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Reivindicar a las mujeres en la historia de África

Reivindicar a las mujeres en la historia de África

Antoni Castel

Doctor en Ciencias de la Comunicación, miembro de GESA

Las mujeres que ocupan altos cargos en la política son menos visibles que los hombres en los medios de comunicación, en Europa y también en África, e incluso en los libros de historia.

Por Antoni Castel. La presencia de la mujer en la política africana aumenta año a año, aunque queda mucho trecho para llegar a la paridad. Corroboran esta afirmación los datos recogidos por ONU Mujeres, cuya directora ejecutiva es Phumzile Mlambo Ngcuka, quien fue vicepresidenta de Sudáfrica (2005-2008). En el último mapa realizado por la Unión Internacional Parlamentaria (UIP) y ONU Mujeres, de marzo del 2021, se constata que en Ruanda más de la mitad de los ministerios (el 54 %) están ocupados por mujeres. En Guinea Bissau es la mitad. Otra buena noticia es que África no aparece en la lista de la ignominia, la de los países cuyas carteras ministeriales están exclusivamente en manos de hombres. Integran dicha lista: Arabia Saudí, Armenia, Azerbaiyán, Brunéi, Papúa Nueva Guinea, República Popular de Corea, San Vicente y las Granadinas, Tailandia, Tuvalu, Vanuatu, Vietnam y Yemen.

En Tanzania y Etiopía, los jefes de Estado son mujeres: Samia Suluhi Hassan y Sahle-Work Zewde, respectivamente. Con el nombramiento de Suluhi Hassan, tras la muerte de John Magufuli el pasado marzo, son doce las mujeres que han ocupado la presidencia de un país africano.

Un dato que nos debería sonrojar, porque desde las independencias hasta ahora han pasado por las presidencias de los países africanos centenares de hombres. No obstante, se debe recordar que no fue hasta el 2006 cuando se eligió en las urnas a una presidenta, la liberiana Ellen Johnson Sirleaf, distinguida con el premio Nobel de la Paz en el año 2011. Sin elección popular de por medio, Carmen Pereira fue presidenta interina de Guinea Bissau durante tres días en 1984; Sylvie Kinigi, de Burundi desde octubre de 1993 a febrero de 1994; Ruth Perry, de Liberia (1996-1997); Ivy Matsepe Cassabury, de Sudáfrica, durante 14 horas el 25 de septiembre de 2008; Rose Francine Rogombé, de Gabón (2009); Agnès Ohsan Bellepeau, de Mauricio (2012); Joyce Banda, de Malaui (2012-2014), y Catherine Samba-Panza, de la República Centroafricana (2014-2016). Elegida por el Parlamento, Ameenah Gurib Fakim fue presidenta de Mauricio desde 2015 a 2018.

En el cargo de primer ministro, hay tres africanas: la namibia Saara Kuugongelwa-Amadhila, desde el año 2015, la gabonesa Rose Christiane Ossouka Raponda, desde 2020, y la togolesa Victoire Tomegah-Dogbé, también desde el año pasado. Con anterioridad, han ocupado la jefatura del Gobierno otras once mujeres: la ruandesa Agathe Uwilingiyimana, asesinada el 7 de abril de 1994 al comienzo del genocidio contra los tutsis; la mozambiqueña Luísa Diogo (2004-2010); la maliense Mariam Kaïdama Sidibé Cissé (2011-2012), la malgache Cécile Manorohanta, durante 48 horas en diciembre de 2009; la centroafricana Elisabeth Domitien (1975-1979); las saotomenses Maria das Neves (2002-2004) y Maria do Carmo Silveira (2005-2006); y las senegalesas Mame Madior Boye (2001-2002) y Aminata Touré (2013-2014); la burundesa Sylvie Kinigi (1993-94) y Adiata Djaló Nandigna, de Guinea Bissau (2012).

Es conveniente citar a las estadistas anteriores porque en muchas ocasiones su nombre queda en el olvido. Con excepciones, como la de Johnson Sirleaf por el efecto mediático del premio Nobel o la de Uwilingiyimana por su atroz muerte a manos de los extremistas hutus, las mujeres que ocupan altos cargos en la política son menos visibles que los hombres en los medios de comunicación, en Europa y también en África, e incluso en los libros de historia. A través de una mirada etnocéntrica, es más fácil regodearse con Magufuli, que rechazaba la existencia de la pandemia a lo Donald Trump, que acordarse de su sucesora, Suluhi Hassan, una economista de reputada trayectoria. Consolidan más el imaginario que persiste de África unos personajes como Idi Amin, Jean Bedel Bokassa o Macias Nguema, por su violencia, que la primera ministra de un país como Namibia, bien situado en los indicadores de gobernanza y de respeto de la libertad de prensa.

En los libros de historia, la mención a las mujeres es mínima. Por este motivo, es necesario recordar una iniciativa, lanzada hace siete años por la UNESCO, Mujeres en la historia de África, que tiene como objetivo dar valor y visibilidad a la capacidad de organización y de liderazgo de unas mujeres africanas cuya biografía debería ser conocida ampliamente. Destacamos a Njinga Mbande, hermana del rey Ngola Mbande, que se opuso al colonialismo portugués en la actual Angola; Yaa Nana Asantewaa, una guerrera de la nación Ashanti contra los británicos; Sarraounia Mangou, una reina hausa que combatió a los franceses; Labotsibeni Mdluli, reina regente suazi que se opuso a los boers y británicos; Taitu Betul, esposa del emperador Menelik II que derrotó a los italianos en Adoua a finales del siglo XIX; Kimpa Vita, la líder espiritual creadora del movimiento antonianista, de gran influencia en el reino Congo; las sudafricanas Albertina Sisulu, Lillian Ngoyi y Ruth First, opositoras al régimen del apartheid practicado por la minoría blanca en Sudáfrica, y Josina Machel, guerrillera del Frelimo y esposa de Samora Machel.

A los nombres anteriores, se podrían añadir el de centenares de mujeres, algunas de forma más anónima, que se enrolaron en el movimiento mau mau para combatir el colonialismo británico, organizaron sindicatos, se opusieron al deleznable apartheid, resistieron regímenes dictatoriales y participaron en asociaciones cívicas. Todas se merecen un reconocimiento.

Antoni Castel es investigador del Grup d’Estudis de les Societats Africanes (GESA).

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