Esta ha sido la semana de los Premios Nobel. El jueves tuvimos la alegría de que el Premio Nobel de Literatura viajase hacia África. Hacia Tanzania, concretamente, un gesto de la Academia Sueca que dará visibilidad a la literatura de Abdulrazak Gurnah, un autor del que solo hay tres libros traducidos al español y, lamentablemente, descatalogados.
Los Nobel de Literatura y de Física concedidos esta semana tienen un punto en común: hay que mirar más a África.
Sin duda eso se arreglará pronto, y podremos disfrutar de obras interesantísimas de este autor que no aparecía en las quinielas, pero los que entienden nos han dicho que es un premio merecidísimo, un autor solvente, que escribe maravillosamente bien historias llenas de migraciones que tratan de exponer la huella del colonialismo en una región, la del este de África, que lo sufrió con crudeza.
Este anuncio ha coincidido también con la celebración este fin de semana en el Parque Santa Catalina de Las Palmas de Gran Canaria con la Feria del Libro que organiza el Ayuntamiento la ciudad y que Casa África ha querido llenar de Letras Africanas. Una de las presentaciones que hemos realizado allí, un libro de la Colección de Ensayo de Casa África, nos lleva de nuevo a Estocolmo, ya que el pasado miércoles conocimos los agraciados con el Premio Nobel de Física: se trata de los científicos Syukuro Manabe, Klaus Hasselmann y Giorgio Parisi. El premio, según trasladó la Academia sueca, se justifica en sus “contribuciones innovadoras a nuestra comprensión de los sistemas físicos complejos”.
No es mi intención desarrollar en este artículo qué son y para qué se utilizan estos sistemas físicos complejos, pero sí contarles que sus investigaciones han permitido en los últimos años avances espectaculares en el estudio del cambio climático. Dos de ellos, el japonés Manabe y el alemán Hasselman han sido reconocidos por “su aporte fundamental en la creación de modelos climáticos”. Manabe logró relacionar directamente el aumento de los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera con el incremento de temperaturas en la superficie de la tierra, mientras que Hasselman fue pionero en los modelos que vinculan meteorología y clima.
En dos días, pues, el Nobel apuntaba a dos de las materias que, tan alejadas entre sí, constituyen prioridades para Casa África. Por un lado, la difusión de la literatura africana: leer es la mejor manera de conocer, comprender y empatizar con el continente africano. Por el otro, la del cambio climático, en el que también estamos trabajando con intensidad para que nuestro país colabore con el continente africano y nuestra ciudadanía conozca que esto no son conjeturas: el cambio climático está afectando gravemente a África. Está matando a personas de hambre, por ejemplo.
De esto precisamente hablamos en la tarde de este viernes en el Parque Santa Catalina, donde presentamos el libro ‘El cambio climático en África’, que es el texto que ganó la 12º convocatoria de los Premios de Ensayo de Casa África que precisamente dedicamos al cambio climático. Su autora, Aurora Moreno Alcojor, desarrolla en un texto muy didáctico el impacto que este fenómeno está teniendo en el continente, y en su conferencia se cercioró de dejarnos claro que los propios africanos trabajan para luchar contra este problema global y romper con el estereotipo, demasiadas veces asumido en Occidente, de que África es dependiente, pasiva, desvalida y que necesita que la salvemos.
Si repasan los periódicos de los últimos meses verán que he firmado artículos sobre el ciclón Idai y los fenómenos meteorológicos adversos, la plaga de langostas en África oriental o la relación entre migraciones y cambio climático. En todos estos textos, me gusta recordar que África es el continente que menos contribuye al calentamiento global y el cambio climático (menos del 4 % de las emisiones globales), pero tiene la desgracia de ser también el continente que más sufre estas cuestiones.
En las últimas semanas, por ejemplo, hemos podido leer que el cambio climático está potenciando como nunca antes un fenómeno cíclico que anteriormente ya había causado sequías en África, ‘La Niña’, o el enfriamiento de las temperaturas oceánicas en el Pacífico Oriental: resulta que, si se calienta el pacífico occidental y se enfría el Oriental, llueve mucho en Indonesia, pero no llueve nada en África del este. Y una grave sequía en esta región, en países como Somalia, provoca que mucha gente, muchos de ellos niños y niñas, mueran de hambre. En una sequía similar en 2010/2011 murieron de hambre 260 000 personas en Somalia.
Los científicos están advirtiendo que estamos justo en ese proceso, y que el de ahora viene muy fuerte. Kenia, por ejemplo, ya ha declarado la emergencia por sequía. La única mejora que tenemos ahora es que la ciencia ha avanzado mucho, y gracias a los avances que han permitido el estudio de los modelos climáticos como los que han premiado esta semana por los Nobel, existe una Red de Sistemas de Alerta Temprana contra la Hambruna y un Centro de Riesgos Climáticos que avisan de lo que está por venir para parar el golpe antes de que la realidad golpee de nuevo.
El impacto no está solo en el este. En África del oeste, nuestros vecinos, el aumento del nivel del mar y las tormentas cada vez más intensas han causado una fuerte erosión de las costas, generando unos costes que, como escribía recientemente la ministra de Medio Ambiente de Nigeria, Sharon Ikeazor, superan el 5 % del PIB combinado de Benín, Costa de Marfil, Senegal y Togo.
El año pasado pude constatar personalmente en Senegal, en Saint Louis, cómo el mar se está comiendo literalmente un barrio de pescadores, que se ha convertido, al irse estrechando, en la zona con más densidad de población de toda la región.
También en nuestros países vecinos, en la zona del Sahel, el cambio climático ha provocado que las lluvias torrenciales se tripliquen. Llueve poco, pero cae todo de golpe y de manera furibunda: eso provoca barrios inundados, edificios que se derrumban o que surjan epidemias de cólera, como ocurrió recientemente en Níger.
Lo escribía a finales de agosto el periodista canario José Naranjo: “mientras en otras latitudes se fríen de calor, la llegada del verano en este parte de África es sinónimo de violentas precipitaciones que traen pérdidas humanas y daños irreversibles para la agricultura, un fenómeno exacerbado por la subida de temperaturas y el calentamiento global”.
Lo que está ocurriendo debe hacernos actuar a nivel internacional, y espero que de la misma manera que el Nobel de Literatura ayude a que la gente descubra las letras africanas, el de Física sirva también para despertar conciencias sobre el cambio climático.
Las catástrofes naturales ligadas a fenómenos como lluvias torrenciales o sequías son el origen de parte de los actuales males del continente africano: desplazamientos de población, crisis alimentarias y conflictos. El del Sahel, por ejemplo, que lleva años viendo agravarse el tradicional choque entre agricultores sedentarios y ganaderos nómadas en busca de agua y tierras fértiles, es un claro ejemplo de ello.
Artículo de José Segura Clavell, director general de Casa África, y publicado en Canarias 7 el 10 de octubre de 2021.