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Semilla Negra – Programa 2: Y la calabaza se convirtió en orquesta

Semilla Negra – Programa 2: Y la calabaza se convirtió en orquesta

En la franja de tierra que abarca el oeste de África, las músicas se han nutrido siempre de leyendas e historias populares. De aquel cronista pionero que fue Balla Fasseke, fundador de la dinastía de los Kouyaté, el papel del trovador africano puede ser asimilado a una labor de notario de costumbres, noticias y acontecimientos históricos de sus pueblos.

Un griot africano retratado a finales del siglo XIX.
Un griot africano retratado a finales del siglo XIX.

Considerados primero con honores, los griots del oeste africano jugaron un papel fundamental a la hora de levantar acta de cualquier novedad que afectara a las sociedades primigenias. Se suele decir, y no es exageración, que cuando muere un trovador en África es como si se quemara una biblioteca. No es una metáfora barata: antes de la existencia y popularización de la crónica escrita, estos músicos eran los únicos encargados de velar por el acervo de sus comunidades africanas. De recordar situaciones históricas, batallas legendarias o, simplemente, dejar un rastro perdurable en el que se pudieran dar a conocer acontecimientos clave para el futuro del pueblo. Porque los griotseran, al tiempo, cronistas e historiadores, árbitros y maestros de ceremonias, siempre vinculados al devenir social, político, religioso y cultural de los pueblos de África. Hasta bien entrado el siglo XX, el rol de trovador era hereditario en África. Para una familia era un alto honor que sus vástagos, los miembros de las nuevas generaciones, se ocuparan de dar fe de lo que había ocurrido en el pasado. De recoger el testigo oral de abuelos y padres. Porque, valga el aserto, el pueblo que no conoce su historia está condenado a olvidarla.

[quote]Volvamos al oeste de África. Si hay un instrumento que caracterice la labor de los trovadores es la kora. Singular arpa rudimentaria construida con un cuerpo de gran calabaza hueca y un mástil cilíndrico a modo de diapasón, está dotada de veinticuatro cuerdas y una sonoridad casi metálica que es difícil de describir.[/quote] Sobre su amplia gama de sonidos se ha edificado buena parte de la producción musical del oeste de África, con instrumentistas de pedigrí como los malienses Toumani Diabaté, Mamadou Diabaté, Ballaké Sissoko e Issa Bagayogo o el guineano Mory Kanté, pionero en la introducción del sonido de la kora en los mercados de la música occidental con su clásico de finales de los años 80 Yé Ké Yé Ké.

Pero la kora también ha jugado un papel enriquecedor en la que, sin duda, es el primer acervo musical del oeste de África, tierra donde nació el blues antes de viajar con los esclavos negros a los campos de algodón del sur de Estados Unidos. Músicos de seminal influencia como Boubacar Traoré, quizá el primer y más importante trovador de Malí, Ali Farka Touré o Salif Keita se rodearon de grandes tañedores de kora para terminar de componer sus canciones-crónica de las etnias subsaharianas. Y así hemos llegado hasta hoy, cuando la kora es ya un instrumento respetado fuera de África. Artistas internacionales como la cantante islandesa Björk Gudmundsdóttir, el chelista francés Vicent Segal, el compositor parisino Jacques Burtin y el bluesman neoyorkino Taj Mahal se han rodeado de esta singular orquesta de un solo instrumento para dotar de mayor espiritualidad a sus canciones. Hasta el flamenco ha caído rendido al esplendor de la kora, como bien retrató el guitarrista sevillano Raúl Rodríguez Quiñones, que dejó una frase espléndida la primera vez que escuchó en concierto la kora de Toumani Diabaté: “Parece que hay toda una orquesta escondida dentro de esa calabaza”.

Arrancamos con sonidos de kora esta selección de músicas del oeste de África en la que también destacan los ritmos bailables de Youssou N´Dour, el maestro del mbalax, junto a sus compatriotas senegaleses Orchestra Baobab y Cheikh Lô. Un sabor latino que quedó más marcado en el sonero de África, el cantante gambiano Laba Sosseh, y en los más actuales Africando. Mayor recogimiento plasman las canciones de Rokia Traoré y Oumou Sangaré, además de una emocionante pieza dedicada a los niños de la guerra por el cantautor sierraleonés Seydu. El grupo malí Tinariwen ha logrado encandilar al público occidental con su blues infeccioso y eléctrico, campo de acción del ya legendario Ali Farka Touré, cuyo discípulo Bassekou Kouyaté apunta a convertirse en la próxima gran estrella de la música africana. Desde Burkina Faso llega la popular banda Farafina, que ha grabado con The Rolling Stones y el pianista japonés Ryuichi Sakamoto. Y desde Costa de Marfil el nuevo emperador del reggae africano, Tiken Jah Fakoly, cuyas influencias quedan patentes en la eclosión de Sierra Leone´s Refugee All Stars, conjunto fundado en campos de refugiados en Guinea durante la última gran guerra civil. Los cantautores caboverdiano Tito Paris y guineano Manecas Costa ponen el acento en las influencias musicales que llegaron desde Portugal a las antiguas colonias. Y para acabar resurge uno de los pioneros de la música de Ghana, el explosivo highlife, Emmanuel Tettey Mensah, flautista que en los años 50 logró concitar el interés de Louis Armstrong para actuar con la orquesta The Tempos. Medio siglo después, Femi Kuti, hijo y heredero del gran Fela Kuti (a quien más adelante dedicaremos un programa monográfico), y Keziah Jones son las voces contemporáneas del atlético afrobeat de Nigeria.

Carlos Fuentes es el autor de Semilla Negra. Periodista y crítico musical, durante las últimas dos décadas ha publicado artículos, entrevistas y reportajes sobre las músicas africanas en periódicos nacionales y en revistas especializadas como Rockdelux o Serie B.

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