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No dejemos de mirar al Sahel

No dejemos de mirar al Sahel
Alessandro Vannucci en Flickr
Director General

José Segura Clavell

Director general

La atención global está en estos momentos exclusivamente en Ucrania, pero el Sahel vive momentos clave que reclaman la atención internacional: el golpe de Burkina Faso y la respuesta de Mali a las sanciones internacionales así lo demuestran

Sé que en estos días el mundo anda mirando en exclusiva hacia Ucrania, escudriñando todos y cada uno de los gestos que rusos, norteamericanos y europeos hacen para ver si una pequeña chispa hace saltar, o no, el temido conflicto bélico. Entiendo perfectamente que sea así, porque en la resolución de este conflicto nos jugamos mucho, así que esperemos que la diplomacia culmine con éxito su trabajo y se evite una guerra.

Sin embargo, muy cerca de nosotros, en el continente africano, están sucediendo cosas a las que se les está prestando poquísima atención mediática y que están siendo muy, muy importantes. Burkina Faso, un país en el corazón del Sahel, la región que ha sufrido con dureza en los últimos años el auge del yihadismo (solo en 2021 fallecieron casi 5000 personas, con un incremento de los ataques un 70 % mayor que al año anterior), amaneció con tiroteos en sus principales campamentos militares el pasado domingo.

Al principio se quiso explicar la situación como un amotinamiento de los soldados como forma de protesta por los escasos medios disponibles para luchar contra el yihadismo. De hecho, la población burkinesa había mostrado ya varias veces su indignación por la situación de inseguridad en el país. En el último año, dos ataques yihadistas en campamentos militares causaron estragos. En noviembre, 50 militares fueron asesinados en un ataque tan solo dos semanas después de lanzar un mensaje que trascendió a la opinión pública: por no tener, no tenían comida ni provisiones, sus condiciones eran pésimas y estaban expuestos. No recibieron auxilio.

Este tipo de situaciones explica que gran parte de la ciudadanía de ese país, hastiada de ver cómo sus soldados son desatendidos, apoyase a los militares inicialmente amotinados. En menos de 24 horas se confirmaba que habían detenido al presidente Roch Kaboré. La toma de la televisión nacional y un mensaje ante las cámaras lanzado por un grupo de militares confirmaron que nos encontrábamos ante un nuevo golpe de Estado.

Porque el de Burkina Faso es el cuarto golpe de Estado sucedido en África en los últimos 17 meses. Y es muy parecido, casi un calco, a lo sucedido en la vecina Mali, otro país sacudido por la barbarie yihadista que en agosto de 2020 vivió ya un golpe y que, tras poner en marcha un gobierno civil que no acababa de convencer a los militares, remató con un segundo golpe de Estado en mayo de 2021.

También con escasa atención internacional, Mali atraviesa semanas clave: en medio de unas sanciones durísimas de la organización regional a la que pertenece, la CEDEAO, a Mali se le cortaron las ayudas y hasta se le ha restringido el espacio aéreo porque su junta militar, que inicialmente se había comprometido a convocar elecciones en un año, anunció que no lo haría y señaló que necesitaba hasta cinco años para apaciguar el país.

Las sanciones de la CEDEAO y el apoyo de la comunidad internacional a estas generaron en los pueblos y ciudades malienses una oleada de manifestaciones de apoyo popular a los golpistas. Estos, además, han lanzado un pulso, especialmente a Francia (principal sostén hasta ahora de la lucha antiyihadista a través de la operación Barkhane, ahora en retirada) y la propia Unión Europea.

El desafío consiste en un supuesto acuerdo con el grupo Wagner, la empresa de mercenarios rusos que se dice es uña y carne con el presidente Putin y que ha aprovechado la relación histórica de Mali con la antigua Unión Soviética para meter al Sahel en esta guerra fría global que, como vemos, no solo está en Ucrania.

En resumen, la junta militar maliense podría ya tener en el corazón del país a centenares de militares rusos formando a sus tropas en el combate contra el yihadismo mientras, simultáneamente, le pide a países como Dinamarca que retire a sus tropas de la operación internacional Takuba (la operación sucesora de la francesa Barkhane, compuesta por fuerzas especiales de muchos países diferentes luchando conjuntamente contra el terrorismo) o le niega a Alemania la posibilidad de que uno de sus aviones militares mande provisiones y repuestos a sus soldados en la base que tienen en el centro del país (desde donde trabajan también en la lucha contra el yihadismo).

El Sahel, como ven, es pura geopolítica en estos momentos, y por eso fundamental lo que digo: no lo perdamos de vista ni un momento, ocurra lo que ocurra en Ucrania u otras zonas del planeta que parecen más obvias bajo los focos de la atención internacional.

Desde Casa África, conscientes del importante momento, y en coordinación con el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, estamos trabajando para que, posiblemente a mediados del mes de marzo, nuestra institución pueda ser sede de una reunión diplomática en la que participarán todos los enviados especiales (en España conocidos como embajadores en misión especial) que cada país europeo tiene dedicado al Sahel. Una reunión parecida a la que la Casa ya acogió hace dos años, con el objetivo de ayudar a generar espacios de entendimiento ante una situación que cambia muy rápidamente.

Porque Mali, Burkina Faso y Guinea (también víctima de otro golpe de Estado hace unos cuatro meses) repiten un patrón: la reversión del orden constitucional casi sin violencia, con apoyo popular y con el argumento de los militares de que la escasez de medios y el desgobierno les impedía hacer su trabajo y proteger a sus ciudadanos.

He escrito ya en varias ocasiones que el Sahel es nuestro patio trasero y que su inestabilidad constituye un elemento de extrema importancia para la seguridad de nuestro país. Pese a los esfuerzos internacionales, incluido el de nuestro país (el país europeo que más soldados aporta a la misión EUTM-Mali), la situación securitaria no ha hecho más que complicarse. Y cuanto más se complique la seguridad, más complicado es avanzar en el desarrollo: en Burkina Faso, por ejemplo, hay zonas cuyas escuelas no han abierto en los últimos dos años. Una juventud sin formación es el caldo de cultivo perfecto para el reclutamiento yihadista, ya que no hace falta ni radicalizarlos, solo procurarles un sustento. Estamos llegando a una disyuntiva en que es más fácil conseguir lo que quieres con un kalashnikov en la mano que con un diploma.

Y lamento decir que quizás eso ha ocurrido por varios motivos. Uno es el desgobierno y la corrupción en los propios gobiernos africanos, pero otro, y que sí nos atañe, es porque el conjunto de la Unión Europea no le ha dado a la región el trato y la atención prioritaria que merecen. El del Sahel, me temo, se ve como un conflicto lejano, de terroristas acampados en un desierto inabarcable que solo generan peligro para los pobrecitos africanos (disculpen el cinismo).

La situación me resulta un tanto familiar en la medida que sucede algo parecido con la respuesta europea al fenómeno migratorio. El esfuerzo comunitario que se realiza en los países del este es claramente superior al que se realiza en la frontera Sur, en las rutas que llegan a nuestro país, tanto por el Estrecho como por los de la llamada Ruta Canaria.

La situación de los migrantes varados en medio del frío entre las alambradas de Polonia y Bielorrusia suscitó la atención de toda Europa, copó portadas de periódicos y abrió telediarios. Con cada una de las últimas tragedias sucedidas en las peligrosas aguas del Atlántico hacia Canarias sucede completamente lo contrario. Nos enteramos a través de las redes sociales y los periódicos en Canarias lo siguen llevando a sus portadas, pero para los medios nacionales es una nota más, una columna breve en la maraña de la información nacional: nueva tragedia en aguas de Canarias. Y a seguir.

Artículo redactado por José Segura Clavell y publicado el 30 de enero de 2022 en Canarias7.

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