Mucha gente cree que ser lesbiana no es africano, y otros creen que ser homosexual es un pecado
Nkunzi Zandile Nkabinde (1975 – 2018) fue una activista LGBTI sudafricana, sanadora tradicional (sangoma), y autora de la autobiografía Black Bull, Ancestors and Me: My Life as a Lesbian Sangoma (2008).[1] Anteriormente, había colaborado en los trabajos previos al rodaje de la película documental Everything Must Come to Light (2002),[2] dirigida por Mpumi Njinge y Paulo Alberton, y coproducida por “The Gay and Lesbian Archives of South Africa” y el “Out in Africa Gay and Lesbian Film Festival”, y participó con un capítulo sobre relaciones lésbicas entre sangomas en Sudáfrica incluido en el libro Tommy Boys, Lesbian Men and Ancestral Wives, editado por Ruth Morgan y S. Wieringa (2005).[3] Frente a la idea defendida por numerosas iglesias, gobiernos e individuos particulares de que la homosexualidad es una importación europea ajena a las culturas africanas tradicionales, Zandile defendió con su trabajo y con su vida que las sociedades del continente, y en particular las sudafricanas, no han sido en absoluto ajenas a prácticas sexuales, identidades o estilos de vida alternativos a la cisheteronormatividad, aunque los efectos combinados de la cristianización y la colonización europea los condenaran a la invisibilidad o a la censura social, en especial en los entornos rurales: “Mucha gente cree que ser lesbiana no es africano, y otros creen que ser homosexual es un pecado” (79), afirma en su autobiografía. En buena medida, el trabajo de Zandile supone así un esfuerzo por descolonizar el imaginario homonormativo eurocéntrico y por arraigar y legitimar la experiencia de la diversidad sexual o de género en las ontoepistemologías indígenas, aunque su temprano contacto con la subcultura gay y lesbiana urbana de Soweto le permite también operar dentro de los códigos del activismo transnacional. De este modo, cuando Zandile narra el momento de revelarle a su madre su preferencia por las mujeres como parejas, y a pesar de que recibe todo su apoyo, es consciente de que palabras zulúes como “istabanes” o “inkohnkoni”, que su progenitora utiliza, están cargadas de connotaciones deprecatorias, en tanto que el término “lesbiana”, que ella esgrime para definirse a sí misma, resuena positivamente con los movimientos de liberación y lucha por los derechos civiles, de los que ella participa activamente, tanto en Sudáfrica como en Occidente. En el segundo capítulo de su autobiografía, Zandile se describe como “una criatura de dos mundos”, y afirma: “Porque tengo dentro de mí estos dos aspectos, puedo ver [la vida] de forma tradicional y de forma moderna” (16).
Esta dualidad está ya inscrita en el propio subtítulo de la autobiografía mediante la autodefinición de Zandile como una “sangoma lesbiana”, dos términos que provienen de universos discursivos inconmensurables entre sí, aunque en la obra y en la identidad de Zandile las ideas de tradición y modernidad no funcionan como universos opuestos, sino como complementarios y conciliables entre sí. En el contexto “tradicional”, el hecho de convertirse en sangoma no solo requiere una larga formación bajo la supervisión de un instructor o instructora en los secretos de las plantas, la adivinación y la curación, un proceso que Zandile narra en detalle, sino que exige previamente la posesión involuntaria de la persona por uno o varios espíritus ancestrales que serán los guías en su desempeño profesional: “Aprendí a trabajar con mis ancestros para encontrar las hierbas que necesitaba […]. Entendí las hierbas enseguida, tenía un conocimiento heredado de mis ancestros que trabajaba en mí” (56). En su caso, desde el momento mismo de su nacimiento recibe los espíritus de su hermano gemelo, nacido muerto, y de su abuela paterna y un tío materno que fallecen ese mismo día. Ella atribuye su propia supervivencia al hecho de que los ancestros le tenían destinada una tarea especial. En todo caso, su espíritu dominante, y del que hereda el nombre de Nkunzi (“Toro Negro”), es su tío abuelo, también sanador y profeta, y reconocido mujeriego. Zandile atribuye a una temprana posesión por el espíritu de su antepasado su parte “masculina”, que se hace evidente desde sus primeros años y que se entrelazará indisolublemente en su edad adulta con su identidad sexual como lesbiana masculina (butch), y muy activa sexualmente a lo largo de su vida. La propia Zandile asume en algunos puntos de su narrativa, más que una identidad lésbica codificada como políticamente correcta en los discursos occidentales, los modos y maneras de un hombre zulú tradicional, cuya visión de la feminidad está subordinada a la primacía de la masculinidad. Ella misma señala que su lado femenino solo aparece cuando está llevando a cabo procesos de sanación, mientras que en el resto de los aspectos de su vida, incluidas sus relaciones de pareja, desempeña un rol masculino: “Mi pareja me llama su ‘marido moderno’” (154).
Pero la autobiografía de Zandile, como suele ocurrir con este género en África, no se limita a narrar la vida de un individuo particular, sino que asume dimensiones comunitarias, y como revela en el capítulo siete de su obra, “En busca de una comunidad”, Zandile encuentra la suya tanto entre los movimientos de activistas como, y prioritariamente, entre sangomas lesbianas y gays. Partiendo de su propia experiencia, y como se ha dicho más arriba, Zandile profundizó particularmente en las conexiones entre la posesión espiritual y la identidad sexual o de género, documentando sus perspectivas con entrevistas a un número significativo de sangomas involucradas en relaciones lesbianas y fundando un grupo de apoyo mixto para sangomas no heterosexuales. Según la crítica Chantal Zabus, no existe ningún tipo de información escrita sobre sangomas lesbianas, ni siquiera sobre sangomas, antes de que la constitución sudafricana de 1986 reconociera tanto la legitimidad de las prácticas sanitarias tradicionales como los derechos de la comunidad LGBTI.[4] Pero, afirma Zandile refiriéndose a la homosexualidad, “esto ha ocurrido desde siempre, es algo con lo que naces”. No obstante, y como ella misma revela en su autobiografía, la primera vez que escuchó la palabra “lesbiana” se vio obligada a buscarla en el diccionario, puesto que tal terminología sí es, indudablemente, de origen europeo, al igual que las implicaciones de elección personal que conlleva, en tanto que la autora afirma “mi sexualidad viene desde mi infancia” (38).
Como Zandile ampliamente documenta, en un contexto tradicional zulú, una sangoma cuyo espíritu dominante sea un ancestro masculino puede legítimamente convivir con una “esposa ancestral”, una mujer elegida por el antepasado como colaboradora tanto en las tareas domésticas como en las rituales, y muchas de las sangomas entrevistadas por Zandile utilizan esta institución socialmente aceptable como tapadera para relaciones amorosas y sexuales que permanecen a menudo ocultas para su entorno más inmediato. En otros casos, y particularmente entre mujeresmás jóvenes y urbanitas, su identificación como lesbianas no resulta tan problemática, aunque admiten que es su condición de sangomas la que las protege de “violaciones correctivas” o crímenes de odio que siguen siendo comunes incluso en la Sudáfrica constitucionalmente arcoíris. La “doble identidad” de Zandile como perteneciente a la respetada comunidad de los y las sangomas, en la que no siempre la homosexualidad es aceptada de buen grado, y su abierta identificación como lesbiana, le permitirá acceder a las narrativas de vida y a la intimidad de personas que no se hubieran revelado con sinceridad ante otro interlocutor. Mediante la utilización de pseudónimos que salvaguardan la integridad de sus entrevistadas, Zandile es capaz de explorar y dar cuenta de una diversidad de prácticas e identidades sexuales o de género que sin duda desbordan y complican los discursos homonormativos occidentales. Bongwive, por ejemplo, lleva barba y bigote, pero se viste con ropas femeninas; Sindi se siente un hombre cuando está bajo posesión espiritual y tiene dos mujeres, su pareja y su esposa ancestral; Hlewinge afirma no verse como lesbiana, sino “como una mujer que está enamorada de otra mujer” (108), aunque su relación permanece secreta para su comunidad e incluso para su familia. Se siente una mujer al cien por cien, pero cuando su espíritu ancestral la posee, su voz y su apariencia física cambian. La identidad y las prácticas sexuales de estas mujeres, por tanto, resultan en buena medida ajenas a las elaboraciones teóricas y políticas propias de contextos occidentales y dan cuenta de realidades que discurren en paralelo con los discursos de la “modernidad”. De acuerdo con Aziura et alii, “la expansión colonial europea utilizó el género y la sexualidad como tecnologías para categorizar los cuerpos colonizados en diferentes tipos, en tanto que la diversidad sexual y de género en contextos no europeos se usó como excusa para eliminar, ‘reeducar’ y cometer auténticos genocidios entre los colonizados. Las huellas de esas historias de eliminación y desposesión siguen presentes, así como su imbricación en las políticas sexuales y de género globales” (308).[5] En este sentido, la labor arqueológica de Zandile posee un valor incalculable, como testimonio de formas de ser y existir que se resisten a su absorción por paradigmas eurocéntricos, y que sin duda enriquecen nuestra compresión de la inagotable multiplicidad del universo de la sexualidad y el género.
La vida de Zandile, como la de muchas de sus entrevistadas, no estuvo exenta de violencia y momentos traumáticos: la vecina que llevaba a su madre al hospital en el momento de dar a luz, todavía bajo el régimen del apartheid, fue brutalmente golpeada por un policía y perdió en consecuencia el hijo que a su vez esperaba; a muy temprana edad, ella sufrió abusos sexuales por parte de su tío y de un vecino; antes de comenzar su adiestramiento como sangoma fue internada en un hospital psiquiátrico, vio morir a amigas y compañeros a causa del SIDA o de crímenes de odio. No obstante, su autobiografía, en la que están incrustadas muchas otras biografías, es una historia de resiliencia y poder personal y espiritual, en la que la continuidad de la tradición precolonial, la cimentación en una comunidad polifacética y su propio desarrollo individual, profesional e identitario pueden ofrecer un poderoso punto de referencia no solo en el contexto surafricano, sino en el global. La mentora de Zandile, Ruth Morgan, desvela en su obituario que la autora (a quien se refiere usando el pronombre masculino) estaba inmersa en el proceso de reelaborar su identidad como hombre trans*, y escribiendo un libro sobre esta nueva experiencia.[6] Su temprana e inesperada muerte deja abierta una gran interrogación sobre quién Zandile hubiera querido o podido llegar a ser. Pero fue, sin duda, una persona extraordinaria cuya trayectoria vital inspirará a generaciones venideras.
[1] Nkabinde, Nkunzi Zandile. Black Bull, Ancestors and Me – My Life as a Lesbian Sangoma. Jacana Media. Edición de Kindle.
[2] https://icarusfilms.com/if-must [página visitada 8/11/21).
[3] Morgan, R. and Wieringa, S. Tommy Boys, Lesbian Men and Ancestral Wives: Female Same-Sex Practices in Africa. Johannesburg: Jacana Media, 2005.
[4] Chantal Zabus (2013) Out in Africa. Same-Sex Desire in Sub-Saharan Literatures and Cultures. London: James Currey.
[5] Aizura, Aren Z. et alii. “Introduction”. TSQ: Transgender Studies Quarterly. Volume 1, Number 3 , August 2014
[6] https://mg.co.za/article/2018-06-06-legacy-of-a-lesbian-sangoma/ [página visitada 8/9/21]
Artículo redactado por Marta Sofía López Rodríguez.