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Vacas, Ak-47 y cambio climático

Vacas, Ak-47 y cambio climático
Foto de Levi Rotich en Pexels

Chema Caballero

Bloguero y cooperante

Adaptarse a un clima cambiante puede necesitar de una gran transformación social, cultural o económica. Pero esos esfuerzos, que deben ser ambiciosos y a largo plazo, tienden a ser muy escasos en situaciones de conflicto.

El cambio climático y el demográfico repercuten de manera muy especial en África. Ambos crean una presión cada vez mayor sobre los recursos humanos y naturales y aumentan el riesgo de que las tensiones y los desacuerdos políticos, económicos y sociales se vuelvan cada vez más violentos.

Desde hace tiempo, el Banco Mundial aseguraba que la fuerza de los conflictos y el cambio climático están desacelerando los avances en la reducción de la pobreza. Luego vino la pandemia de covid-19 y la tendencia se precipitó.

Una consecuencia clara de este fenómeno es el aumento de las tensiones entre pueblos agricultores y ganaderos en distintas partes de África, de manera especial en los bordes del Sahel.

El conflicto entre unos y otros se remonta a tiempos míticos. El primer asesinato registrado de la historia obedece a esta confrontación. Caín, agricultor, mató a su hermano Abel, que tenía rebaños. Como el pueblo de Israel, en su primer tiempo era sobre todo ganadero y nómada, era de esperar que el bueno de la historia fuera el pastor. Desde entonces, el enfrentamiento entre unos y otros se perpetúa.

La búsqueda de agua y pastos frescos para sus rebaños lleva a los pueblos ganaderos a migrar al ritmo de las estaciones y las precipitaciones. Sobre todo, en época seca, deben descender desde sus asentamientos tradicionales en el norte y penetrar en territorios donde se encuentran los campos de los campesinos. Es normal que el ganado traspase verjas y senderos para entrar en los cercados y comer los productos de la tierra.

Las rutas de trashumancia se han mantenido fijas durante generaciones. Los pueblos nómadas y los asentados tenían tratados de amistad que permitían a los primeros establecer sus campamentos en las cercanías de los poblados de los segundos. Ambas partes compartían productos y celebraban juntos fiestas y acontecimientos. Si algún malentendido surgía entre ellos, tribunales tradicionales o reuniones de ancianos asentaban la disputa y acordaban el precio a pagar.

El 75 % del Sahel es demasiado árido como para que los criadores de ganado puedan hacerse sedentarios. Por ello, estos se adaptan trasladando sus rebaños según la disponibilidad de agua y pastos. Ahora, con el cambio climático la posibilidad de supervivencia se hace cada vez más difícil. Las estaciones de lluvia se están acortando. Las sequías se prolongan y en ocasiones llegan a durar hasta nueve meses. Baste citar un ejemplo. Se estima que la de 2010 mató el 25 % de las cabezas de ganado de Níger, lo que representó grandes pérdidas económicas para el país.

El cambio climático ha alterado los patrones seculares de emigración. Las sequías recurrentes obligan a los ganaderos a mover sus ganados antes de lo habitual. Ahora, además, tienen que alejarse cada vez más de sus lugares tradicionales de pastoreo y penetrar nuevos territorios desconocidos donde las costumbres y las normas les resultan extrañas. El adelanto de la trashumancia provoca que los ganaderos lleguen a las zonas agrícolas antes de que las cosechas hayan sido recogidas y eso puede llevar a que los rebaños destrocen campos sembrados. Por eso, los habitantes de estos nuevos territorios ven la llegada de los pueblos nómadas como una invasión y no reparan en medios para atajarla.

Los ganaderos se encuentran con que cada vez tienen menos espacios donde sus ganados puedan pastar. La presión demográfica que sufren muchas partes del continente influye también en ello. Las ciudades y pueblos africanos se expanden continuamente para dar cabida a sus nuevos habitantes. Distintos estudios señalan que, al ritmo de crecimiento actual, la población africana se duplicará en pocos años. En 2050, África pasará de 1250 a 2500 millones de habitantes, lo que equivaldrá a la cuarta parte de la población mundial. En algunos países el crecimiento será impresionante. Nigeria, por ejemplo, que tiene en la actualidad 200 millones de ciudadanos, doblará la cifra. Y los nuevos ciudadanos necesitan casas para vivir.

Estos datos son muy relativos. Si se toma en cuenta el número de habitantes por kilómetros cuadrado, se ve que África está lejos de estar superpoblada. Pero es verdad que la tasa de natalidad en el continente se ha disparado en las últimas décadas a pesar de todos los esfuerzos realizados para controlarla.

La realidad es que cada vez más población africana, de manera especial la más joven, emigra a las ciudades, lo que aumenta la presión que ya de por sí estas tienen. Se augura que en los próximos años las urbes africanas triplicarán su población. Eso supondrá que el 60 % de los habitantes del continente vivirá en un centro urbano.

Los conflictos que salpican el Sahel y la proliferación de grupos armados también empujan a muchos ganaderos a abandonar sus zonas habituales de pastoreo. Además, los tradicionales corredores de paso del ganado ya no son seguros. Muchos señores de la guerra han establecido impuestos y peajes a cambio de protección, lo que también hace que, cada vez más, más ganaderos se piensen el regresar a sus lugares de origen.

Al cambio climático, el crecimiento urbano y los conflictos se une la libre circulación de armas por gran parte del continente. En 2020, el presidente de la Unión Africana, Moussa Faki Mahamat, alertaba, una vez más, sobre la proliferación de armas en África y la casi total ausencia de su control, situación que ha facilitado el aumento de todas las formas de violencia en el continente. Los conflictos intercomunitarios y el bandidismo lo han hecho de manera especial, sobre todo en zonas rurales. “El ruido de las armas perturbó el equilibrio social armonioso, pacífico y feliz que prevalecía en las sociedades africanas”, llegó a afirmar Faki Mahamat.

Por los caminos de África cada vez se ven más jóvenes ganaderos que guían sus ganados y portan un AK47 sobre los hombros. Esto ha originado que las disputas entre pueblos nómadas y sedentarios sean cada vez más violentas por toda África, pero de manera muy especial en los límites del Sahel.

También, por citar otros ejemplos, en Darfur, donde los pueblos ganaderos llegados de otras zonas intentan aniquilar a la población negra y agrícola para quedarse con sus tierras y recursos acuíferos. Del mismo modo, en la zona del cada vez más menguante lago Chad. O en el norte de Nigeria, donde los bandidos campan por sus anchas. Y muchas veces se confunden estas acciones con actuaciones de los grupos yihadistas. No todas lo son, a pesar de que estos hayan aprovechado los conflictos intercomunitarios para atraer nuevos seguidores.

Adaptarse a un clima cambiante puede necesitar de una gran transformación social, cultural o económica. Pero esos esfuerzos, que deben ser ambiciosos y a largo plazo, tienden a ser muy escasos en situaciones de conflicto. No solo por la debilidad de las autoridades, sino también porque esas suelen centrar sus esfuerzos en restaurar la seguridad nacional y dejan de lado la revitalización de la economía y la reparación o construcción de infraestructuras.

14 de los 20 países más vulnerables al cambio climático están en África: Somalia, Chad, Eritrea, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Sudán, Níger, Guinea Bissau, Burundi, Liberia, Madagascar, Zimbabue, Mali, República del Congo y Etiopía. En varios de ellos se desarrolla en la actualidad algún conflicto. Los activos que deberían ayudar a hacer frente al calentamiento global, las instituciones del Estado, la cohesión social, los medios que permiten disfrutar de una vida digna o incluso la libertad de movimiento se ven profundamente afectados por la crisis que se vive en ellos. Por eso, el cambio climático empeora aún más la situación de estrés y agrava las dificultades extremas a las que se enfrentan las personas que habitan en zonas de guerra.

Artículo redactado por Chema Caballero

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