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2011-2020: entre paraíso teórico y chocante realidad

2011-2020: entre paraíso teórico y chocante realidad
Imagen de Jean Ping, candidato a las elecciones de 2016 en Gabón, un año más tarde. Wikipedia.
Imagen de Jean Ping, candidato a las elecciones de 2016 en Gabón, un año más tarde. Wikipedia.

Dagauh Komenan

Historiador especializado en Relaciones Internacionales
Imagen de Jean Ping, candidato a las elecciones de 2016 en Gabón, un año más tarde. Wikipedia.
Imagen de Jean Ping, candidato a las elecciones de 2016 en Gabón, un año más tarde. Wikipedia.

Por Dagauh Komenan. Si se considera que el 11-S marcó un antes y un después en la historia del mundo, es indudable que en África existe un antes y un después de la Primavera Árabe. Este acontecimiento hizo entrar al continente en un conflicto donde jugaba un papel marginal: la guerra contra el terrorismo. Varios países africanos celebran, por tanto, sus 60 años de existencia poscolonial en un contexto de lucha intensiva contra los movimientos islamistas.

El fracaso de los hombres providenciales

Como se evocó en la segunda parte de esta serie, los “hombres providenciales” (y supuestos demócratas) africanos que llegaron al poder en …. demostraron ser iguales que los hombres fuertes de los años 60 del siglo XX. Entre 1990 y 2000, se introdujo en la constitución de la mayoría de los países africanos el principio de limitación de mandatos presidenciales a dos. Sin embargo, algunos de estos “hombres providenciales” intentaron mantenerse en el poder contra la voluntad popular,  mediante reformas constitucionales y a pesar de los muertos que podían causar. En 2012, el fracaso senegalés en imponer el respeto del presidente Abdoulaye Wade a su constitución y la validación de su candidatura a un tercer mandato sirvieron de precedente a una serie de intentos similares de sus pares en otros países. En algunos territorios, el ejemplo de la derrota de Wade permitió la puesta en marcha de unas maniobras muy sutiles para controlar indirectamente las elecciones. Estos planes siguen, en casi todos los países francófonos, un patrón único: la puesta bajo control  del partido en el gobierno del órgano de gestión de las elecciones, la imposición de un “patrocinio” (que obliga a los candidatos a recaudar las firmas de un número dado de personas dispuestas a votar para certificar su “popularidad”, violando de paso el principio de confidencialidad de los votos) y por fin, la exigencia de una suma exorbitante como fianza para ser candidato. Gracias a estas medidas, una crisis electoral a repetición tiene lugar en muchos países.

La crisis los “presidentes electos”

Estas crisis son de un género nuevo en lo que se refiere a las crisis poselectorales africanas y recibe su nombre del acto por el que un opositor se autoproclama (o es proclamado de forma anticonstitucional) vencedor de elecciones contra un presidente saliente. El opositor se declara “presidente electo” y desafía la legitimidad de quien ostenta el poder. Generalmente, el “presidente electo” no tiene ninguna autoridad real y sólo es reconocido como tal por sus partidarios. Uno de los primeros casos fue el de Costa de Marfil tras las elecciones de 2010, donde la institución suprema (el Consejo Constitucional) declaró a Laurent Gbagbo vencedor después de que la comisión electoral declarara vencedor a Alassane Dramane Ouattara. Los propios protagonistas de esta crisis presentaron soluciones diferentes: por una parte, Ouattara abogaba por una ofensiva militar de los rebeldes que le apoyaban y por otra, Gbagbo invitaba a un recuento de los votos por una comisión internacional neutra, apoyándose en el precedente haitiano del mismo año. La comunidad internacional (ONU, Unión Africana y CEDEAO incluidas) prefirió apoyar la solución de Ouattara, que causó 3.000 muertos. Desde entonces, este tipo de crisis se ha multiplicado. La última, hasta la fecha, es la de Guinea, que opone desde el mes pasado a Cellou Dalein Diallo (presidente autoproclamado) y Alpha Condé, declarado vencedor por la comisión electoral tras la elección contestada del pasado día 16. Dado que se descartó la opción de recuento de votos u otra forma de solución pacifica en el precedente marfileño, la única solución privilegiada a partir de entonces fue la fuerza militar, que aseguró la victoria al que la tenía de su parte, como ocurrió en Gabón (2016), Gambia (2017), Camerún (2019) y Guinea Bisau (2020).

Edad de oro del terrorismo islamista

La era post-Primavera Árabe marca también una época de cambios aun más profundos en la configuración del continente. Por supuesto, la lucha contra el yihadismo ocupa un lugar central en África, pero, más que nunca, su situación a nivel global se vuelve preocupante. En el continente actúan directamente dos de los grupos más letales del mundo (Al Shabaad y Boko Haram). La actividad terrorista se limitaba principalmente a las zonas del Sahel o el cuerno de África. Sin embargo, desde 2012, se extendió hasta países que habían estado a salvo como Burkina Faso o Camerún. La caída de Yamahiriya libia por culpa de la OTAN, Catar y Arabia Saudí y en nombre de la democracia, desató un nuevo mal en países que tenían ya demasiados problemas. A pesar del despliegue de tropas internacionales en todo el continente y precisamente en el Sahel, los grupos terroristas no parecen perder fuerza: todo el contrario. El terrorismo ya alcanzó a países tan lejanos del Sahel o del cuerno de África como RDC o Mozambique. Una de las novedades en la actividad terrorista post-Primavera Árabe fue que pasó de esconderse a literalmente conquistar territorios y reivindicar una soberanía sobre ellos. Se notó también que, al contrario de lo que ocurría previamente, existe una forma más estrecha de cooperación con los principales grupos de Oriente Medio, como Al Qaeda o Daesh y también un intento de crear un neoimperio islamista en África, con grupos que se autoproclaman “gobernadores de provincias”, como se observa con grupos tales como Estado Islámico en la Provincia de África Occidental (ISWAP) o Estado Islámico en la Provincia de África Central  (ISCAP).

Reafricanización del continente

Frente a la ineficacia de los modelos occidentales (socialismo y liberalismo) usados desde la independencia, se observa un replanteamiento de las cuestiones de desarrollo y un giro hacia una africanización o, por lo menos, una desoccidentalización generalizada en el continente. Organizaciones de la sociedad civil como Urgence Panafricaniste, liderada por el activista Kemi Seba, o la cadena de televisión Afrique Media traen de vuelta las ideas panafricacnas suplantadas por los nacionalismos en los 90. A nivel cultural, los movimientos afrofeministas, la música, la moda y los estándares de belleza africanos se afirman cada vez más en el escenario mundial. A nivel religioso, se da un retorno a los cultos tradicionales o una fuerte africanización de los cultos importados (cristianismo e islam). También se da preferencia al uso de soluciones típicas africanas en la resolución de conflictos. Sin embargo, este movimiento de reafricanización se ve obstaculizado por una clase política que no siempre actúa en sinergia con sus pueblos, como lo demuestran las distintas acciones de la CEDEAO en Mali el verano pasado o la puesta en marcha de una nueva moneda por la Unión Económica y Monetaria de África Occidental, el eco, y la del mercado común africano.

Dicotomía entre cifras y realidades

A nivel macroeconómico, a África nunca le ha ido mejor: tasas de crecimiento altas, tasas de paro bajas y la esperanza de vida que se alarga. Sin embargo, al mismo tiempo, se observa que decenas de miles de subsaharianos abandonan el continente, ya sea por vías legales o irregulares. Esta tendencia se da incluso en países que ejercen tradicionalmente como tierra de acogida para la migración intraafricana. Esto hace que nos planteemos si estas cifras son, a pesar de proceder de organismos cuya credibilidad normalmente no es cuestionable, de fiar. Uno de los ejemplos más asombrosos es el de Níger, el país más pobre del mundo y que, a su vez y según el Banco Mundial, tenía una tasa de paro de un 7,6% en 2017 (comparada con un 9,01% para Francia y un 17,22% para España). Esta dicotomía dificulta políticas reales para asegurar un mínimo de bienestar a los ciudadanos y luchar contra la pobreza y la desigualdad.

Un foco de interés de potencias

La implicación creciente de China en el continente la convirtió en una de sus principales socios en esta segunda década del siglo. El 1 de agosto de 2017, China inauguró oficialmente su primera base militar permanente en el extranjero, que se sitúa en Yibuti. Marruecos, en un intento de legitimar su anexión del Sáhara Occidental, intenta orientar su política exterior hacia África mientras devora las ruinas de panafricanismo iniciado por Gadafi con un éxito relativo. El país magrebí decidió volver a entrar en la Unión África como Estado-miembro tras su salida de la Organización de la Unidad Africana (antecesora de la UA) en 1984, cuando dicha organización reconoció al Polisario como representante del pueblo saharaui. También solicitó entrar en la CEDEAO. En cuanto a Rusia, tras dos décadas de ausencia, volvió en implicarse en el continente con sus misiones de entrenamiento en República Centroafricana (2017) y su acuerdo de cooperación militar con Mali (2019). Las monarquías del Golfo también refuerzan su posición multiplicando sus inversiones e inoculando su versión rigorista del islam en las escuelas coránicas africanas. Turquía e India cortejan a posibles socios económicos en el continente.

Este texto es el último de una serie de entradas de blog consagradas a los sesenta años de las independencias africanas, que se celebran en 2020. Se publicarán tres partes, cada miércoles, desde hoy. La segunda parte aparecerá el 28 de octubre y el texto final, el 3 de noviembre. La introducción de la serie se puede leer aquí; la primera parte, sobre la treintena tumultuosa entre 1957 y 1990, aquí, y la segunda parte, entre 1990 y 2011, aquí.

Dagauh Komenan es historiador y doctorando por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, especialista en el Sahel. Máster en Relaciones Hispanoafricanas con trabajo final sobre la intervención española en Mali, también en la ULPGC, se licenció en Historia, con especialidad en Relaciones Internacionales, en la Universidad Felix Houphouët-Boigny (Abiyán, Costa de Marfil). Autor del ensayo “La Françafrique vista desde el Sur” (ULPGC), participa en proyectos colectivos como “La juventud en África” (La Catarata) y “África, un continente en transformación” (Universidad de Valladolid). Colabora en Africaye. El 23 de noviembre aparecerá “Guerra y paz en África”, un volumen colectivo de expertos y académicos africanos coordinado y editado por él y publicado por La Catarata y Casa África.

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