Todo lo que está sucediendo estos días en Camerún, donde se celebra la Copa África de fútbol, es un reflejo de cómo el mundo trata a nuestro continente vecino.
Miles de personas salieron la noche de este pasado jueves por las calles de Banjul y por todas las aldeas de la pequeña Gambia para celebrar y disfrutar como si no hubiera un mañana. Y no tenía nada que ver con el hecho de que su presidente, Adama Barrow, hubiese tomado posesión de su cargo tras revalidarlo en unas recientes elecciones. Era el fútbol, el deporte que mueve más pasiones en África y en la competición que más quieren y aprecian los africanos: la Copa África.
Hoy les hablo de fútbol, porque es que no puedo resistirme a contarles que estos días se celebra en Camerún la Copa África de Naciones, la llamada CAF (por como la llaman los africanos) o CAN (por sus siglas en español), un torneo que está resultando muy emocionante y que tiene completamente entusiasmados a los africanos y las africanas. Y lo quiero hacer porque se darán cuenta de que al hablarles de la Copa África y de todo lo que está sucediendo a su alrededor, lo que sucede constituye, a modo de espejo, un reflejo exacto de cómo el mundo trata al continente.
A pocas semanas de celebrarse la Copa África, varios clubes europeos pidieron forzar su suspensión alegando un excesivo riesgo por la situación del covid. No querían que sus grandes estrellas africanas (el egipcio Salah o el senegalés Sadio Mané, del Liverpool, por ejemplo) se expusieran, a la vez que iban a celebrar una competición que les restaría competitividad durante un mes, no les rendiría ningún beneficio y supondría un riesgo si alguien se lesionase. La petición de suspensión obedecía a que en África “es muy difícil saber cuál era la situación real de la pandemia”. Una petición paternalista y soberbia.
En España, lamentablemente, la Copa África no puede seguirse a través de ninguna televisión porque nadie ha pujado por sus derechos televisivos. Solo puede verse a través de Internet. Y los medios de comunicación le han hecho muy poco caso. En su arranque, supimos de la Copa África por el error de un árbitro que pitó el final del partido antes de tiempo, porque se equivocaron tres veces al poner el himno nacional de Mauritania o porque una ráfaga de tiros en la zona norte de Camerún forzó la suspensión del entreno de uno de los equipos. Es decir, que hemos convertido la información de un evento deportivo de primer nivel en una serie de anécdotas que buscan reafirmar el estereotipo clásico sobre África: incapaces de organizar nada, caóticos y pobres.
En términos deportivos, la Copa África ha tenido un arranque muy entretenido. Ha habido hasta el momento fracasos estrepitosos de países que se consideraban favoritos, como Argelia (la vigente campeona, que llegaba como la gran favorita y con un balance previo de 34 partidos invicta) o Ghana, y países por los que nadie daba un céntimo están dando enormes sorpresas, como la propia Gambia, la selección de Comores o la de Guinea Ecuatorial. En esta última, precisamente, debe destacarse que 15 de sus jugadores han nacido en España. Que la llamada Nzalang Nacional haya pasado la primera ronda es toda una proeza que, sin duda, aplaudimos y felicitamos.
Aquellos que hayan viajado por África saben perfectamente que el fútbol es algo omnipresente en cualquier rincón del continente. Las camisetas de fútbol forman parte del día a día en cualquier lugar y cualquier momento, y muchas de ellas suelen ser del Barça o del Madrid. Porque España es conocida en África gracias al fútbol, entre otras cosas.
Este pasado mes de diciembre, el Real Instituto Elcano presentó el llamado ‘Primer Barómetro de la Imagen de España en África Subsahariana’, una encuesta hecha en siete países africanos (los de mayor importancia estratégica para España, según el Plan África) que perseguía sondear qué grado de conocimiento existe sobre nuestro país en los países del continente vecino.
El resultado está en la línea de lo que se pensaba: nos conocen poco, muy poco. España padece un déficit de notoriedad evidente, y hay que tener en cuenta que una encuesta como esta se hizo entre población urbana y con acceso a Internet, así que es fácil pensar que, en las zonas rurales de todo el continente, el conocimiento sea aún menor. El grado de conocimiento, por ejemplo, es mucho mayor en países emisores de migrantes (Senegal, por ejemplo) que países más alejados, como Etiopía o Sudáfrica.
En lo que destaca nuestro país en esa encuesta es en el conocimiento de nuestros deportistas, más específicamente de nuestro fútbol. La notoriedad de nuestro país en África ha sido muy grande en los últimos años gracias a nuestra Liga, a sus clásicos Barça-Madrid, a los Messis y Ronaldos que atraían y (aunque ambos ya no jueguen en España) siguen atrayendo atención global. Nuestros diplomáticos por África saben que la del fútbol español es siempre una carta segura que sacar en sus conversaciones y día a día con los africanos. El deporte une y genera complicidad, incluso aunque uno sea ‘culé’ y descubra a un férreo madridista en cualquier esquina o rincón del continente.
De hecho, la capacidad de acercar culturas del deporte en general y el fútbol en concreto se demuestra en experiencias como la de la Embajada de España en Costa de Marfil, apoyando un seminario universitario en ese país que se centraba en nuestra liga de fútbol como reclamo para promover el español y nuestra diplomacia en el hogar de Didier Drogba, Yaya Touré o Didier Zokora, míticos jugadores marfileños. Además, a otro nivel, los clubes españoles (y futbolistas individuales) con proyectos en el continente africano también son numerosos y coadyuvan a un mayor conocimiento de nuestro país allí.
Tras el fútbol, lo más valorado y conocido por los africanos de España, en este orden, son sus infraestructuras, su atractivo turístico, su gastronomía, su seguridad y su producción cultural actual.
En conclusión, que el fútbol une. Aquí en España, además, nos ayuda a encontrar imágenes que ayudan a normalizar y celebrar el éxito de personas de origen africano entre nosotros. El otro día, por ejemplo, tras la semifinal de la Supercopa de España que se celebró en Arabia Saudita vimos la emoción que vivían los hermanos Williams, Iñaki y Nico, del Athletic de Bilbao, al saludar a su madre tras vencer al Atlético de Madrid y pasar así merecidamente a la final.
“Tened los pies en el suelo y seguid trabajando así”, les decía totalmente emocionada la madre a los hijos, futbolistas de élite. Los padres de los Williams, no olvidemos, abandonaron Ghana por falta de expectativas, cruzaron el desierto y acabaron saltando la valla de Melilla, jugándose la vida y pasando penurias hasta que, llegados a Bilbao, recibieron la ayuda de un hombre que les procuró vivienda y trabajo. Por eso Iñaki Williams se llama Iñaki, por el hombre que les ayudó.
Y por eso el joven delantero no ha optado por cerrar los ojos y entregarse a la irreal vida de millonario de un futbolista y ha defendido abiertamente en entrevistas y comparecencias públicas la necesidad de tratar con dignidad a las personas que llegan a nuestro país en cayucos y pateras, o saltando la valla como hicieron sus padres. Algo similar a lo que también ha hecho nuestro querido Sitapha Savané, senegalés y exjugador de baloncesto del Gran Canaria, entre otros equipos. Permítanme terminar con un comentario ácido: qué vergüenza siento cuando veo que en el panorama mediático de nuestro país se ignoran sistemáticamente las informaciones referentes a África o casi se esconde el mensaje de empatía e integración de Iñaki Williams mientras los medios pierden el norte con un lío de faldas del otro Iñaki, un personaje condenado por corrupción al que no deberíamos dedicarle ni un segundo de nuestro tiempo. Un tiempo en el que, lamentablemente, en parte de los medios mandan el entretenimiento y el espectáculo, la mejor anestesia para no exigir que quien tiene realmente al alcance mejorar las cosas, lo haga.
Artículo redactado por José Segura Clavell y publicado el 23 de enero de 2022 en Canarias7.