Con la llegada de la corriente eléctrica a África, y pronto se cumplirá un siglo de la puesta en marcha de las primeras plantas de generación eléctrica para dotar de energía a las minas que controlaba la firma Victoria Falls Power Company de Sudáfrica, el desarrollo del continente fue uno de los primeros objetivos de las potencias coloniales que a principios del siglo XX se repartían el domino de África. Junto a la industria, la extracción de minerales y el comercio, que fueron los principales destinatarios de los servicios de corriente continua, la cultura y el ocio se beneficiaron de este avance tecnológico. Y la música, claro está, no quedó al margen del adelanto luminoso. De la instrumentación rudimentaria, de los recursos acústicos de instrumentos como la valiha, el likembé o la kora, se fue pasando paulatinamente a la amplificación del sonido gracias al trabajo de fuentes de electricidad y al uso de micrófonos, altavoces y amplificadores. No es casualidad que ahora, un siglo después, aperos musicales de leyenda, los mismos instrumentos que antes sólo podían escucharse cerca del intérprete, hayan contribuido al resurgir internacional del aprecio por las músicas africanas.
En Senegal, país faro de muchas tradiciones culturales del oeste de África, se localiza un buen ejemplo para explicar la importancia que la popularización de la corriente eléctrica ha tenido en la revolución sostenida de sus costumbres sonoras. Hasta finales de los años 70, ciudades como Dakar fueron epicentro de los gustos musicales africanos. Se tocaban, y se bailaban, ritmos sabrosos de cadencia media. Sin estridencias, el folclor africano se había mezclado con aromas latinos, cantos tribales y tradiciones religiosas. Se llamó pachanga a la música cálida que conjuntos como la Orchestra Baobab, la Orchestre Number One de Dakar o la Star Band interpretaban para amenizar los bailes de fiesta y alegría por la recién conquistada independencia nacional. Similar panorama se daba en Bamako, la capital de Malí, o en Uagadugú, la primera ciudad de lo que antes fue la colonial Alto Volta y ya era el país independiente Burkina Faso.
Pero llegó la electricidad y mandó acelerar. Con el acceso a los micrófonos y altavoces, el volumen creciente permitió que instrumentos como el tambor de axila (llamado tama en idioma wolof) se impusieran a la percusión sincopada que había sido seña de identidad de las primeras orquestas senegalesas. Su ritmo trepidante, su versatilidad y su capacidad comunicativa, no en vano se denomina también tambor parlante, terminó por ganar la batalla del mbalax, la nueva música popular senegalesa que bandas como la Super Êtoile de Dakar convirtieron en la banda sonora de las fiestas de los senegaleses más jóvenes.
Mil kilómetros hacia el este, en Bamako, lo que hasta ese momento se tomaba como un instrumento propio de ceremonias sociales y religiosas, la kora, sufrió también una modificación sustancial con la amplificación eléctrica de su sonido. Y la amplitud de sus recursos sonoros, ya que la kora puede hacer el papel de instrumento de acompañamiento, rítmico o solista, permitió su ensamblaje en las músicas que hasta ese momento eran coto principal de la guitarra eléctrica. El gran bluesman malí Ali Farka Touré solía explicarlo bien haciendo uso de un antiguo refrán africano. Cuando al autor de Talking Timbuktu le preguntaban por qué optó por electrificar instrumentos tradicionales como el violín njurkel, Touré sonreía con picardía: “Porque Dios no hizo la miel para una sola boca”.
Puede sonar una obviedad, pero la música africana, las músicas de África, ya no se entienden sin la participación de la energía eléctrica. Con luz se puede tocar mejor, más alto, pero también la luz permite ofrecer conciertos cuando el sol se ha puesto. Y con la corriente eléctrica se alimentan los equipos con los que se graban los discos en el continente. Algo que un siglo antes, apenas cien años, parecía un sueño, un arrebato futurista propio de la ciencia-ficción. Esta realidad centra el nuevo repaso musical de Semilla Negra, el programa musical de Casa África. Aquí podrás escuchar afrobeat de Nigeria, highlife de Ghana, hip hop de Argelia y la República Democrática del Congo, estilos que se han beneficiado del nuevo volumen eléctrico.
También experimentos que hermanan tradiciones tuareg y tamashek del desierto de Malí, Níger, Argelia y Libia con otros ritmos que se confunden con los que suenan en cualquier pista de baile de Europa y América. Reggae marfileño que aguantaría el tipo en cualquier suburbio de Jamaica y, claro, los aromas magrebíes que el rock ha adoptado en las últimas décadas. Cierra esta excursión por el África eléctrica el que quizá sea el artista negro que mejor haya absorbido las influencias del pop eléctrico contemporáneo. El gran Baaba Maal canta a la televisión, otro canal de influencias foráneas que en África llegó con la electricidad. Muchos años antes de los teléfonos móviles.
Carlos Fuentes es el autor de Semilla Negra. Periodista y crítico musical, durante las últimas dos décadas ha publicado artículos, entrevistas y reportajes sobre las músicas africanas en periódicos nacionales y en revistas especializadas como Rockdelux o Serie B.
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3 respuestas
Me gustan (aunque me llevó tiempo entenderlos) discos como “Tékitoi” de Rachid Taha o “Television” de Baaba Maal (así los concibieron y así vieron la luz). Lo que no trago ni con agua son esos remixes (poco menos que atentados) y regrabaciones sin sentido (ídem) tan de moda en nuestros días. Un ejemplo de cada de dos de mis artistas favoritos:
http://www.youtube.com/watch?v=TH-Q7Q8SeZQ&ob=av2e
http://www.youtube.com/watch?v=GPfOgbxwC3c
De Rainbow Fever yo prefiero otras canciones, como http://www.youtube.com/watch?v=fIkXxn1hJqs. Pero Zap Mama y Bisso na Bisso y Oumou Sangaré y Rachid Taha … Me encanta este programa 🙂