Por Mbuyi Kabunda. Los últimos acontecimientos sucedidos en Estados Unidos con la muerte de George Floyd, en Minneapolis el 25 de mayo de 2020, y de Rayshard Brooks, el 12 de junio en Atlanta, dos afroamericanos, a manos de la policía, han vuelto a poner sobre el tapete el problema del racismo, con las consiguientes protestas ciudadanas en las grandes ciudades del mundo, con el lema: “Black Lives Matter”. En el mismo sentido, se puede mencionar las declaraciones del presidente Donald Trump que, en enero de 2018, calificó a África de “país de mierda”, o las recién agresiones racistas contra los inmigrantes africanos en China. En el mismo orden de ideas, cabe recordar, mucho antes, el asesinato de la dominicana Lucrecia Pérez Martos, en Aravaca el 13 de noviembre de 1992, o las repetidas agresiones verbales racistas en los estadios de fútbol contra los futbolistas negros, en España, Italia e Inglaterra. Es decir, una larga lista de prácticas y declaraciones racistas.
En definitiva, el racismo es una actitud de desprecio, rechazo o agresividad adoptada por una persona o grupo de personas hacia los demás a causa de las supuestas diferencias físicas y/o culturales, que existen entre ellos; es decir, el rechazo del “otro” o del diferente. Se manifestó desde los primeros contactos entre los europeos y los pueblos de América, Asia y África.
Esta ideología se fundamenta en el mito bíblico de la “maldición de Cam”, el pequeño de los tres hijos de Noé, que el castigo de Dios condenó a la esclavitud (y a su descendencia, integrada según este mito por los negros) por faltarle el respeto a su padre. Es una verdadera superestructura, elaborada en la Edad Media, para justificar la esclavitud, junto a la controversia de Valladolid (1550-1551), en la que se negó la humanidad a los indígenas, defendidos por Bartolomé de las Casas.
Sin embargo, es a partir del siglo XIX que esta ideología fue elaborada a partir del determinismo o dogmatismo biologista y de las supuestas diferencias irreductibles entre las culturas. Escritores europeos tales como el conde de Gobineau (en su famosa obra De l´inégalité des races humaines, publicada en 1884), Burton, Winwood Reade, destacaron por las tesis racistas y abogaron por la inferioridad racial de los negros, a causa del color de su piel, y por la “misión civilizadora” del hombre blanco, que pertenecía, según ellos, a la raza superior.
El racismo, pues, tiene distintas formas (tipologías), de las cuales cabe destacar las siguientes: el racismo primario u ordinario, que se vive día a día en los lugares públicos o las agresiones verbales racistas contra los futbolistas negros en los estadios de fútbol en España, Italia e Inglaterra. El racismo institucional o sistémico, invisible, silencioso y encubierto, inscrito en la esencia misma del Estado-nación westfaliano-weberiano que, en el ejercicio de la violencia legítima, agrede y discrimina, a través de sus instituciones, al “otro” (el extranjero, el inmigrante…). El endoracismo, o el autorechazo colectivo, que se produce dentro de la propia “raza” (el odio hacia sí mismo), por la falta de la autoestima y por la interiorización por sus integrantes, o algunos de ellos, del “ideario racista basado en la pretendida supremacía racial blanca”; es decir por la violencia estructural y simbólica que existe en la sociedad a favor de los no-negros, como en Brasil. Se trata de la ideología del “emblanquecimiento”, vigente en muchos países latinoamericanos. El racismo científico, que utiliza los argumentos supuestamente “científicos” para justificar la exclusión del “otro” (“raza inferior”) y su agresión o eliminación, tal y como sucedió con la Alemania nazi o el sistema del apartheid en Sudáfrica, una ideología basada en la idealización del blanco y la denigración del negro.
La desigualdad o la diferencia racial inspiraron la esclavitud, la colonización y el imperialismo, desde los primeros contactos entre Europa y África, que dieron lugar al antiafricanismo, con la consiguiente deshumanización y cosificación de los africanos.
No se permite, en muchos casos, a los africanos formular o expresar críticas como africanos, pues las reflexiones y las propuestas han de formularse según los esquemas occidentales, jamás al mismo tiempo las críticas y las reflexiones y/o propuestas africanas, o el afrocentrismo. Se espera de los africanos sólo el discurso de dolorismo y victimismo. Se aprecia su racionalidad por su capacidad de reproducir el discurso occidental.
Es preciso cambiar o atacar estructuralmente el racismo, empezando por la limpieza del lenguaje corriente en el que se suele identificar o asociar el color negro con lo negativo o lo peyorativo. Existe una diabolización y menosprecio de la “raza negra” en el habla cotidiana o del día a día.
El futuro estriba en el mestizaje cultural, e incluso biológico, o lo que L.S. Senghor llamó la civilización del dar y del recibir o la “civilización de lo universal” de la que hablaba Aimé Césaire. Según este autor, uno de los padres destacados de la Negritud, “admito que está bien poner en contacto civilizaciones diferentes entre sí; que unir mundos diferentes, es excelente”, contra los racistas que suelen frivolizar, puntualizando que “yo dejaré de ser racista si ellos dejan de ser negros”.
El racismo es una enfermedad social y el antídoto estriba en la interculturalidad. Se impone, pues, según una opinión autorizada como la del profesor Tomás Calvo Buezas, un mundo nuevo, posible a través de la educación en valores, mediante la pedagogía intercultural para conseguir la ciudadanía universal basada en el enriquecimiento mutuo. “Todos contra el racismo”, pues existe una sola raza, la raza humana. El siglo XXI será mestizo, o nunca será.
Significativos son estos pasos que acaban de darse a nivel internacional. Por una parte, el reconocimiento por el parlamento europeo, el 19 de junio de 2020, de la esclavitud como un crimen contra la humanidad. Y por otra, la manifestación del rey belga Philippe que, aprovechando el 60º aniversario de la independencia de la RD. Congo, el 30 de junio de 2020, envió un mensaje al presidente congoleño, Félix Tshisekedi, en el que pide perdón por los crímenes y violencias cometidos en este país por la colonización belga y su agresiva política poscolonial, así como su firme compromiso de luchar contra el racismo bajo todas sus formas, latentes o declaradas.
Mbuyi Kabunda Badi es profesor e investigador especializado en los problemas de integración regional, desarrollo, género, derechos humanos y conflictos en África. Actualmente, es presidente de la Asociación Española de Africanistas.