Hacia el centenario del antirracismo y la literatura negro-africana en Europa: el caso de Francia

Hacia el centenario del antirracismo y la literatura negro-africana en Europa: el caso de Francia
Illustración de Lamine Senghor
Illustración de Lamine Senghor

Saiba Bayo

Politólogo

La llegada del batallón de soldados indígenas africanos a Francia y la posterior publicación de la obra la Force Noire (La fuerza negra) publicado en el contexto de la Primera Guerra Mundial, son preludios para la creación la creación, en 1926, de la Ligue de la Défense de la Race Nègre (Liga de la defensa de los derechos de los negros). En Francia algún sector de la elite quería convencer la opinión pública de la necesidad de movilizar e “integrar” a los negros del imperio colonial dentro del ejercito oficial, frente a las enormes pérdidas. Por primera vez, la llamada para la igualdad racial se activa (superficialmente) para salvar el imperialismo, el mismo sistema que creó el racismo.

Durante este periodo serán publicados los primeros trabajos de la presencia de los negros africanos en la Europa contemporánea, obra de una pintora francesa Lucie Brû, conocida hoy por nombre de casada Lucie Couturier.  Su obra “Des inconnus chez moi” (desconocidos en mi casa), en 1920, relata el encuentro inesperado entre su familia y los soldados senegaleses que llegaron a luchar en Francia en 1916. Su casa estaba instalada cerca de un campamento de soldados negros en Fréjus, durante la Primera Guerra Mundial. Al principio, Lucie, como muchos franceses blancos, siente inquietud ante la presencia de estos hombres, pero rápidamente comienza a cuestionar sus propios prejuicios y decide acogerlos en su casa. Con el acuerdo de sus padres, Lucie organiza clases de idiomas en su casa y decide enseñarles francés a los tirailleurs, estableciendo una relación humana con ellos. Lucie desvela el fundamento del racismo a través de los abusos lingüísticos practicados por la administración colonial francesa, que inventó e impuso un francés deformado, el « petit nègre », para deshumanizar y controlar a los indígenas. Morius del Fosse, lingüista y etnólogo, creó un francés inspirado en el sistema de las lenguas africanas conocido entonces como Le Français tel que le parlent nos tirailleurs sénégalais (El francés tal como lo hablan nuestros tirailleurs senegaleses), el cual informa a los oficiales de la administración encargados del ejército colonial sobre sus deberes respecto a la instrucción de los reclutas negros. Lucie observa que el francés que hablaban los negros era el resultado de un plan astutamente planeado que ordena la supresión total de los verbos en francés: y su reemplazo por la expresión: “y a” (hay). De modo que todos los soldados hacían fraces tipo “y a gagner”, “y a bon”, “y a content”, “y a moyen”, “y a besoin”, “y a connaître”, “y a faire manière.”  Lucie escribe que todo ello demuestra cómo el francés fue manipulado para reforzar una jerarquía racial y social. A través de esta experiencia, Lucie se transforma, compartiendo risas y lágrimas con los tirailleurs. Su relato es un testimonio de su compromiso con la dignidad humana, de su negativa a considerarse superior y de su deseo de comprender las realidades de aquellos que encontró. Des inconnus chez moi es un valioso testimonio sobre la hospitalidad y la solidaridad interracial, al tiempo que expone la importación del sistema colonial y el racismo en Europa y cómo moldean las relaciones humanas.

Según el magazine Jeune Afrique, el libro de Lucie no solo es un documento histórico que los investigadores están estudiando, sino también una reflexión moderna sobre los prejuicios, el lenguaje y la lucha por el reconocimiento. Su nombre está asociado con la primera obra literaria en lengua francesa escrita por un negro, el senegalés Bakary Diallo. Este soldado subalterno del ejercito colonial y Lucie Couturier se conocieron en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. La única obra conocida de él, Force-Bonté, es una novela autobiográfica, publicada en 1926 gracias a la intermediación de Lucie quien facilitó el manuscrito a su editor. Lo que ha generado dudas de la autenticidad de la autoría, cuestionada por los intelectuales africanos que percibieron una manipulación del imperialismo francés. Force-Bonté es un elogio al imperialismo y a la obra civilizatoria de Francia, que el autor considera una potencia benefactora que pacificó África poniendo fin a las guerras feudales y creó las condiciones para su prosperidad. “Bakary Diallo cree sincera y profundamente que Francia cruzó los mares para trabajar por el bienestar de África, guiada por valores de amor, amistad y fraternidad” dice Mouhamadou Kane, el autor del prólogo de la última edición. Las características de las sociedades africanas son ignoradas o relegadas a un segundo plano y el autor nos sorprende por la simplicidad de su pensamiento y su ingenuidad, encajando a la perfección con el perfil del “buen negro” que ha interiorizado el discurso paternalista. Algo que se percibe desde el prólogo del libro, escrito por Jean-Richard Bloch, el editor. Según Mouhamadou Kane, los autores de antologías y divulgadores que han prestado un servicio significativo a la literatura africana, no mostraron interés por esta obra, ni durante el período colonial, cuando las preocupaciones políticas del momento legitimaban el silencio de los africanos y sus aliados europeos, ni durante el periodo de la independencia, cuando el distanciamiento de la colonización favorecía una consideración más serena y objetiva de los hechos. Los estudios más comprometidos con el texto se sitúan dentro del círculo de los críticos anglófonos que abordaron el trabajo de Diallo con rigor y honestidad intelectual.

Mientras Bakary Diallo se dedicaba a los elogios de Francia, otro senegalés, Lamine Senghor (sin parentesco con el poeta presidente), movilizaba las masas contra el colonialismo y a favor de los derechos de los soldados indígenas, que habían sido marginados y explotados por Francia. Mediapart ha dedicado un interesante artículo a su bibliografía. Excombatiente de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), Lamine Senghor se convirtió en una figura clave en la lucha contra el racismo y la discriminación hacia los soldados africanos, conocidos como “tirailleurs sénégalais”. Estos soldados, a pesar de su contribución significativa durante la guerra, fueron tratados como ciudadanos de segunda clase, tanto en el ejército como en la sociedad francesa. Al principio, Lamine Senghor militaba en la Unión Intercolonial, un grupo fundado por el partido comunista francés.  En 1926, el mismo año que Bakary Diallo publicó su novela sobre la “imperiofelia” francesa, Lamine Sengho creó el Comité de Defensa de la Raza Negra (CDRN), convirtiéndose así en el primer activista-intelectual y político negro en haber organizado a los negros en Francia de manera significativa. El CDRN es el primer movimiento popular negro que logró reunir en Francia a cientos de miembros a través de los puertos y las grandes ciudades francesas. Lamine Senghor fue un activo defensor de la mejora de sus condiciones laborales y de la igualdad de derechos para los africanos en las colonias francesas. Participó en la creación de asociaciones y movimientos anticolonialistas, como la Liga contra el Impérialisme, donde luchó por la independencia de las naciones africanas y por la dignidad de los pueblos colonizados.

En este contexto, Lamine Senghor jugó un papel fundamental en la articulación de un discurso contra el racismo y a favor de la resistencia, proponiendo la unidad africana como respuesta a las políticas imperialistas de Francia, como se aprecia en su texto La violación d’un pays, que pronunció en febrero de 1927. Para él no puede haber una lucha antirracista sin un diagnóstico claro de la historia del racismo, esto es, del colonialismo y el imperialismo. Lamine Senghor destacó por su participación en la denuncia de las injusticias que sufrían los soldados africanos al ser despojados de sus derechos, a pesar de haber arriesgado sus vidas en el frente europeo. Su activismo se centró en el rechazo a la asimilación colonial y en la reivindicación de una identidad africana autónoma, en contraposición a las visiones paternalistas y colaboracionistas.  

Imagen de Lamine Senghor / Wikimedia

Con las acciones de Lamine Senghor y su movimiento, el imperio francés empezaba a enfrentarse al desafío de los colonizados instalados en la metrópolis. Al mismo tiempo, algunos indígenas promocionados al estatus de administradores coloniales empezaban a sublevarse contra la violencia y la deshumanización de sus pueblos. René Maran publica Batouala en 1921, en un contexto donde el movimiento de la negritud comenzaba a gestarse, gracias al liderazgo de las hermanas Nardal (Paulette, Émilie, Alice, Jeanne, Cecile, Lucie et Andrée) y autores de la diáspora influenciados por los artistas del Herlem Renaissance. La Revue du Monde Noir (Revista del Mundo Negro) impulsada por Paulette Nardal en 1931, y la publicación de Banjo de Claude McKay en 1929, marcan el surgimiento de una literatura que pone los cimentos de la “Internacional Negra” premonitora del movimiento de la Négritude. En la primera publicación de la revista Mundo Negro (no confundir con la revista de los misioneros combonianos de Madrid), se incluye un poema de Claude McKay, así como el relato «Fog» de John Matheus, traducido al francés por Paulette Nardal bajo el título «Brouillard». Según explica Renaud Boukh en el prefacio de la reciente publicación de Docker Noire de Ousmane Sembene, algunos pasajes de estas traducciones parecen haber sido literalmente “adoptados” por Paulette Nardal, evidenciando su gran talento artístico, cultural y literario que sentó las bases para un discurso antirracista y la reafirmación de las identidades de las comunidades negras en Paris.

En Les sœurs Nardal. À l’avant-garde de la cause noire, Léa Mormin-Chauvac rescata la memoria de las hermanas Nardal del olvido. La autora demuestra que mujeres, negras y feministas, abrieron camino para los intelectuales negros en Francia en una época marcada por la dominación del pensamiento colonial y la marginalización de las personas negras. Mediante su salón literario en París, crearon un espacio de encuentro y reflexión. Fue durante estos debates que floreció el pensamiento crítico sobre la condición de la comunidad negra, permitiendo a los jóvenes escritores y estudiantes de África y el Caribe francés estructurar su pensamiento y forjar una identidad colectiva. Figuras como Léopold Sédar Senghor, Aimé Césaire y Léon-Gontran Damas impulsarán el movimiento de la negritud. Jeanne Nardal, por su parte, desempeñó un papel fundamental en la reflexión intelectual y política de la negritud, especialmente en lo que respecta a la situación de la mujer negra. Su influencia es evidente en la idealización de la mujer negra en los poemarios de Senghor y sus compañeros, quienes la consideran un símbolo de la conservación de los valores ancestrales.

Debemos recalcar, no obstante, que el surgimiento de la négritude estuvo profundamente influenciado por el Renacimiento de Harlem, lo que tuvo importantes consecuencias en la orientación de sus escritores. Según Mahamadou Kane, los autores de la négritude se interesaron principalmente por la recuperación del pasado africano y la denuncia de los efectos devastadores de la colonización. Sin embargo, esta perspectiva, moldeada por el enfoque cultural y folclórico del movimiento de Harlem, no abordó de manera contundente las luchas anticoloniales y antiimperialistas. El contacto entre los activistas negros en París y sus homólogos del movimiento de Harlem marcó un cambio en el activismo antirracista de la época. A diferencia de líderes como Lamine Senghor, cuya militancia se enfocaba en el antirracismo sistémico y en la lucha frontal contra el colonialismo, los máximos dirigentes de la négritude, como Aimé Césaire y Léopold Sédar Senghor, optaron por un enfoque más institucional. Ambos ocuparon cargos en la administración colonial francesa: Césaire como diputado y Senghor como ministro, antes de convertirse en el primer presidente de Senegal. Este giro hacia el reconocimiento cultural y político dentro del sistema colonial reflejaba una transición del antirracismo militante hacia un antirracismo artístico y simbólico.

El legado de la négritude se ha perpetuado en movimientos antirracistas en las grandes ciudades de Francia, España e Inglaterra, etc., donde las reivindicaciones suelen centrarse en la inclusión y el reconocimiento de los negros y las negras, especialmente de los autodenominados “afros,” dentro de las estructuras capitalistas e imperiales del sistema. El afropolitanismo de Achille Mbembe, buscando una identidad africana global y cosmopolita, ha acabado creando una falsa disyuntiva donde el antirracismo se ha vuelto puramente conceptual, encapsulado en lemas y eslóganes como la interseccionalidad y la anticolonialidad. Por doquier, las organizaciones, universidades e instituciones se lanzan en una campaña para “deconstruir” “la mirada que tiene del otro.” Basta con pedir a la gente que se ponga en la piel del otro, en los zapatos del otro… en la salsa del otro. Como si el otro fuera un sujeto cuyo pasado y presente son alcanzables y manejable gracias al llanto de unos cuantos personajes influyentes de las “comunidades cibernéticas” de las periferias subalternas. Añadiremos que la interseccionalidad y la decolonialidad son conceptos intercambiables, perfectos para adornar la lucha cotidiana del antirracismo folclórico y alimentar el eterno sueño de igualdad de los “racializados.” El militante antirracista de hoy se despierta siendo decolonial, pasa el día navegando con destreza entre la interseccionalidad y se acuesta satisfecho, convencido de haber cumplido sus nobles compromisos antirracistas.

¿A quién vamos a engañar?

La realidad del racismo permanece intacta desde el inicio de la invasión, ocupación, explotación y dominación de otros pueblos por parte de Europa. En menos de un año, se conmemorará el centenario de la Ligue de la Défense de la Race Nègre, fundada por Lamine Senghor, un recordatorio de que las luchas anticoloniales siguen siendo tan urgentes como entonces. Este centenario ofrece una oportunidad para regresar a las raíces del antirracismo auténtico, aquel que no se limita a demandas simbólicas de inclusión, sino que se centra en la construcción de una perspectiva radicalmente anticolonial. Es imperativo conectar las luchas de los pueblos negros en todo el mundo contra las fuerzas neocoloniales e imperialistas que, aún hoy, continúan perpetuando la opresión las masas marginadas. Disfrazado de “africanista”, “humanitarista” y “cooperacionista” del desarrollo, el neocolonialismo perpetúa un racismo sistémico que favorece el saqueo de los recursos por parte de multinacionales en connivencia con élites locales. El neocolonialismo no solo priva a los países africanos de su soberanía, sino que también refuerza una jerarquía global que deshumaniza y margina a las personas negro-africanas y sus descendientes en el Norte Global. Por esta misma razón, ninguna persona negra será verdaderamente reconocida y respetada en Europa mientras los derechos fundamentales en África continúen siendo pisoteados. Es por esto mismo que la lucha antirracista debe trascender las demandas de reconocimiento e inclusión en los sistemas occidentales y vincularse de forma explícita con la lucha por la justicia económica y la soberanía política en África. Solo a través de una resistencia colectiva que confronte tanto el imperialismo global como las élites locales cómplices se podrá construir un futuro de dignidad y emancipación para las personas negras y sus descendientes.

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