Como en otros sitios del planeta, la comunidad negra no siempre tuvo acceso a las músicas de origen occidental. Durante años, décadas enteras, los negros de África vieron recluida su imaginación y su talento a estilos musicales que los colonos blancos consideraron propios de los pueblos habitantes originales del continente. Esta discriminación no fue exclusiva de África (en Estados Unidos, sin ir más lejos, estilos como el blues eran los escasos campos de actuación en los que se permitía que los músicos negros desarrollaran sus facultades), pero ni el régimen más opresivo logró poner puertas al campo del talento sonoro. Es en Sudáfrica, antes, durante y después del nefasto apartheid, donde se localiza lo mejor de la producción africana de jazz. Desde principios de siglo hasta hoy.
Al comienzo fue el maradi, música de raíz tradicional que fue ganando cancha a medida que iban creciendo los asentamientos urbanos próximos a las zonas de explotación minera en el país. Su nombre, que al parecer fue tomado de un teclado, inauguró una conexión musical entre las tradiciones indígenas de Sudáfrica y las influencias que llegaban al país en forma de jazz americano, ragtime y blues. Caracterizado por su concepción repetitiva de pocos acordes, algo que hizo popular su aceptación por los oyentes nativos, el jazz maradi fue pronto calificado como música peligrosa, propia de clase baja y ambientes de delincuencia y consumo de droga. Nada nuevo bajo el sol: el hermano africano heredaba así todos los estigmas que ya sufrían los artistas de jazz en América. No fue hasta la aparición de un amigo blanco, eliminado ya el apartheid, que el maradi se sacudiera de encima maledicencias y prohibiciones. En 1986, Paul Simon incluyó varios pasajes de este estilo musical en su proyecto Graceland, y entonces se acabaron los problemas. Pero antes ocurrieron muchas cosas.
A principios de los años 70, en Ciudad del Cabo, un músico fundamental para repasar la historia del jazz sudafricano publicó la pieza Mannenberg. Con esta audacia, el pianista Adolph Johannes Brand, después convertido al Islam como Abdullah Ibrahim, inauguró la escena del Cape Jazz junto a instrumentistas pioneros como los saxofonistas Basil Coetzee y Robbie Jansen, el bajista Paul Michaels y el baterista Monty Weber. No obstante, hubo que llegar hasta 1993 para encontrar la primera referencia comercial a esta nueva corriente musical en un disco recopilatorio editado por la discográfica Mountain Records. Mucho antes, a mediados de siglo, el conjunto The Jazz Epistles habían registrado el que está considerado primer disco de bebop elaborado por músicos africanos. También Abdullah Ibrahim estaba ahí, ahora junto a otro pionero del jazz en el sur de África, el trompetista de largo recorrido Hugh Masekela. Especial protagonismo logró The Jazz Epistles en unas reuniones improvisadas a la manera de las jam sessions americanas en el teatro Odin de Sophiatown, en el suburbio homónimo de Johanesburgo. Más adelante rescataremos un proyecto antológico en el que el jazz tomó nombre de animal, pero esa es otra historia.
Además de Sudáfrica como epicentro de la escena jazz del continente gracias al protagonismo de artistas como Paul Manmer, Moses Khumalo, Marcus Wyatt y McCoy Mrubata, el jazz se propagó como una feliz plaga entre los músicos de África. No hubo país en el que no floreció un movimiento que tratara de arrimar este inmenso caudal de sonoridad a las tradiciones indígenas de cada zona.
[quote]En este programa de Semilla Negra dedicado al jazz africano suenan también músicas de influencia protagonizadas por conjuntos de leyenda como la malí Rail Band de Bamako, la guineana Bembeya Jazz y el etíope Mulatu Astatke.[/quote]
De nueva factura están el compositor, bajista y cantante Richard Bona; la voz trémula del congoleño Lokua Kanza; y la resurrección musical de otro creador de suma importancia para entender la influencia de jazz en el norte de África, el argelino Maurice El Médioni, considerado con toda justicia el padre del piano en el rai y del que rescatamos una estupenda descarga grabada en Nueva York junto al percusionista cubano Roberto Rodríguez. Completan esta excursión del programa musical de Casa África el proyecto panafricano del malí Toumani Diabaté y Symmetric Orchestra; su aventura latina con AfroCubism; y, para acabar, la más longeva banda africana de la historia, Orchestre Poly-Rythmo de Cotonou.
Carlos Fuentes es el autor de Semilla Negra. Periodista y crítico musical, durante las últimas dos décadas ha publicado artículos, entrevistas y reportajes sobre las músicas africanas en periódicos nacionales y en revistas especializadas como Rockdelux o Serie B.
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