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Diálogo entre Jean-Pierre Karegeye y Boubacar Boris Diop sobre el genocidio de los tutsis en Ruanda

Diálogo entre Jean-Pierre Karegeye y Boubacar Boris Diop sobre el genocidio de los tutsis en Ruanda
La negación del genocidio se ha convertido en algo casi políticamente correcto en la mente de unos cuantos. Imagen: Kigali Genocide Memorial Centre. Dave Proffer en Flickr
La negación del genocidio se ha convertido en algo casi políticamente correcto en la mente de unos cuantos. Imagen: Kigali Genocide Memorial Centre. Dave Proffer en Flickr

Boubacar Boris Diop

Novelista, ensayista, dramaturgo y guionista considerado uno de los grandes escritores actuales de África.
Imagen: Kigali Genocide Memorial Centre. Dave Proffer en Flickr
La negación del genocidio se ha convertido en algo casi políticamente correcto en la mente de unos cuantos. Imagen: Kigali Genocide Memorial Centre. Dave Proffer en Flickr

¿Por qué parece que los que niegan el genocidio han reaccionado? ¿Qué podemos hacer en relación con la indiferencia africana sobre este asunto? Esta conversación entre el escritor Boubacar Boris Diop y el académico Jean-Pierre Karegeye fue publicada por primera vez en francés en Seneplus, Beninplus y Cameplus. En esta versión española, los autores ampliaron su debate sobre el pensamiento de Césaire.

Jean-Pierre Karegeye es profesor en los Estados Unidos. Ha publicado numerosos estudios sobre la literatura africana francófona, el genocidio de los tutsis, los niños soldados y el extremismo religioso. Recientemente coeditó un libro, Religion in War and Peace in Africa (Routledge, 2020). También se interesa por los marcos teóricos y las dimensiones éticas de la narrativa testifical.

En la siguiente entrevista, conversa con su amigo Boubacar Boris Diop, escritor senegalés, autor de varias novelas, entre ellas Murambi, The Book of Bones, sobre el genocidio de los tutsis, tema sobre el que también ha publicado numerosos artículos en los últimos veinte años.

 

Boubacar Boris Diop: Jean-Pierre, de vez en cuando el genocidio contra los tutsis de Ruanda vuelve a ser noticia, pero solo de forma pasajera. Y muy a menudo es solo para mostrar la importancia del genocidio, o incluso para reescribir su historia cuando se estrena una nueva película o un nuevo libro, o se produce un acontecimiento político como el de la detención de Paul Rusesabagina. Por eso, desde hace ya algún tiempo, cuando hablo con mis amigos ruandeses sobre su país, quisiera hacerles una pregunta muy sencilla, una pregunta que se puede resumir en pocas palabras: «¿Qué está pasando? ¿Por qué parece que los que niegan el genocidio, de los cuales no hemos oído hablar en años, parecen haber reaccionado de repente?». Me gustaría saber qué opina de todo esto alguien como tú, un intelectual ruandés al que le preocupa ante todo esta tragedia y del que se sabe que reflexionó y escribió mucho acerca del genocidio de los tutsis en Ruanda.

Jean-Pierre Karegeye: Muchas gracias, Boris. Me gustaría empezar por la última parte de tu pregunta, el hecho de que soy un intelectual ruandés. Todo el mundo entenderá fácilmente que mi percepción de Ruanda no puede ser la de un investigador que se encuentra alejado del objeto que está observando. Eso es imposible para mí. Vivo en Ruanda tanto como Ruanda vive en mí con su pasado y su presente, donde se entremezclan los horrores del genocidio y las esperanzas de todo un pueblo. Incluso añadiría que el destino de mi tierra natal me persigue y que me siento como si cada uno de mis compatriotas, así como el alma de Ruanda, estuvieran reviviendo constantemente. «¿Qué está pasando?», te preguntarás. Tu perplejidad se hace eco de la del historiador ruandés José Kagabo, quien, reflexionando sobre el legado del genocidio, hizo la siguiente pregunta: «¿Adónde fue a parar lo que pasó en 1994?» Eso fue en 2014, en su introducción a un número especial sobre el genocidio de los tutsis en la revista Les Temps Modernes. Uniendo las dos preguntas, la tuya y la de él, llegamos a esta conclusión: después del genocidio viene la negación. También me doy cuenta de que «nunca más» sigue siendo una esperanza piadosa y que el mundo, África y los países vecinos de Ruanda, no han aprendido nada de esta enorme tragedia. Lo que es peligroso es el odio contra los tutsis que se está extendiendo por la región de los Grandes Lagos. La pirámide de odio creada por la Liga Antidifamación demuestra que existe un claro vínculo entre el genocidio y el odio.

Boubacar Boris Diop: La «Liga Antidifamación» fue creada para luchar contra el antisemitismo. ¿Puedes profundizar un poco más sobre la pirámide del odio en Ruanda en concreto?

Jean-Pierre Karegeye: Sí, la «Liga Antidifamación», creada en 1913 por Sigmund Livingston, ha luchado desde siempre contra el antisemitismo y desde entonces se ha comprometido con garantizar la justicia y la equidad de trato para todos. Su pirámide de odio o discriminación se estructura en cinco niveles, comenzando por los prejuicios culturales y terminando por el genocidio en la cúspide.

También creo que no podemos separar el odio de la negación del genocidio. Una de las cosas positivas de esta organización es su apoyo a las leyes que castigan los crímenes de odio. Por ejemplo, participó en la adopción de la Ley de Prevención de los Crímenes de Odio de los Estados Unidos de 2009.

Cuando niegas el genocidio, sigues acosando a los supervivientes dondequiera que estén, por lo que a la herida se le añade el insulto. Los que niegan el genocidio retuercen el mismo machete en las heridas no curadas de los supervivientes.

Boubacar Boris Diop: Esto me deja sincera y profundamente desconcertado. Me gustaría volver a este punto, es decir, a la negación del genocidio que es tan imperdonable como insidiosa hoy en día. ¿Por qué ahora? ¿Y por qué de repente está ganando de nuevo fuerza tan abiertamente?

Jean-Pierre Karegeye: Es un hecho que la negación del genocidio se está haciendo visiblemente más fuerte hoy en día. Es cierto que con la victoria del Frente Patriótico Ruandés y la creación del Tribunal Penal Internacional para Ruanda, los genocidas tuvieron que mantener un perfil bajo. En cierto modo, se escondieron mientras esperaban tiempos mejores hasta que pudieran volver a la esfera pública. O tal vez subestimamos su trabajo encubierto. Los medios de comunicación les dan ahora una gran visibilidad y muestran, casi tres decenios después, que la indiferencia del mundo durante el genocidio ha permanecido intacta.

Boubacar Boris Diop: Sin embargo, como muchas personas que han trabajado en el genocidio de los tutsis en Ruanda, yo estaba seguro en un momento dado de que la cuestión relativa a quiénes eran los autores y quiénes las víctimas había sido resuelta de manera definitiva… ¿Era solamente una ilusión?

Jean-Pierre Karegeye: No necesariamente. Podemos decir, al menos, que la línea divisoria entre el autor y la víctima estaba claramente trazada. Esto se remonta a Primo Levi, que es claro en esto: «El opresor sigue siendo lo que es, y la víctima también; no son intercambiables». El propio genocidio creó las dos categorías. La confusión o la inversión de roles es una de las estrategias de negación del genocidio. Lo que queda, por otra parte, es esta negación del genocidio que representa un cambio, no una ruptura, en el paradigma genocida. Aunque parezca paradójico, la negación es una de las pruebas del genocidio. Afirma lo que niega. En otras palabras, no habría habido negación del genocidio si no hubiera habido genocidio. La negación del genocidio no viene de la nada.

Boubacar Boris Diop: ¿Qué papel debería desempeñar la investigación en esta toma de conciencia? ¿Qué opinas de las investigaciones y el trabajo aclaratorio realizado por artistas con orígenes distintos e intelectuales de diversas disciplinas académicas?

Jean-Pierre Karegeye: Para mí, son ante todo hombres y mujeres de buena voluntad. Reaccionaron a la tragedia de Ruanda poniéndose en el nivel humano más alto. Muchos de ellos desempeñaron un papel decisivo. Me refiero, por ejemplo, al proyecto «Writing as Duty to Memory», a tu novela Murambi, The Book of Bones, al libro de Koulsy Lamko, A Butterfly in the Hills, así como a las publicaciones de académicos y supervivientes. Creo que las obras de ficción que surgieron del proyecto «Writing as Duty to Memory» han contribuido en gran medida a la enseñanza sobre el genocidio en las universidades europeas y americanas.

Sin embargo, la situación de los intelectuales o artistas no importa tanto. Ellos son, sobre todo, «seres humanos de buena voluntad». Además, todos sabemos que algunos intelectuales y artistas participaron en el genocidio y que otros se convirtieron en defensores de la negación del genocidio. Léon Mugesera tiene un doctorado en lingüística por la Universidad Laval de la ciudad de Quebec y Ferdinand Nahimana, cofundador de la siniestra RTLM, la Radio Télévision Libre des Mille Collines, tiene un doctorado en historia por la Universidad París-Diderot. Charles Onana es ahora médico gracias a sus tropismos de negación del genocidio. Defendió su tesis en Lyon en 2017 sobre la «Operación Turquesa». Hay mucho que decir sobre la relación entre, por un lado, el genocidio y, por otro, la racionalidad, la ética y la estética.

Boubacar Boris Diop: La verdad es que los más pequeños detalles del genocidio de 1994 terminaron siendo conocidos por casi todo el mundo. Y, desde entonces, la evolución histórica iniciada por los primeros asesinatos de 1959 en Ruanda nos ha revelado todos sus secretos. Así, podemos concluir que la masacre de más de un millón de seres humanos terminó imponiéndose como una realidad masiva e innegable en la conciencia universal.

Jean-Pierre Karegeye: Siento en tus palabras una inclinación a permanecer optimista sobre la raza humana a pesar de todo. No comparto tu optimismo; en mi opinión, la idea de que la humanidad se haya dado cuenta por fin del alcance del genocidio de los tutsis debe verse en perspectiva. La toma de conciencia de los horrores del genocidio fue posible sobre todo gracias a la victoria del Frente Patriótico Ruandés (FPR). Esta no fue solamente una victoria militar. También sacó a la luz las mentiras y falsedades de la ideología genocida, obligando a sus teóricos a quedarse sin palabras ante los testimonios de los supervivientes, que llegaron a considerarse legítimos, veraces y aceptados por todos. La victoria del FPR fue ante todo una recuperación del sentido. ¿En qué momento se supone que apareció esta conciencia universal? ¿Cuándo se reconoció oficialmente el genocidio en Ruanda y se estableció un Tribunal Penal Internacional? Fue, una vez más, después de la victoria del FPR. Por citar un ejemplo, la conciencia universal nunca nos ha hecho cuestionar el genocidio de los herero en Namibia por parte de los alemanes. Pero no pierdo la esperanza. La conciencia universal hacia el genocidio se construye, como otras cosas, tanto a través de la educación basada en valores como a través de la lucha común contra la negación del genocidio.

Boubacar Boris Diop: ¿Cuáles son las diferentes formas de negación del genocidio de los tutsis?

Jean-Pierre Karegeye: Hay varias, al menos cinco. En línea general, la primera forma de negación del genocidio se expresa a través de la idea de la guerra entre etnias. Se trata de una teoría que considera el genocidio como un enfrentamiento violento entre comunidades. Esta teoría de la guerra interétnica pretende dejar sin efecto cualquier idea de planificación. También borra la línea divisoria entre víctimas y verdugos, lo que lleva a argumentos como: «No hay víctimas en un lado y verdugos en el otro». Esta es también la explicación que dan los que planearon el genocidio. Negar los hechos les permitió negar su responsabilidad tan evidente. La segunda forma de negación explica lo que ocurrió después del accidente de avión del 6 de abril de 1994, con un silogismo de negación del genocidio. Aquí actuamos por sustitución y analogía en la siguiente declaración: «El FPR mató al presidente Habyarimana. La muerte del presidente Habyarimana es la causa del genocidio». Por lo tanto, «el FPR es responsable del genocidio». Esto enfureció al pueblo y muchos quisieron vengarse de los verdugos, es decir, de los soldados del Frente Patriótico Ruandés (FPR) y, a su vez, de todos los tutsis. Esta forma de negación no necesariamente desmiente la realidad del genocidio, sino que busca a los culpables en otras partes.

El tercer enfoque de la negación del genocidio compensa los límites del segundo. Ante el reconocimiento del genocidio de los tutsis por parte de la comunidad internacional, la negación del genocidio se redefine sutilmente a través del aumento de genocidios que vemos en las declaraciones de «doble genocidio» o genocidios múltiples. Por eso, Louis Bagilishya habla de un «genocidio ecuménico». La cuarta forma de negación del genocidio es ideológica e institucional y se desarrolla en los espacios institucionales. Es, por ejemplo, la realpolitik que impidió a la administración de Clinton utilizar la palabra genocidio por temor a sentirse obligada a intervenir en Ruanda después de la muerte de dieciséis soldados estadounidenses unos meses antes en suelo africano, en Mogadiscio. Estamos hablando del famoso síndrome de Somalia. Los Gobiernos franceses siguen negando la responsabilidad del estado francés. Un caso más grave es el de la Iglesia Católica. Hay quienes creen que la Iglesia es el símbolo de todas las virtudes humanas y que no puede ser directamente responsable de nada. Aceptar su responsabilidad iría en contra de la idea de la santidad de la Iglesia. Afortunadamente, es posible reconocer los pecados de la Iglesia a través de sus seguidores sin cuestionar la santidad de Cristo. Yo creo que Juan Pablo II y el Papa Francisco fueron muy claros en cuanto a los pecados del genocidio. Por último, hay una ampliación de la negación que consiste en negar el éxito de Ruanda o atacar Ruanda y a los ruandeses donde más les duele: negando el genocidio.

Boubacar Boris Diop: Lo que me impacta es que, entre otras cosas, estamos ante una especie de negación paradójica del propio genocidio que afirma la existencia de esta realidad horrorosa mucho más de lo que la niega. No dice que el genocidio no haya ocurrido; por el contrario, argumenta que todos han matado a todos, lo que convierte la tragedia en un juego de suma cero. Y, por supuesto, por vanidad se apela a la libertad de expresión, al valor de decir en voz alta lo que otros murmuran para sí mismos. Resulta inquietante constatar que la negación del genocidio se expresa fácilmente en lugares donde, en cambio, debería condenarse.

Jean-Pierre Karegeye: Es exactamente eso, por desgracia. Un sacerdote católico implicado en el genocidio, que se ha convertido en un negacionista del genocidio, sigue diciendo misa sin ningún reparo; los políticos de los países vecinos de Ruanda compiten, no presentando proyectos sociales, sino denunciando a los tutsis de sus países presentándolos como «peligrosos y extranjeros», con la esperanza de ser reelegidos; las universidades occidentales acogen las teorías negacionistas del genocidio; los llamados medios de comunicación masivos empiezan a negar de nuevo el genocidio, lo que ocurrió por ejemplo cuando la BBC emitió un documental de lo más despreciable.

Boubacar Boris Diop: Ese documental de la BBC, Rwanda, the Untold Story, convirtió el año 2014 en una fecha memorable. Nos guste o no, esta emisora tiene la reputación de ser objetiva, imagen que siempre ha tratado de preservar. Sin embargo, no tuvo ningún problema en insultar a más de un millón de africanos fallecidos. Pero al final no importa que la BBC haya demostrado, a través de una producción tan despreciable, hasta qué punto la reputación de ciertos medios de comunicación puede estar sobrevalorada. Lo único que se recuerda, lamentablemente, de la emisión de esta absurda producción es la exaltación de la palabra «negacionista», el hecho de que cada vez se incluya más entre las familias. Recordarás, por cierto, que ambos nos sumamos a la protesta iniciada por Linda Melvern para hacer entrar en razón a los responsables de la BBC, sin éxito, claro, porque esta gente no tiene nada que temer de un pequeño país africano. Seis años después, los textos y los acontecimientos nos muestran que este episodio mediático no fue en absoluto insignificante. De hecho, anunció lo que estamos presenciando ahora, que la negación del genocidio se ha convertido en algo casi políticamente correcto en la mente de unos cuantos.

Jean-Pierre Karegeye: Sí, Rwanda, the Untold Story es la síntesis de la negación del genocidio, y no es la primera vez que la BBC lo hace. Lo que más impactó a los ruandeses fue el excesivo desprecio de este documental. El presidente Kagame, que generalmente se opone al silencio despectivo hacia los negacionistas, reaccionó con palabras que se repiten en varios de sus discursos con algunas variaciones: «Con cada desafío que se pone en nuestro camino, nos hacemos más fuertes, no más débiles. Nuestro cuerpo puede debilitarse, pero nuestro espíritu nunca será débil». También es una forma de decir que los que acabaron con el genocidio no se desanimarán tan fácilmente. Pero volviendo a este documental, lo que ha hecho Jane Corbin es repugnante. Ha profanado la memoria del genocidio, que las Naciones Unidasconsideran como un medio importante de prevención del genocidio. Solo un ejemplo. «Murambi» es el título de tu novela porque me imagino que es imposible que te sientas indiferente ante la historia de esta escuela. Jane Corbin visitó el mismo lugar para su documental. La acompañó un superviviente del genocidio que no sabía nada del plan negacionista de la periodista. El superviviente comenzó a dar pruebas del genocidio mostrando los restos de niños y mujeres asesinados tras ser violados. Como comentario, Corbin comenzó a quejarse de la macabra y extraña presencia de los cuerpos de las víctimas. ¿Estaba expresando su compasión y la necesidad de ver los restos de los cuerpos enterrados y tratados con dignidad? El superviviente no lo percibió así. Explicó que había personas que aún dudaban de la realidad del genocidio y que necesitaban ver lo que había ocurrido en 1994. El comentario «moral» de Corbin al superviviente y en ese lugar fue un comienzo de la negación del genocidio. De hecho, utilizó los restos de las víctimas de Murambi, entre otros, para expresar sus dudas sobre el número de víctimas.

«No hay que gritar victoria fuera de tiempo porque el vientre del que nació la bestia inmunda aún es fértil». Imagen: Belgian Peacekeepers Memorial. Dave Proffer en Flickr
«No hay que gritar victoria fuera de tiempo porque el vientre del que nació la bestia inmunda aún es fértil». Imagen: Dave Proffer en Flickr

Boubacar Boris Diop: Hace un momento hablabas de los intelectuales que se lanzan en cuerpo y alma a falsificar la historia del genocidio de los tutsis. Puedo mencionar a Reytjens en Bélgica, a Erlinder en Estados Unidos y a un tal Philpot en Canadá. La lista, por desgracia, no es completa. Veo en sus actitudes un claro rechazo a aprender las lecciones de la historia, lo que es todo lo contrario de Brecht, que optó por advertir a la humanidad tras la derrota nazi y declarar, en una frase que se ha hecho famosa, que no hay que «gritar victoria fuera de tiempo» antes de añadir, para ser más precisos «porque el vientre del que nació la bestia inmunda aún es fértil». La «bestia inmunda» designa, por supuesto, todo el nazismo, todas las lógicas de exterminio. Personalmente, creo que este odio que nunca se termina de disipar es un enigma. Una amiga ruandesa, V., me contó que unos meses después del genocidio, cuando Kigali era todavía una ciudad destrozada y herida, se cruzó por la calle con un señor, un viejo conocido, que le susurró en un tono gélido y cargado de desprecio «¿Qué esperabas entonces? ¿Que íbamos a dudar en llegar hasta el final como las otras veces?». A través de este incidente, vemos cómo los vencidos se sienten impotentes y cómo su resentimiento se multiplica por diez debido a la derrota, pero también a su obsesión por la solución final, al miedo de no haberse atrevido a «llegar hasta el final».

Jean-Pierre Karegeye: Así es. Todas estas personas se culpaban de no haber sido capaces de matar a todos los tutsis de Ruanda desde las primeras masacres de 1959. Durante 35 años, hasta 1994, vivieron con la sensación de un asunto inacabado. Pensar en la solución final, ¿no hace pensar que el crimen es ya banal y por tanto invisible? Brecht, a quien acabas de citar, ya había escrito esto en 1935: «Cuando los crímenes comienzan a acumularse, se vuelven invisibles. Cuando los sufrimientos se vuelven insoportables, los gritos ya no se escuchan». La historia parece repetirse una y otra vez.

Lo que te ha contado tu amigo ruandés es sencillamente escalofriante. Imagínate cómo sería mi país si los genocidas estuvieran hoy en el poder. O, mejor dicho, ¡ni siquiera nos atrevemos a imaginarlo!

Boubacar Boris Diop: ¿Qué opinas del peculiar fenómeno de los negacionistas occidentales que acabo de mencionar?

Jean-Pierre Karegeye: Mencionaste a algunos, pero hubo muchos otros después, como Judi Rever. ¿Por qué esta implacabilidad contra Ruanda? Por ahora, solo señalaré que la literatura que estos académicos y periodistas occidentales tienen sobre el genocidio se basa en el racismo ordinario, que forma parte de lo que el profesor Alexandre Kimenyi llama «la trivialización del genocidio» o lo que Brecht llama «crímenes invisibles». ¿Por qué Ruanda? Pues es sencillo: porque Ruanda está en África. Ese no es el único factor, por supuesto, pero desgraciadamente es uno de los principales.

Boubacar Boris Diop: También se ven a sí mismos, creo, como valientes caballeros, casi como mártires de la libertad de expresión. Si el tema no fuera tan serio, nos reiríamos de estas afirmaciones. Sin embargo, hay una línea roja que su amor por la libertad de expresión nunca les hará cruzar. La verdadera valentía sería tomar el Holocausto al pie de la letra, y nunca se arriesgarán a ello. En el mundo actual, la más mínima frase que minimizara el Holocausto judío, y ni siquiera hablo de negarlo, sería problemática, y ellos lo saben muy bien. Escupir sobre los cadáveres de un millón de tutsis porque no hay riesgo en hacerlo se llama cobardía.

Jean-Pierre Karegeye: Sobre este punto en concreto, Aimé Césaire fue muy claro. En su Discurso sobre el Colonialismo observó que lo que los europeos no perdonan a Hitler no es el exterminio de los judíos en sí mismo. Escribió Césaire, «no es el crimen en sí mismo, el crimen contra el hombre, la humillación del hombre como tal, es el crimen contra el hombre blanco, la humillación del hombre blanco, y el hecho de haber aplicado a Europa procedimientos colonialistas que hasta entonces estaban reservados exclusivamente a los árabes de Argelia, a los culis de la India y a los negros de África». Podría haber añadido que organizar este crimen dentro del propio Occidente es un poco más perjudicial para la imagen que Occidente quiere presentar de sí mismo.

En cuanto al Holocausto, creo que varios programas de educación sobre el Holocausto y de prevención del genocidio en el extranjero ayudan a contener las narrativas negacionistas y el antisemitismo.

En el caso de Ruanda, tu observación general sobre África se aplica a la percepción del genocidio contra los tutsis: «Ser negro y africano sigue siendo una circunstancia agravante». No hay que sorprenderse, por tanto, de la extrema indiferencia y el desprecio de los negacionistas europeos cuando se trata de algo que no forma parte de su propio territorio. La libertad que tienen para escribir despropósitos que parecen de interés respecto a África también forma parte del famoso «privilegio del hombre blanco» del que tanto se habla hoy en día. Esto formó casi exclusivamente la base del discurso que hicieron cuando «descubrieron» e «inventaron» África según sus fantasías y prejuicios. Por eso los europeos tienen más respeto por las víctimas de Srebrenica o por las de las dos grandes guerras que por los muertos de Ruanda. François Mitterrand sabía que no arriesgaba su credibilidad cuando apoyó el régimen fascista de Habyarimana y llegó a declarar: «En estos países, un genocidio no es importante», al hablar de Ruanda en concreto y de África en general.

Boubacar Boris Diop: Esta extraordinaria frase de Mitterrand, denunciada por el periodista Patrick de Saint-Exupéry, nunca ha sido desmentida. Para mí, es el equivalente francés del «países de mierda» de Donald Trump, y si se piensa bien, es mucho más grave. Volviendo a Césaire, esta frase de Discurso sobre el colonialismo le costó ataques de extrema virulencia y acusaciones de antisemitismo, pero, lamentablemente, su libro sigue siendo tan actual como en 1954, cuando se aprobó en Francia la «Ley sobre los aspectos positivos de la colonización». El propio Césaire invitó públicamente a los diputados del Palacio Borbón a releer Discurso sobre el colonialismo. Interesante, ¿no?

Jean-Pierre Karegeye: En cuanto a estas acusaciones contra Césaire, es necesario hacer una aclaración. El poeta martiniqués nunca dejó espacio en su pensamiento para la más mínima ambigüedad sobre el Holocausto. Habló de las prácticas coloniales, así como tuvo una visión universal de la condición del negro. En Notebook of a Return to my Native Land, al tiempo que se refiere a sí mismo como un profundo negro, se identifica con todas las víctimas del mundo: «Yo sería un hombre-judío, un hombre-cafre, un hombre-hindú-de-Calcuta, un hombre de Harlem-que-no-vota».  En otra estrofa, quiere ser «un hombre-pogromo». Creo que hay que releer a Césaire teniendo en cuenta que tanto su punto de partida como su principio rector se basan en la condición de los negros, el racismo contra los negros. Su condición de «negro fundamental» le abre a las desgracias de los demás. En 1998, declaró: «El negro es también el judío, el extranjero, el nativo americano, el analfabeto, el intocable…». Así pues, entiende bien la cuestión judía. Además, demuestra que Europa nunca se ha arrepentido de sus crímenes y que el Holocausto es la culminación de la historia milenaria de Occidente. Por cierto, Frantz Fanon nos recuerda a Césaire, en su Black Skin, White Masks, cuando declara: «El antisemitismo me toca en la carne». También habla del judío como «un hermano de la desgracia».

Dicho esto, estoy tentado de añadir que Occidente a menudo menciona el Holocausto como si el crimen hubiera tenido lugar en otro sitio. ¿Sabes, por ejemplo, que el Occidente cristiano ha acusado durante mucho tiempo a los judíos de ser un pueblo deicida? Mucho antes del Holocausto, es decir, desde el siglo VII hasta 1959, la Iglesia católica rezaba cada Viernes Santo por «los pérfidos/infieles judíos».

Boubacar Boris Diop: ¿Dirías hoy que la lectura de Césaire te ha permitido entender mejor la mecánica del genocidio?

Jean-Pierre Karegeye: Yo diría que Césaire es importante para analizar el genocidio colonial y para establecer el vínculo entre el genocidio contra los tutsis y la condición de negro. Césaire también me permitió entender el «pseudohumanismo» de Occidente y darme cuenta de que no ha aprendido nada de los genocidios que se basan, entre otras cosas, en el dogma de una raza pura. Es también en la obra de Césaire donde encontramos algunos momentos de diálogo entre el Holocausto y el genocidio de los tutsis. Además de Césaire, la literatura sobre el Holocausto y la historia del antisemitismo son, en mi opinión, esenciales para comprender los mecanismos del genocidio.

Hay otro punto en el que me gustaría insistir, y concierne a investigadores como Filip Reyntjens, que forman parte de la vieja escuela de pensamiento y no hacen más que reciclar la «biblioteca colonial», por citar a Mudimbe. Por sorprendente que pueda resultarle a una mente racional, el proyecto de exterminio de los tutsis se basó en las narrativas etnológicas de los últimos siglos que establecieron a los hutus, tutsis y twa como objetos inertes de la investigación científica. Evidentemente, esto no es todo, ya que algunos alcanzaron su máxima expresión con el régimen de Habyarimana. Una vez más, hay que mencionar a Reyntjens, que coescribió la Constitución ruandesa, tan vil como la redactada por los partidarios del apartheid en Sudáfrica. Derrotar a un régimen así significa también desmantelar el pensamiento colonial condescendiente que dio apoyo ideológico al genocidio. Los intelectuales de la vieja escuela, como Reyntjens, no aceptan que la rueda de la historia se haya vuelto contra ellos. Esta nueva Ruanda en la que han perdido todos sus privilegios es simplemente inaceptable para ellos. Muchos periodistas e investigadores solo existen gracias a su ridícula «invención» de África. Judi Rever, Robin Philpot y algunos otros saben perfectamente que sin su negación del genocidio no existirían. Si se eliminara la palabra «Ruanda» de sus escritos, no quedaría nada de ellos. Se han inventado a sí mismos inventando África. ¿Quién habla todavía de Pierre Péan y Stephen Smith?

Boubacar Boris Diop: Nadie, por supuesto. Ya no hay nada más que decir sobre estas personas. Centrémonos ahora en el estudio del genocidio de los tutsis en Ruanda por parte de los intelectuales africanos. ¿No deberíamos hablar, en su caso, de silencio, un silencio extraño, más que de negación activa del genocidio? Con esto quiero decir que, si dejamos de lado los países directamente afectados por la tragedia, Ruanda, RDC y Burundi, casi ningún intelectual africano tiene nada que decir sobre el tema. «Rwanda, writing as Duty to Memory», que mencionaste, es una excepción que hay que mirar desde otra perspectiva en muchos aspectos. En realidad, incluso hoy, casi treinta años después, cuando hablo del genocidio de los tutsis en las universidades africanas, los más jóvenes no tienen la menor idea de lo que se trata y sus profesores solo recuerdan vagamente algunas imágenes de televisión de las masacres de 1994, nada más. ¿Cómo puede explicarse semejante indiferencia? A menudo me remito, por desesperación, a lo que Mongo Beti llama «el hábito de la infelicidad». Tiene sentido, pero no es suficiente. Creo que los atajos del afropesimismo están para muchos en la imagen que África refleja al mundo. Todo lo que ocurre en el continente se atribuye a los defectos congénitos de los africanos y casi nunca a mecanismos sociales y políticos específicos. Así pues, el genocidio de los tutsis se lee como una historia de personas negras que se matan entre sí «una vez más», sin otra razón que un atávico gusto por la sangre. Es decir: nada nuevo bajo el sol.

Jean-Pierre Karegeye: Tu observación sobre los intelectuales africanos es importante porque tenemos nuestra parte de responsabilidad, aunque solo sea por nuestro silencio durante y después del genocidio… No soy de los que piensan que los «salvadores de los salvajes» son la única causa de todos nuestros problemas. Además, acabas de repetir lo que escribiste en Africa Beyond the Mirror, es decir, y cito de memoria, que «entre los raros gritos de indignación que se escucharon durante el genocidio, apenas hubo alguno procedente de África». Según Eboussi Boulaga, el silencio por parte de los africanos se debe a que no estamos acostumbrados a valorar nuestra vida. El caso es que muchos africanos tienen una lectura desenfocada de los acontecimientos que ocurren en el continente. ¿A qué prestan más atención los intelectuales africanos? Un discurso de Macron sobre la francofonía o sobre África o un tuit de Trump sobre el fraude electoral en Estados Unidos. Estos temas les interesan mucho más que otros como la negación del genocidio, el extremismo religioso que afecta varios países africanos, la cuestión anglófona en Camerún, la guerra actual en Etiopía… Y solo estoy mencionando las zonas de conflicto.

Boubacar Boris Diop: En Ruanda en concreto, ¿cómo va el proceso de reconciliación?

Jean-Pierre Karegeye: Tras su victoria política y militar, el FPR nunca renunció a la más mínima idea de venganza. La lucha contra la negación del genocidio y las ideologías genocidas es uno de los pilares de la reconstrucción ruandesa. Una cosa, por ejemplo, de la que no se habla mucho es la abolición de la pena de muerte en Ruanda en julio de 2007. En cualquier parte del mundo, un paso así debería ser aclamado como una victoria para la humanidad; en el País de las Mil Colinas, tras un genocidio, es simplemente algo excepcional. El mensaje profundamente humanista y reconciliador es el siguiente: los extremistas justificaron el exterminio de más de un millón de tutsis por la muerte de un solo individuo, el presidente Habyarimana. La ley de 2007, en cambio, significa simplemente que ni siquiera el exterminio de un millón de personas inocentes permite matar a un solo genocida.

Estoy orgulloso de ver cómo el pueblo ruandés desafía al destino como lo está haciendo y se hace eco de las decisiones fundamentales del presidente Kagame, incluidos los tres principios que enumeró en el 20º Aniversario del Genocidio: «permanecer juntos, ser responsables con nosotros mismos y pensar en grande».

Podemos convivir y perdonar sin borrar el pasado porque, como bien dice George Santayana, «quien no puede recordar el pasado está condenado a repetirlo y a cometer los mismos errores». Conmemorar el genocidio es también una forma de evitar que se repita. Me gusta la imagen de Sankofa que viene de África occidental, creo que de la cultura Akan; este pájaro mítico que camina o vuela con un huevo en el pico y mantiene la cabeza girada firmemente hacia su lugar de origen. Es un símbolo sublime de la relación dialéctica entre el pasado y el futuro.

 

Artículo traducido por Clara León. Pueden leer el artículo en inglés aquí.

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