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Viajamos a… Tanzania: los hadzabes. Los últimos cazadores recolectores

Viajamos a… Tanzania: los hadzabes. Los últimos cazadores recolectores
© Pablo Strubell
Los hadzabes son una etnia nómada milenaria (© Pablo Strubell)

Si visitar etnias remotas y aisladas en África suele ser como dar un salto en el tiempo, visitar a los hadzabes representa trasladarse a otra época situada miles de años atrás. A una época en que la agricultura y la ganadería no existían. A un tiempo en que se comía lo que se recolectaba (tubérculos, frutos, miel…) o se cazaba. A una forma de vida que estamos entre todos, poco a poco, dilapidando. A un momento de la historia que dentro de poco solo perdurará en los libros académicos, en documentales televisivos, en la memoria de los pocos que tienen la suerte de compartir un rato con esta etnia, posiblemente, los últimos cazadores recolectores de África. Una etnia que vive como el ser humano lo hacía hace miles de años.

La situación es poco halagüeña, pero no queda otro remedio más que ser realistas. La etnia hadzabe, situada en torno al lago Eyasi (Tanzania) está abocada a la extinción. Apenas sobreviven unos centenares de sus miembros. Los más optimistas estiman que quedan alrededor de mil, viviendo de la misma manera que lo han hecho durante miles de años.

Acompañarlos a cazar; compartir con ellos el hígado de un antílope recién cazado (si hay suerte); observar cómo trepan a gigantes baobabs en busca de miel o cómo buscan debajo de la tierra tubérculos para comer es una experiencia tan sensacional y única como entristecedora. Y no porque veamos, por ejemplo, la precariedad de sus casas (lógico, son nómadas) o las dificultades para obtener agua en época seca, sino porque es la constatación de que este modo de vida está abocado a la pronta extinción.

Los hadzabes siempre han sido nómadas. Lo han sido durante milenios y fueron los primeros pobladores de toda la extensa región subecuatorial africana. Lo fueron hasta que empezaron a llegar las tribus y etnias cushísticas, bantús y finalmente nilóticas… con su ganado y conocimientos agrarios. Poco a poco, los hadzabes fueron desplazados a la fuerza. Fueron arrinconados y, a medida que sus zonas de aprovisionamiento disminuyeron, también lo hizo su poder de caza, de recolección, de subsistencia. Hoy ocupan un espacio tan pequeño y tan árido que es posible que en pocos años la caza se agote, los recursos se extingan y, con ellos, esta milenaria etnia.

Iniciativas de ecoturismo permiten visitar alguna de las agrupaciones de hadzabes que hay junto al lago. Gracias a ellas, podremos acompañarlos a cazar. Al alba, los hombres parten armados con arcos y flechas que ellos mismos preparan (arcos y flechas, de madera; cuerda hecha de tendones de animales): antílopes, facóqueros, conejos o pájaros son sus presas habituales. Con sigilo y moviéndose con increíble destreza entre plantas de punzantes pinchos, pasan horas a la búsqueda de alimento animal (que representa el 15% del total de los alimentos que ingieren). Si hay suerte y la caza es buena, frotando dos palos encienden un fuego para cocinar y comer rápidamente las entrañas. El resto lo transportarán al campamento, donde esperan las mujeres y niños más pequeños.

© Pablo Strubell
En busca de miel (© Pablo Strubell)

Una vez comido lo cazado, las mujeres salen a buscar alimentos vegetales. Pertrechadas con palos puntiagudos, buscarán tubérculos cavando con destreza y sabiduría. Frutos como el del baobab son muy apreciados en época seca, por sus vitaminas y minerales, pero en época de lluvias la naturaleza es más generosa y ofrece variedad de frutos y bayas.

Los campamentos en los que viven, agrupados en comunidades de 20 ó 30 personas, son móviles. En época de lluvias suelen trasladarse a zonas donde haya frutos y bayas. También lo harán si cazan algún animal de gran tamaño que no puedan transportar. Las casas, de frágil construcción, pueden levantarse en apenas unas horas, a base de sisal, ramas y pajas.

La vida hace unos siglos o décadas era más fácil para ellos. Vivían a las faldas del Ngorongoro, una zona muy fértil, generosa en agua, vegetales y animales. Sin embargo, a partir del s. XVIII, poco a poco fueron desplazados por etnias productoras y guerreras, como los masáis o los datogas. Sin oposición, sin resistencia, se vieron obligados a abandonar esas tierras que, paradójicamente, nunca consideraron suyas. No solo eso, el ganado poco a poco empezó a comer el pasto que también era el sustento de los animales salvajes de la zona. Por si fuera poco, la tala y quema para cultivo alteró el ecosistema y el entorno donde desarrollaban su vida, viéndose también, de esta manera, forzados a abandonar esa zona e instalarse en las áridas y menos fértiles regiones circundantes del lago Eyasi, donde por ahora tienen su casa.

Poco a poco, además, el mayor contacto con la gente y la sociedad “moderna” está alterando sus costumbres. Parece inevitable. Los intentos de sedentarización y escolarización, la evangelización o el acceso al dinero (gracias a los turistas que pagan una pequeña aportación por la visita) están transformando su día a día, la manera en que han vivido durante miles de años. Antes, por ejemplo, utilizaban el trueque para conseguir puntas metálicas para sus flechas más grandes. A cambio de pieles de los antílopes que cazaban, las intercambiaban con los herreros datogas. El acceso al dinero está cambiando este hábito, al igual que facilitando el acceso al alcohol y otros productos de consumo ignorados hasta la fecha. Y aunque muchos aún visten de una manera tradicional (las mujeres con pieles de babuino, los hombres de impala, decorados con abalorios o conchas) la ropa occidental se ha introducido de manera notable y no es raro ver camisetas con emblemas de marcas occidentales bien conocidas. Todos ellos cambios muy rápidos y recientes y que serán difíciles de revertir. Lo mejor que les podría pasar es que todos los dejáramos en paz. Que pudieran seguir viviendo como lo han hecho desde hace miles de años, sin tantas interferencias, sin molestias.

Itziar Martínez-Pantoja es psicóloga. Pablo Strubell es economista, ha sido gerente de la Librería De Viaje y es miembro de la Sociedad Geográfica Española. Es autor del libro Te odio, Marco Polo. Ambos recorrieron África en transporte público, durante un año, desde Sudáfrica hasta Marruecos por la costa atlántica, visitando 14 países en el camino. El relato de su viaje se puede encontrar en www.africadecaboarabo.es. Recientemente han publicado el libro Cómo preparar un gran viaje.

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