Además de un claro emblema de la diversidad humana, la lengua es la clave para comprender quiénes somos.
Se considera lengua vulnerable o en peligro si coinciden tres factores: pocos hablantes, su no aprendizaje por las nuevas generaciones y si solo es ya utilizada por personas de edad avanzada. La nula o escasa promoción y protección de las lenguas nativas desde los poderes públicos en África, que beneficia los idiomas de origen europeos, es señalada asimismo por el profesor Batibo: «un obstáculo importante en la mayoría de los países africanos es la falta de reconocimiento de estas lenguas por parte de las políticas lingüísticas de los gobiernos», escribe. Pero mientras las políticas lingüísticas actuales de los países desarrollados se orientan hacia el multilingüismo -que fue característico en el africano, pues no era infrecuente encontrar personas bilingües y trilingües-, hoy prevalece el modelo monolingüe en África. Y como sin lengua no hay cultura, fácil resulta concluir que la inexorable desaparición del habla autóctona acentuará la pobreza cultural y la despersonificación, la africanidad reducida a la raza. Por ello es tan necesario frenar la tendencia, revitalizar los usos y costumbres tradicionales positivos, para conseguir la anhelada sociedad atractiva y dinámica necesaria para afrontar los retos desde una íntima seguridad. Cuestión vital para seguir sintiéndonos orgullosos de nuestras raíces, porque el precio del progreso en un mundo globalizado no tiene por qué ser necesariamente la desvalorización o banalización de la herencia y la pérdida de la propia identidad. Tengo escrito en alguna parte que la plena integración del africano en la humanidad requiere un sólido arraigo en la propia esencia, garantía de su estabilidad emocional, indispensable para aportar frutos maduros al acervo común. Lo dijo Don Pío Baroja: «unas tradiciones estáticas, incapaces de evolucionar, llevan en sí mismas el germen de su autodestrucción». Y si autodestruimos nuestro principal legado, ¿en qué basaremos nuestro ser, nuestra diferencia, nuestra personalidad, nuestra creación artística y cultural?
¿Por qué mueren unos idiomas mientras otros se expanden, como inglés, español, árabe, chino, hindi y francés? Según la recomendación de Françoise Rivière, directora general adjunta de la UNESCO, para evitar su desaparición, deben crearse las condiciones propicias para que sus hablantes sigan usando su lengua, se sientan «orgullosos» de ella y se transmita de padres a hijos. Presiones sociales, cambios demográficos y fuerzas externas determinan que progresivamente una lengua deje de hablarse. Naciones Unidas apuntó al «racismo» como otro factor, al ser las «lenguas indígenas» las más expuestas a la desaparición;la colonización y sus efectos, y el capitalismo globalizado, son otras de las causas. También se constata la escasa voluntad política para afrontar el problema, pues la mayoría de los gobiernos africanos, al no incentivarlas, marginan sus propias lenguas por un fenómeno conocido como «aislamiento elitista», definido como «divergencia lingüística, resultado de la utilización de una lengua elitista», preferida por una minoría, a menudo como medida de control, ya que obligar a la población a usar una lengua extraña que no domina la mayoría es, de facto, otro mecanismo para restringir el acceso masivo a la educación. Además, las lenguas minoritarias son las más perjudicadas por las diversas epidemias que se han producido desde finales del siglo XIX, debido a la destrucción demográfica, económica y social de sus grupos poblacionales. Panorama al que se añaden las actitudes negativas de la propia población, que, de forma consciente o inconsciente, tiende a desdeñar la propia lengua; se sigue aceptando pasivamente su falta de promoción y, por regla general, los padres estimulan a sus hijos a aprender y estudiar y en las lenguas heredadas de la colonización, que se asocian al prestigio social, a la promoción laboral y demás evidentes ventajas económicas. Tendencia que frena en muchos países la implantación de políticas y planes que tiendan a equilibrar la oferta lingüística entre las lenguas africanas y las vehiculares de origen europeo.
En 1997, casi todos los países africanos se reunieron en Harare (Zimbabue) en una conferencia intergubernamental sobre la política lingüística a seguir. Se han celebrado con posterioridad encuentros similares en Asmara (Eritrea) y Yuba (Sudán del Sur). En todos ellos se manifestó la importancia de usar las lenguas autóctonas en todos los contextos gubernamentales y en el sistema educativo. Pero tales declaraciones apenas han tenido efectos prácticos. Responsables políticos y culturales aducen la diversidad como obstáculo. Cierto que perviven hoy más de 2500 lenguas nativas, y todos los Estados del continente son plurilingües, algunos de modo notable: en Nigeria se hablan unos 516 idiomas; 246 en la R. D. del Congo, unos 80 en Angola y aproximadamente 40 en Ghana; los gobiernos consideran «empresa muy compleja y costosa» escoger y normativizar alguna de ellas: ¿cuál elegir como idioma nacional en detrimento de otras, y cómo sufragar su desarrollo gramatical, con todos los estudios inherentes?, dicen. Y cuando las élites argumentan, entre otras falacias, que las lenguas vernáculas carecen de terminología apropiada para expresar conceptos humanísticos, técnicos, científicos, jurídicos y políticos, necesario recordar que ninguno de los idiomas europeos actuales tuvo en su léxico primigenio tales palabras, por la sencilla razón de que no existían entonces los conceptos; de modo que es fácil ver que todas ellas están plagadas de préstamos, neologismos y barbarismos. Lejos de parapetarse tras excusas a menudo insostenibles, determinados países intentan superar tales carencias: los Parlamentos de Tanzania, Kenia, Botsuana, Etiopía, República Centroafricana, Ruanda, Burundi, Lesoto y Esuatini utilizan sus lenguas nativas, facilitando al ciudadano común la comprensión de los debates y mensajes de sus representantes. Otros Estados –Senegal, Namibia, Sudáfrica, Zambia, Nigeria, Ghana, Zimbabue y R. D. del Congo- reconocen una o más lenguas consuetudinarias como cooficiales, aunque estén eclipsadas por las europeas, más implantadas en el sistema académico, en los medios de comunicación y en la nomenclatura.
Hasta 2004, fecha en que el entonces presidente de Mozambique y presidente en ejercicio de la Unión Africana (UA), Joaquim Chissano, no se dirigió a la Asamblea General en Kisuahili (sin ser su lengua materna), la organización panafricanista no asumió que todas las lenguas africanas deben ser oficiales. Decisión tampoco puesta en práctica por todos los Estados miembros. Lo prueba que ningún otro dirigente se haya dirigido al pleno en su lengua materna, ni ninguna de ellas figura como lengua de trabajo en las distintas Comisiones de la UA. Y no faltan iniciativas alentadoras: por ejemplo, la Asociación Linguapax ha organizado tres conferencias desde 2005 con el objetivo de normalizar la enseñanza de las lenguas vernáculas en las escuelas y lograr su implantación en los medios de información tradicionales y redes sociales; la meta es oficializar su uso en el marco de la UA a través de la creación de la Academia Africana de Lenguas. Porque el modo más eficaz de proteger las lenguas nativas es normalizando su uso y favoreciendo su estudio y aprendizaje mediante comisiones de reglamentación establecidas por expertos emanados de la sociedad civil, con pleno apoyo de instituciones públicas como universidades y similares, y los Ministerios concernidos. Si pervive la desidia actual, se corre el riesgo de hacer realidad el temor planeado en ciertos círculos, que pronostican la extinción de la mayoría de las lenguas africanas en este mismo siglo, ante la pujanza demográfica de un continente cuyas nuevas generaciones desconocen el habla de sus mayores. Porque, además de un claro emblema de la diversidad humana, la lengua es la clave para comprender quiénes somos.
Ejemplos que permiten albergar un cierto optimismo, pues muestran una toma de conciencia y, sobre todo, la voluntad de pervivencia y revitalización de las culturas propias. Los últimos informes de la UNESCO aseguran que, «en vez de desaparecer, algunas lenguas locales están de hecho floreciendo» en el mundo. Esas llamadas «lenguas de evolución rápida» son los idiomas transfronterizos. En África destaca, entre otros, el kisuahili, lengua común de unos 150 millones de personas en la Región de los Grandes Lagos. Quizás algún día ya no sea una vergonzante preocupación la actual carencia de lenguas vehiculares propias en que los africanos se expresen literariamente, según se presenta con frecuencia el supuesto «conflicto» del escritor africano, «obligado» a escribir en la «lengua del enemigo». Pero tal supuesta «ventaja» será una victoria pírrica, pues el éxito de una será la muerte para otras muchas.
Segunda parte del artículo redactado por Donato Ndongo-Bidyogo.