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En el genocidio de Ruanda también hubo «justos»

En el genocidio de Ruanda también hubo «justos»
A crack in the monolith. Flag of Rwanda. Imagen: © cil86 / Adobe Stock

Antoni Castel

Doctor en Ciencias de la Comunicación, miembro de GESA

En el 30 aniversario del genocidio cometido contra los tutsis en Ruanda, es necesario recordar a los «justos», quienes arriesgaron sus vidas por esconder a unas personas a las que la propaganda del régimen racista hutu había condenado a muerte.

En el deliro de la matanza, que se desencadenó en gran parte del pequeño país de los Grandes Lagos una vez conocida la muerte del presidente Juvénal Habyarimana, al ser derribado su avión el 6 de abril de 1994, unos centenares de indakemwa (persona íntegra en lengua kinyaruanda) desobedecieron las órdenes de acabar con los tutsis. En lugar de unirse a los exaltados grupos que perseguían a sus vecinos tutsis, los protegieron, pese a que lo podían pagar con su muerte.

La principal asociación de supervivientes de Ruanda, Ibuka, contabilizó, después de un exhaustivo trabajo de campo, a 265 personas que merecían ser calificadas de indakemwa, de las cuales el 74 % eran campesinas. Veinte murieron con los tutsis a los que intentaban salvar.

En la lista figuraban inicialmente 372 nombres, pero, tras analizar dichos perfiles, 107 fueron eliminados porque, si bien habían protegido a tutsis, habían participado en robos o en la muerte de otras personas. Los 265 indakemwa lo merecen por su valiente e intachable comportamiento, atestiguado por los supervivientes a los que salvaron la vida.

Uno de los justos es Yahaya Nsengiyumva, quien logró esconder a 30 tutsis en su casa de Kicukiro, en Kigali. Nsengiyumva se enfrentó a los asaltantes de las milicias interahamwe, formadas por hutus, que llegaron a lanzar una granada contra su vivienda. Musulmán, restaba importancia a su acto heroico, que atribuía a las enseñanzas del Corán.

La comunidad musulmana, una minoría en un país de mayoría católico, no participó de forma masiva en las matanzas, ni se dejó atraer por el discurso de odio que difundía la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas (RTLM). Los musulmanes se mantuvieron al margen y, en algunos casos, como en el de Nsengiyumva o en una mezquita del distrito de Rwamagana, salvaron a tutsis. En agradecimiento, en 1995, el entonces primer ministro Paul Kagame reconoció el papel de la comunidad musulmana.

La comunidad musulmana, elogiada

Así, mientras miles de tutsis eran asesinados en las iglesias en las que habían buscado protección, no se registraron muertes en mezquitas. Como pone de manifiesto una investigación llevada a cabo por Kristin Doughty y David Moussa Ntambara, publicada en el 2003, gran parte de la comunidad musulmana no quiso unirse a las hordas que perseguían a los tutsis. Al contrario, se registraron numerosos casos en que musulmanes hutus defendieron a tutsis, fueran o no musulmanes.

Entre los sacerdotes católicos destaca el padre Jean-Bosco Munyaneza, de la parroquia de Mukarange, en el este de Ruanda. De acuerdo con los sobrevivientes, el padre Munyaneza se enfrentó verbalmente a los agresores que, blandiendo machetes, querían liquidar a un grupo de tutsis. “Si queréis salvarme, ellos se salvarán conmigo; si queréis matarlos, me mataréis con ellos”, les increpó. Y así fue: los milicianos hutus los mataron a todos.

En el Memorial del Genocidio de Kigali se destacan casos de resistencia, de autoridades que desobedecieron las órdenes, como Jean Marie Vianney Gisagura, alcalde de Nyabisindu. Cuando llegaron a la localidad los interahamwe procedentes de Gikongoro, Gisagura les enfrentó con las pocas fuerzas locales de que disponía. Murió junto con otras 11 personas de su familia.

Salvados en un orfanato de Nyamirambo

Un campesino, Frodouald Karuhije, es recordado porque salvó la vida de 14 tutsis en Gitarama, a los que escondió durante un mes. Su hermana les cocinaba la comida que les llevaba cada noche, cuando los milicianos hutus se retiraban. Sobrevivieron bajo tierra, en un hoyo que Karuhije había cubierto con hojas de plátano y maleza.

Otra persona que figura en el Memorial del Genocidio de Kigali es Zura Karuhimbi, una curandera de 70 años a la que se creía poseída por los espíritus. Karuhimbi escondió en su vivienda y en el establo, en la localidad de Musambo, Ruhango, a más de cien tutsis. Cuando los grupos de hutus se acercaban a la casa, Karuhimbi les advertía que allí habitaban espíritus. Por su valor, fue premiada por el presidente Kagame en 2006.

Damas Mutezintare Gisimba acogió a unas 405 personas en su orfanato de Nyamirambo. Salvó a los huérfanos, a sus empleados, a tutsis que buscaron refugio en la catedral de Saint Michel e incluso a personas malheridas que habían sido tiradas en fosas comunes. En una entrevista en el 2019, en el 25º aniversario del genocidio, Gisimba subrayó que en el orfanato había 80 niños antes de que comenzaran las matanzas. Después, se llenó de personas, desde bebés de pocos meses hasta adultos, que pasaron tres meses en el recinto.

Un libro excepcional

Los testimonios de veinte de estas personas excepcionales, que anteponen la humanidad y el amor al prójimo a su propia vida, son recogidos en un libro de Jacques Roisin, tan necesario como recomendable: Dans la nuit la plus noire se cache l’humanité. Récits des Justes de Rwanda, publicado en el 2017 (Les Impressions Nouvelles, Bruselas). A Roisin le impresiona sobre todo Zura, quien le reconoce: “No habría permitido que se mate a la gente, que una persona mate a otra persona. Como seres humanos, somos todos iguales”. En el genocidio, Zura pierde a su exmarido, a tres hijos y a numerosos familiares.

Roisin también entrevista a un militar hutu, Silas Mtamfuraigiraishyari, quien en lugar de alentar a los genocidas como hacen sus compañeros de armas se dedica a trasladar a tutsis a Burundi durante la noche, con la ayuda de miembros de la iglesia pentecostal, de la que forma parte. Efectuará tres viajes, porque en el tercero es buscado por los militares, que sospechan de él. Refugiado en Burundi, se une al Frente Patriótico Ruandés (FPR), que entra en Kigali en julio de 1994. En tres meses, mueren unas 850 000 personas, en su mayoría tutsis, según las Naciones Unidas. “Lamento no haber salvado a más personas”, declara Silas. Su valor le costará caro, puesto que un hijo suyo muere envenenado.

Artículo redactado por Antoni Castel.

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