y la nigeriana Yewande Savage Agnes son las pioneras, en los años 30 de siglo pasado.
En la colonia británica Costa de Oro (actual Ghana), Gyankorama Ofori Susan, se forma en una universidad inglesa en Edimburgo en 1947. En Sudán, Zahir Khalida obtiene el título en la Universidad de Jartum, en 1952, mientras que la keniana Mwangi Ng’endo estudia en Estados Unidos, la primera africana en hacerlo en el Albert Einstein College de Massachussets, en 1961. Dos años antes que Ng’endo, acaba la carrera de medicina la ugandesa Josephine Nambooze, en la Universidad de Makerere, en Kampala, la primera mujer en África del Este en convertirse en médica.
En Sudáfrica, la primera mujer en completar los estudios de medicina es una afrikáner, Anna Petronella, que se licencia en la Universidad de Ámsterdam en 1915. Más de treinta años más tarde, en 1947, se gradúa en medicina la primera mujer negra, Mary Malahlela, en la Universidad de Witwatersrand, en Johannesburgo. Unos años después, Patricia Jobodwana, ingresa a los 15 años en la Universidad de Fort Hare para estudiar medicina. Jobodwana es la universitaria negra más joven.
Las mujeres citadas anteriormente, y otras muchas de su generación, superan innumerables obstáculos para formarse en medicina. En muchos casos, se rebelan contra la tradición familiar, que les reserva, por ser mujer, otros menesteres: un marido, hijos y las labores de la casa. Y también deben luchar contra el desprecio de un poder colonial que mantiene la educación de los nativos bajo mínimos. En el caso de Sudáfrica, el Gobierno de la minoría blanca, bajo el amparo legal del apartheid a partir de 1948, depara a los no blancos, sobre todo a los negros, lo peor: discriminación por el color de la piel y hacinamiento en los townships.
Por su valentía, y su oposición al colonialismo, Khalida, Jobodwana, Malahlela y Nambooze son referencias para las sociedades africanas. Nambooze sigue en activo, a sus 90 años, como profesora emérita en la Universidad de Makerere. Más joven que la respetada Nambooze, Matshidiso Moeti, de Botsuana, aunque nacida en Sudáfrica, deviene la primera mujer, en el 2015, en asumir el cargo de directora regional de la Organización Mundial de la Salud para África, cuya sede se encuentra en Brazzaville (Congo). Moeti es reelegida en el 2019 para un segundo mandato de cinco años.
Con tesón y talento, indispensables para superar la brecha de género, consiguen alcanzar una formación reservada para hombres. Una vez finalizada la carrera, ejercen en un poblado remoto, dirigen un departamento de cirugía en un hospital de referencia o asumen cargos de gestión. Ejerzan donde ejerzan, son un modelo para las jóvenes africanas.
Entre las más reconocidas, destacan Adama Saidou, la primera mujer en dirigir un departamento de cirugía en Níger, en el Hospital General de Niamey. Saidou estudia medicina en la Universidad Abdou Moumoni, en la capital de Níger, y un posgrado en la Universidad de Montpellier (Francia).
En Sudáfrica, tras la liquidación del apartheid en 1994, la mujer negra se incorpora a cargos hasta entonces vetados a los no blancos. Así, en el Colegio de Médicos de Sudáfrica (CMSA, por sus siglas en inglés) llega a la presidencia Flavia Senkubuge, la tercera mujer, pero la primera negra en asumir dicho puesto en los casi setenta años de la institución. Otro nombre a destacar es el de Ncumisa Jilata, que termina su formación en neurocirugía a los 29 años, la más joven en África en dicha especialidad. Jilata, una de las cinco neurocirujanas negras del país, trabaja en el Mediclinic Morningside, cerca de Johannesburgo. Su inspiración, según cuenta la propia Jilata, es Coceka Mfundisi, también neurocirujana, y muy activa en defensa de una medicina preventiva.
Con su incorporación a la medicina, la mujer africana palia la falta de facultativos en el continente, que cuenta, según la OMS, con un médico por cada 5000 habitantes, cuando se recomienda uno por cada mil habitantes. Una falta de médicos agravada por la fuga de cerebros, que tiene un alto coste social y económico para África. Un estudio de la Universidad de Ottawa, del 2011, divulgado por Global Voices, estimó entre 21 000 y 58 000 dólares estadounidenses el coste de la formación de un médico por una universidad africana. Los beneficiados de la migración de médicos africanos, una mano de obra cualificada, al fin y al cabo, son los países más ricos: Estados Unidos, el Reino Unido, Australia y Canadá, pero también los Emiratos Árabes y Arabia Saudí.