Quizá sea el irlandés Bob Geldof el rostro musical más conocido alrededor de los conciertos benéficos, pero el antiguo líder de Boomtown Rats no ha sido el único ideólogo de la música como medio de recaudación de dinero que ayude al desarrollo. Ni siquiera fue el primero. En 1971, tres lustros antes del famoso recital Live Aid, el guitarrista beatle George Harrison y el tañedor indio de sitar Ravi Shankar habían organizado un recital de estrellas en el Madison Square Garden (Nueva York) para recaudar fondos ante la tragedia en Bangladesh. En las décadas posteriores, esta tendencia de grandes eventos decayó, aunque han sido otros proyectos culturales los que han tomado el relevo solidario. Hoy, en Semilla Negra, repasamos la labor desarrollada en los últimos años a través del proyecto Playing For Change. Una iniciativa que se nutre de música popular para recoger fondos que permitan la apertura de escuelas en África y Asia.
En 2004, el productor norteamericano Mark Johnson y el guitarrista argentino Enzo Buono idearon un proyecto que, con la aportación de músicos famosos y de intérpretes menos conocidos, fuera una herramienta útil para potenciar toda la ayuda necesaria para desarrollar la enseñanza musical en zonas alejadas de África. Como eje estaba, claro, la música. Y Playing For Change comenzó con la grabación de músicos callejeros interpretando piezas clásicas de pop, rock y reggae. La popular Stand by me, original de Ben E. King compuesta en 1961, fue el primer intento. Desde ese momento, Playing For Change ha registrado otro medio centenar de versiones, luego publicadas en dos discos, para nutrir los conciertos de una banda propia y, acorde con los tiempos, difundir el proyecto en Internet. ¿Resultado? En lo mediático, más de cuarenta millones de reproducciones en redes sociales. En lo económico, financiación suficiente para que la Fundación Playing For Change haya podido poner en marcha ocho programas de enseñanza musical en otros tantos centros educativos de África y Asia. En el continente negro, la iniciativa está operativa en Tamale (Ghana), Kirina (Mali), Gugulethu (Sudáfrica) y Kigali (Ruanda). El horizonte de futuro en Playing For Change pretende llegar a la cifra de doce programas de educación musical, con 750 estudiantes y 163 puestos de trabajo en el año próximo.
En esta verdadera conspiración de esperanza, el caso de Kirina es singular. En este pueblo, situado cuarenta kilómetros al sur de Bamako, la capital de Mali, el músico Mahamadou Diabaté se encarga de coordinar la enseñanza musical de los instrumentos tradicionales. En la Escuela de Música de Kirina se imparten actualmente clases de kora, djembé y balafón, también enseñanza de danzas populares y un taller de reparación de instrumentos. Mahamadou, hermano de Toumani Diabaté, lleva también, desde la apertura dela escuela de Kirina en octubre de 2010, labores de mejora en la red municipal de agua potable y la construcción de un primer sistema eléctrico de energía solar. Porque hasta la llegada de Playing For Change, en Kirina no se dispuso de energía eléctrica.
Videoclip de Baaba Maal en la Escuela de Kirina (Mali)
En lo musical, Playing For Change ha acertado al elegir un repertorio popular y de fácil acceso en todo el mundo. Son canciones que pertenecen a la memoria colectiva del planeta, música sin distinción de fronteras. De John Lennon a Bob Marley, de Bob Dylan a los Rolling Stones. Con estos mimbres, las grabaciones comenzaron hace ocho años en una calle de Santa Mónica (California). Allí, Mark Johnson y Enzo Buono registraron las primeras imágenes del músico callejero Roger Ridley en su interpretación de Stand by me. Comenzó luego una excursión por todos los continentes para completar el fresco sonoro de músicos ambulantes de Playing For Change. Al final, la canción de Ben E. King se completó con aportaciones callejeras de otros dieciocho músicos, entre ellos el cantante sudafricano Vusi Mahlasela y Grandpa Elliot, un músico ambulante de Nueva Orleans que se situó como una referencia con Playing For Change.
Nuestro recorrido musical por este proyecto arranca con Baaba Maal, el músico senegalés que se ha convertido en patrón de la escuela de música de Kirina y que en su visita al pueblo aprovechó para ofrecer un concierto a sus alumnos y grabar varias canciones en el patio de recreo del colegio. En clave africana, las grabaciones de Playing For Change han contado también con la participación del grupo tuareg Tinariwen, que se sumó a una grabación colectiva que incluye al guitarrista flamenco Niño Josele y al músico americano de blues Keb´ Mo´. La canción Talkin´ bout a revolution, de Tracy Chapman, que se grabó durante una sesión improvisada en Johannesburgo (Sudáfrica), supone una excepción en el proceso de grabaciones colectivas callejeras. En ellas han participado Manu Chao y Vusi Mahlasela, en el clásico reggae One love. Bono y el israelí David Broza también eligieron a Bob Marley (War-No more trouble). El grupo Sierra Leone´s Refugee All Stars acompaña al veterano bluesman Taj Mahal en la stoniana Gimme shelter; y la kora de Toumani Diabaté suena en Higher ground, el tema de Stevie Wonder, junto a la cantante sudafricana Titi Tsira. En el tramo final participan otros músicos no africanos como los colombianos Totó La Momposina y Carlos Vives, el jamaicano Stephen Marley (que une su voz a la de su padre en un dueto virtual para cantar Redemption song) y el grupo de músicos callejeros Playing For Change Band rescatando Biko, clásico de Peter Gabriel compuesto en memoria del asesinado líder sudafricano Stephen Biko.
Carlos Fuentes es el autor de Semilla Negra. Periodista y crítico musical, durante las últimas dos décadas ha publicado artículos, entrevistas y reportajes sobre las músicas africanas en periódicos nacionales y en revistas especializadas como Rockdelux o Serie B.
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2 respuestas
“Es demasiado ver a Blair junto con Bob Geldof lamentarse por África y organizar un acto con grandes celebridades. Todo esto de los conciertos reivindicativos sólo contribuye a agravar el asunto de la falsa ayuda, limpiando la conciencia de la gente. Es una ceremonia de catarsis colectiva y nada más […] Geldof se ha convertido en un instrumento del sistema, aunque no creo que él sea consciente de ello. No queremos que nadie piense por nosotros” (Aminata Traoré)
El proyecto Playing For Change es otro cantar. Una excelente iniciativa que marca el camino de cómo se han de hacer las cosas. Otro acto con muchísimo sentido fue este evento http://www.youtube.com/watch?v=k1guP0ugsGQ Hace años escribí un artículo sobre el mismo que con gusto les comparto (espero que no les importe). Dice así:
AFRICA LIVE. THE ROLL BACK MALARIA CONCERT
«Nunca pongan en duda que un pequeño grupo de gente comprometida puede cambiar el mundo; es más, es el único modo en que siempre lo ha hecho» (Margaret Mead).
Corría el año 1971 cuando el tristemente desaparecido George Harrison, consciente del enorme poder mediático que atesora esta forma de expresión artística, decidió ponerse al mando de una empresa que tenía por objeto recaudar fondos para paliar la hambruna que, por aquel entonces, diezmaba a la población de Bangladesh. El día 1 de agosto de dicho año, el Madison Square Garden de Nueva York colgaba el cartel de «no hay entradas» y artistas de la talla de Bob Dylan, Eric Clapton o Ravi Shankar, pasaban a la historia por co-protagonizar el primer acto que reunía, por vez primera y sobre un mismo escenario, a la flor y nata del panorama musical del momento al servicio de una causa humanitaria. Mucho ha llovido desde entonces.
Poco más de tres décadas después de aquel histórico evento, el afamado músico senegalés Youssou N’Dour ha decidido mantener viva la llama prendida por el genio de Liverpool y hacer realidad uno de los proyectos más ambiciosos y, qué duda cabe, plausibles de cuantos acontecen en la actualidad: el primer concierto internacional contra la malaria; una enfermedad que, según datos facilitados por las Naciones Unidas, se cobra cada treinta segundos la vida de un niño subsahariano menor de cinco años dejando en otros tantos secuelas físicas y mentales de notable consideración.
Precedido de una intensa campaña divulgativa destinada a reducir en número los casos de contagio, el Estadio Iba Mar Diop de Dakar se convirtió, los días 12 y 13 de marzo del pasado año, en escenario de una serie de actos destinados a sensibilizar al mundo de una tragedia que se ceba con los habitantes de las zonas más empobrecidas del planeta. Figuras de la talla del camerunés Manu Dibango, la maliense Rokia Traoré o el senegalés Baaba Maal (y así hasta sumar un total de doce) no dudaron en acudir a la llamada del autor de Seven Seconds y deleitar a las aproximadamente 20.000 almas que se dieron cita en el lugar con lo mejor de su repertorio, ocasión que no desaprovecharon para hacer un llamamiento a los responsables de dilapidar los fondos de los países en vías de desarrollo e instarlos a tomar cartas en el asunto.
Muchas fueron las consignas lanzadas para tal propósito, resultando reveladores testimonios como el de la cantante beninesa Angelique Kidjo: «Esperamos que nuestros políticos dejen su egoísmo y avaricia a un lado, velen por el bienestar de su gente y hagan lo que sea necesario para erradicar esta y otras enfermedades. Si somos nosotros quienes proveemos de riqueza a los países ricos, por qué no somos capaces de hacer algo al respecto». Lo dicho, a desviar las suntuosas sumas que anualmente se destinan a la compra de armas a la adquisición de bienes de primera necesidad.
Tampoco faltaron las proclamas de aquellos que prefirieron coger al torero por el rabo e ir directamente a la raíz del asunto: «Dicen que África debe dinero ¿Realmente África debe dinero? Después de la esclavitud, la colonización y la desestabilización del continente ¿aún se atreven a decir que África está en deuda?»; fueron las palabras del marfileño Tiken Jah Fakoly en el ecuador de su actuación.
A todas estas, el incrédulo lector se preguntará cómo es posible que, existiendo en la actualidad fármacos que posibilitan la cura de esta enfermedad, el desenlace de los aproximadamente 300 millones de personas que anualmente la contraen sea el que nos proporcionan las estadísticas. Muy sencillo. La disponibilidad del único fármaco que ha demostrado ser eficaz dista mucho de ser la idónea; su coste prohibitivo para las economías de los países afectados y (dados los escasos ingresos que obtendrían por su venta) nimios los intereses de sus fabricantes de ofertar una cantidad más generosa.
¿Una forma poco heterodoxa de plantar cara al problema de la superpoblación mundial? ¿O tal vez un intento a la desesperada de acabar para siempre con una raza considerada inferior por quienes ostentan un ladrillo por cerebro? Un multitudinario evento que millones de hogares en todo el mundo pudieron seguir en directo a través de uno de los más peligrosos inventos del pasado siglo y que, en breve, podremos disfrutar en formato DVD quienes no tuvimos ocasión de hacerlo.