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Viajamos a… Mali: viviendo el 'Festival sur le Niger'

Viajamos a… Mali: viviendo el 'Festival sur le Niger'
Oumou Sangaré, en el Festival sur le Niger de 2007 (Imagen de Damian Rafferty/Fly)
Oumou Sangaré, en el Festival sur le Niger de 2007 (Imagen de Damian Rafferty/Fly)

Oumou Sangaré, en el Festival sur le Niger de 2007 (Imagen de Damian Rafferty/Fly)
Oumou Sangaré, en el Festival sur le Niger de 2007 (Imagen de Damian Rafferty/Fly)

Pocos festivales en el mundo deben tener un nombre tan acertado como el Festival Sur Le Niger, el festival sobre el Níger. Porque eso es precisamente lo que uno se encuentra cuando llega a Segou: un escenario flotante montado, como su nombre indica, sobre el agua, en el mismísimo río. Algo tan extraño como atractivo porque allí, durante cuatro noches (y cuatro días), actúa lo mejorcito de la escena musical africana. Con el telón del fondo del agua y las estrellas adornando el cielo, el público sentado en la ribera del río disfruta de tener músicos de la categoría de Toumani Diabaté, Salif Keita, Ismail Lo, Femi Kuti o Bassekou Kouyaté a escasos metros de distancia, sin aglomeraciones ni tumultos. Todo un lujo.
Durante el día la cosa es algo diferente. El festival transcurre junto al río, en plena ciudad y, lejos de ser exclusivo para los que han pagado la entrada (como sí lo es por la noche), es gratuito para todo el mundo: para los visitantes y para los residentes, que toman las calles más cercanas a la ribera, convirtiéndose entonces la zona en un incesante trajín pero sin perder el aire pausado de la vida africana.
El festival, que se celebra todos los años en época seca, cuando el río baja y pierde fuerza, gira en torno a la música pero es mucho más que eso: teatro callejero, debates culturales, exposiciones de pintura de artistas locales, muestras de máscaras y marionetas, bailes y danzas tradicionales o talleres para profesionales. Y todo ello gratis, lo que le da un da un carácter popular y festivo que ya no tienen los festivales en Europa, alejados de los centros de las ciudades y de sus ciudadanos.
La acción empieza por la mañana. Junto a la ribera del río grupos de jelis o griots (juglares) recorren las calles contando cuentos, bailando y, en general, animando a la gente. Son una pieza angular del festival, como siempre lo han sido en la tradición oral de África. Una mezcla entre poetas, músicos y cantantes. Entretenedores, en suma, que además visten con vestidos cómicos, en apariencia harapientos, de telas rotas, llenos de amuletos, colgantes coloridos y fantásticos gorros. Ellos fueron los “padres” de tantos músicos que hoy, gracias a los discos, se han hecho famosos a nivel mundial. Gracias a ellos, la música y el conocimiento perduran y, desde hace varios siglos, se transmiten de generación en generación.
El escenario principal se encuentra situado sobre el río Níger
El escenario principal se encuentra situado sobre el río Níger

Unas calles más allá, la gente se arremolina para ver bailes de máscaras de distintas etnias del país: dogón, bambara, soninké… En otros dos pequeños escenarios situados en una explanada hay actuaciones de grupos menos conocidos pero bastante populares. Y en otras partes de la ciudad los segouvianos son partícipes de bailes tradicionales de la región. Hay actividades a cualquier hora y para todos los públicos y, a pesar de la cantidad de gente, el ritmo es sorprendentemente sosegado. Todo el mundo está allí para pasarlo bien.
El día es realmente entretenido y el mejor momento para mezclarse con la gente local, en igualdad de condiciones. Muchos venían a saludarnos y no siempre para intentar vendernos cosas, lo cual se agradecía: “¿de dónde venís?”, “¿cómo os llamáis?”, “¿estáis casados?”, algunos preguntaban con timidez.
Y es que uno de los atractivos de esta cita es su carácter multicultural: acuden muchos turistas, sí, pero el público es mayoritariamente maliense y africano. Todos nos observábamos con curiosidad. Nosotros, con nuestra llamativa piel blanca, zapatillas de marca y cámaras de fotos resultábamos fascinantes para muchos de ellos. Para nosotros, los asistentes más llamativos fueron los tuareg, que según nos dijeron aprovechan la afluencia de gente para venir a vender sal de Taoudenni a la cercana Mopti y, de paso, la artesanía que hacen sus familias. Son espectaculares, con sus ropajes amplios y azules y los turbantes cubriéndoles enigmáticamente la cabeza, el cuello y parte de la cara. También es llamativo lo insistentes que son y lo negociantes que resultan, pero esa no es la historia que nos ocupa aquí…
El festival es también una buena ocasión para conocer las manufacturas locales, así como el trabajo de ONG, asociaciones de mujeres y microempresas locales. Junto a los escenarios, una pequeña feria muestra los productos y da a conocer los trabajos de estos. Unos venden telas de algodón maliense tejidas usando telares tradicionales; otros, dulces hechos con pain de singe (la fruta del baobab) o zumos de frutas como el mango; también artesanías de madera venidas de Costa de Marfil, telas mauritanas o cuero burkinabé; y, claro, música, mucha música. Y como es un festival popular abierto a todos, también asociaciones locales sensibilizan al público sobre la importancia de la higiene, cómo evitar contraer la malaria o las mejores maneras de prevenir la expansión del VIH. Todo tiene cabida.
Pero es durante la noche cuando se celebran los conciertos más esperados, estos sí, de pago. La actividad en los alrededores del río muere poco a poco, y la gente se recoge respetuosa y ceremonialmente a medida que las puertas de acceso al recinto para el público en la ribera se abren. A partir de ese momento solo son traspasadas por quienes tienen la pulsera acreditativa, que les permite situarse frente al escenario principal. A escasos metros, apenas cincuenta, cien a lo sumo. Y comienza el espectáculo esperado, las estrellas de la música africana empiezan a tomar el escenario, ordenada y puntualmente… El lugar es impresionante y la calidad del sonido, la escenografía y la iluminación hacen que cada artista brille en toda su plenitud. Para el que no supiera dónde venía seguro que está sorprendido, además, con la profesionalidad y calidad de la organización y del evento en sí. Es una gran fiesta y durante más de 4 horas se suceden discursos y conciertos reivindicando la rica y variada cultura africana, sus raíces y tradiciones, a través de la música de artistas locales o venidos de otros lugares del continente.

Festival sur le Niger de 2007

Más allá del festival
A pesar de la invasión, la ciudad no se paraliza y la gente prosigue con sus rutinas diarias: viejos que juegan al awale, mujeres que lavan la ropa en el río, campesinos que cultivan sus huertos en la ribera, artesanos que venden sus piezas de cuero, pescadores que siguen lanzando sus redes desde las piraguas y los dos principales mercados -dominados por las mujeres- siguen con su intenso comercio. Los guías turísticos y vendedores de recuerdos, esos sí, desbordados con tanto visitante. Es el mayor evento que se celebra en la ciudad y hay que aprovecharlo.
Sin embargo, deben ser pocos los asistentes que vengan únicamente al festival y regresen a sus lugares de origen sin visitar algo del país. Sería una pena: Segou se encuentra en pleno corazón de Mali y cerca (para los estándares africanos) hay atracciones turísticas que merece la pena visitar. La vieja ciudad de adobe de Djenné (a 5 horas de autobús) sería una visita imprescindible. El país Dogón, bajo la impresionante falla de Bandiangara, merece una excursión de varios días recorriendo sus pueblos de piedra camuflados en el paisaje. O Mopti, el principal puerto del río Níger, una ciudad de gran actividad comercial y diversidad étnica. Aunque no hace falta irse tan lejos para encontrar pequeños lugares fascinantes: desde la propia ciudad también se pueden hacer excursiones a pueblecitos de la zona, de la etnia bambara, algunos accesibles en barca, como Kalabougou (famoso por la destreza de sus ceramistas) o Kamba, Dougoubani, Kakoro o Sekoro (la primera capital del reino Bambara). Todos ellos, pueblos de importancia histórica para esta etnia, con algunos ejemplos de excelente arquitectura en adobe, como la mezquita de Bassidialanddougou, del siglo XVI.
Itziar Martínez-Pantoja es psicóloga. Pablo Strubell es economista y gerente de la Librería De Viaje y socio de la Sociedad Geográfica Española. Es autor del libro Te odio, Marco Polo. Ambos han recorrido durante un año África en transporte público, desde Sudáfrica hasta Marruecos por la costa atlántica, visitando 14 países en el camino. El relato de su viaje se puede encontrar en www.africadecaboarabo.es
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