Sabido es que la República Popular China, proclamada en 1949 tras la victoria de los comunistas de Mao Zedong en la guerra civil, no fue reconocida por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Sus rivales del Kuomintang, establecidos en la isla de Taiwán, conservaron la representación del país y, sobre todo, el escaño permanente en el Consejo de Seguridad. La Unión Soviética (URSS) lideró sin éxito la campaña por su admisión, no lograda hasta 1971 gracias al voto de los países africanos recién emancipados. Como también se recordará, la «desestalinización», tras la muerte de Iósif Stalin en 1952, desencadenó una aguda crisis ideológica entre ambos Estados comunistas ante su divergente interpretación del marxismo-leninismo, acontecimiento importante durante la «Guerra Fría»: Pekín consideraba «vil revisionismo» la «coexistencia pacífica» propugnada por Moscú, y proponía su propio «modelo revolucionario» -mayor beligerancia hacia los países capitalistas- como doctrina para el conjunto del movimiento comunista internacional, en especial para los países del entonces llamado «Tercer Mundo». Agudizada en la siguiente década, la ruptura chino-soviética desencadenó feroz competencia por ganar influencia en los nuevos Estados africanos que, desconfiando del modelo colonial-capitalista, aspiraban a un rápido desarrollo autónomo. Aunque colaboraban en otros escenarios -en Asia, por ejemplo, en los conflictos de Corea y Vietnam- la URSS y China se presentaban en África como rivales enconados, y como excluyentes sus respectivos planteamientos «ortodoxos»: priorizar la industrialización o potenciar la agricultura. Diversos factores favorecieron la penetración china: su acelerado ritmo de crecimiento, con la agricultura como motor del desarrollo, fue atractivo en un continente apenas industrializado, carente de técnicos y obreros especializados y con la agricultura como principal sector productivo. Desde el principio, China ofreció a determinados dirigentes donaciones en principio desinteresadas de alimentos, en los precarios sistemas sanitarios y en la dotación o remozamiento de infraestructuras básicas.
Criterio que, en lo básico, permanece invariable desde 1949, marco de su «diplomacia estratégica». Hasta 1963, el principal objetivo de la política exterior china fue «Seguridad y Socialismo»: expansión política e ideológica de la revolución socialista, apoyando tanto a países socialistas consolidados como a movimientos de liberación de ideología marxista. En la Conferencia Afro-Asiática de Bandung (Indonesia, abril, 1955) el primer ministro, Zhou Enlai, expuso los «Cinco principios de la coexistencia pacífica», reafirmados en su gira africana en 1964-1965: mutuo respeto de la soberanía y de la integridad territorial; no agresión ni injerencia en los asuntos internos; rechazo del hegemonismo de las grandes potencias; reciprocidad y mutuo beneficio; convivencia pacífica entre países con diferentes sistemas sociales. Tesis ampliada en su discurso en Accra (Ghana) al introducir los «Ocho principios para la ayuda Económica y Técnica», desde entonces marco de referencia de su cooperación. Entre ellas, destaca la igualdad de trato entre sus técnicos desplazados y los expertos locales, sin privilegios especiales. Anotar que su circunstancia histórica, así como sus carencias e intereses, obligaron a China a un acercamiento a África: su aislamiento, ante la creciente tensión ideológica con la URSS y el enfrentamiento con el «imperialismo occidental» ya mencionados; y, también, el apremio por aislar política y económicamente a Taiwán, así como la acuciante necesidad de presentarse como actor no secundario en el escenario de la Guerra Fría.
En efecto, Moscú suspendió toda ayuda a China en 1960. La crisis de Suez de 1956 le había dado a Pekín la ocasión de firmar un tratado de amistad y cooperación con Egipto, el primero con una nación africana, previo reconocimiento por el presidente, Gamal Abdel Nasser, de la legitimidad de Pekín como único representante del pueblo chino. Acuerdo que incrementó la tirantez tanto con Moscú como con Washington, Londres y París; pero al tiempo inició su consolidación internacional utilizando la ayuda al desarrollo como eficaz herramienta diplomática. Estrategia que dará sus frutos a lo largo de la década siguiente, con éxitos muy notables en países tan dispares como Tanzania bajo el mandato de Julius Nyerere; Sudán, gobernado por Ibrahim Abbud y después por Yaafar al-Numeiry; la Somalia de Abdirashid Ali Shermarke; la Guinea de Ahmed Sékou Touré; Ghana bajo Kwame Nkrumah; Mali, con Modibo Keïta; la Etiopía del emperador Haile Selassie o la Guinea Ecuatorial de Francisco Macías Nguema. Tan enconado antagonismo llevaría a desconcertantes paradojas; la más notoria: el tirano y corrupto Mobutu Sese Seko, de R. D. de Congo (Zaire bajo su mandato) fue uno de sus socios privilegiados debido a su firme beligerancia contra el gobierno de la fronteriza Angola, encabezado por Agostinho Neto, respaldado por la URSS y Cuba; alianza contra natura que colocaba a China en el mismo bando que Estados Unidos, Sudáfrica y las potencias «imperialistas» occidentales. Pese a las convulsiones internas de la caótica «Revolución Cultural» (1966-1976), China mantuvo sus compromisos de ayuda al desarrollo; por ejemplo, la construcción de 1.860 km de vías férreas desde Dar-es-Salaam (Tanzania) a Kapiri Mposhi (Zambia), el célebre Tan-Zam, obra emblemática en la época al lograr contrarrestar el bloqueo sudafricano a las economías y desplazamientos en los países del África austral. También en ese período, países como Guinea Ecuatorial se beneficiaron de planes en infraestructuras varias: dotación de un buque que enlazara las islas y la parte continental, telecomunicaciones, diversas obras públicas y, sobre todo, suministro de productos de consuno de primera necesidad. Se notarían después los efectos de la década convulsa: si, según diversas fuentes, China otorgó a 36 países africanos ayudas por valor de 2.476 millones de dólares entre 1956 y 1977 -el 58% de su cooperación internacional- en 1975 Pekín reconocía su «limitada capacidad económica» para la ayuda al desarrollo; se comprometió el Gobierno a terminar los proyectos ya comprometidos, pero no asumiría otros nuevos, y se proponía reestructurar la cooperación internacional.
La apertura al mundo a partir del viaje del presidente norteamericano Richard Nixon a Pekín en 1972 y las reformas económicas iniciadas por Deng Xiaoping impulsaron la interacción entre África y China en cantidad y calidad. El objetivo concreto, en esta etapa, era impulsar la Cooperación Sur-Sur que, en resumen, pretende debilitar la hegemonía político-económica occidental mediante la aplicación de un modelo alternativo al «imperialismo capitalista». Pekín considera el mutuo acercamiento un «empujón político y psicológico» que impulsa la emancipación de África y su desarrollo, dada la sintonía existente en principios políticos e ideológicos: desafiar la dominación intelectual Occidental y defender los intereses de los países en vías de desarrollo mediante la solidaridad activa. Finalidad que recoge la «Carta Blanca de la Cooperación para el Desarrollo», vigente desde 2011. En dicho documento se detallan las líneas maestras de la cooperación internacional, entre las cuales destacan el «fomento del autodesarrollo» en los países receptores «desde sus propias capacidades»; la «no imposición de condiciones políticas»; y el «principio de igualdad, beneficio mutuo y desarrollo común». China distingue asimismo tres tipos de cooperación: préstamos sin intereses para construcción de grandes infraestructuras; préstamos preferenciales, a bajo interés, para la ejecución de proyectos productivos que generen beneficios económicos y sociales; y las subvenciones, destinadas a la construcción de infraestructuras sociales (potabilización de aguas, saneamiento ambiental, escuelas, hospitales o viviendas de bajo costo), que pueden otorgarse también para formación de recursos humanos, asistencia humanitaria y cooperación técnica. Un aspecto particularmente atractivo para los africanos es que China no paga en metálico los recursos naturales que detrae, sino a través de paquetes financieros, infraestructuras y proyectos de ejecutados. Tampoco exige el monopolio en la extracción, como es tradicional en las relaciones comerciales con Occidente; mientras cumpla con ellos, el Estado africano es libre de diversificar sus relaciones económicas con terceros países, evitando así enfrentamientos y conflictos artificiales con otros inversores y donantes.
En 1978 se inauguró una nueva etapa, denominada «Cooperación para el beneficio mutuo», que se mantuvo hasta 1994. Con la llegada al poder de Deng Xiaoping, la ayuda al desarrollo se guio con criterios menos ideológicos y primaron los intereses económicos; en consecuencia, mermaron de forma apreciable los proyectos financiados por China. Como consecuencia de las convulsiones políticas internas y la reorientación de la política económica hacia un modelo mercantilista, fue notable un cierto estancamiento en la ayuda exterior china entre 1976 y 1982. Lo resumía en 1982 el ministro adjunto para asuntos africanos, Gong Dafei: «la asistencia económica continuará, pero el número de grandes proyectos será disminuido. Asimismo, debido a las dificultades nacionales somos menos capaces de ofrecer préstamos económicos». El primer ministro, Zhao Ziyang, realizó una gira por varios países africanos en diciembre de 1982 para impulsar la cooperación Sur-Sur, ratificar el antiimperialismo como motriz de su política exterior y consolidar su pertenencia al Tercer Mundo. En Tanzania anunció los «Cuatro principios de la cooperación técnica y económica con África», compendio de los «Ocho principios» formulados años antes por Zhou Enlai: igualdad y beneficio mutuo, hincapié en los resultados prácticos, diversidad y desarrollo común. Como anotamos, la década de 1980 se caracterizó por el bajo perfil de la cooperación chino-africana; pero la necesidad de contrarrestar las sanciones internacionales impuestas tras la dura represión de las manifestaciones en la plaza de Tiananmén, en 1989, impulsarán de nuevo las relaciones con el Tercer Mundo. Y con el cambio de modelo económico, Pekín verá en África un mercado floreciente para su producción industrial y una zona de interés estratégico para el abastecimiento de materias primas. A mediados de 1995 se celebró en Pekín una cumbre para reformar los programas de ayuda exterior, en el contexto de la racionalización económica. El presidente Jiang Zemin viajó a África en mayo de 1996, donde presentó los «Cinco puntos» que regularían las relaciones de China con África: leal amistad, igualdad soberana, no intervención, desarrollo de beneficio mutuo y cooperación mutua. Con ellos China pareció aparcar definitivamente los aspectos ideológicos en sus relaciones con el continente, para acentuar la diversificación de los intercambios y el beneficio mutuo, sobre todo tras su ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001. La exigencia del reconocimiento de «una sola China» indujo a varios países a alterar sus alianzas y romper con Taiwán. Puede asegurarse, pues, que China debe su gran expansión económica, en buena parte, a su interacción con África, donde, además del comercio y la extracción de materias primas, invierte en empresas de diversos sectores. La decisión adoptada en 2006, según el «Documento Blanco de la nueva política africana de China», recoge actuaciones diversas: condonación parcial de la deuda, intervención en operaciones de paz, asistencia humanitaria, intercambios científicos y tecnológicos, cooperación en educación, sanidad, cultura, deporte, diplomacia… No siempre en beneficio mutuo: diversos analistas notan en su diversificación y expansión una instrumentalización de la ayuda exterior. Según este criterio, China convierte la cooperación al desarrollo en herramienta utilitarista para la consolidación de sus propios objetivos económicos y políticos. En la reunión anual del consejo del Banco Africano de Desarrollo (BAD) de 2007 -celebrada, curiosamente, en Shangai- africanos y chinos se acordaron, entre otras cuestiones, impulsar el flujo de capitales, potenciar el sector privado y reforzar la cooperación intrarregional.