Conocí a Suleimán y le escuché contar su vida cargada de sueños, lucha y coraje. Le acompañé a través de paisajes inhóspitos, en su intento de saltar la valla, en su deportación al desierto, cuando perdió a su amigo, en sus nuevas tentativas, en su esfuerzo por salir adelante. Y, también, en su regreso a Bandiagara, aquel lugar mágico, que fuera centro del imperio de Macina, allá por la curva del Níger, y que me sabe a Ahmadou Hampatê Bâ, el gran contador de relatos ancestrales que maneja con tanta pericia la tradición oral propia de los pueblos africanos. Leer la historia de Suleimán siempre me revuelve el alma y el corazón, y mucho más si la veo en su versión teatral y la interpreta Marta Viera y la dirige Mario Vega. Ni en una ni en otra ocasión soy capaz de retener las lágrimas y no tengo más remedio que dejarlas rodar por mis mejillas infinitamente, hasta hoy mismo, como si quisiera revolverme contra tanta injusticia para solo descubrir mis manos llenas de impotencia.
Pero también he saboreado alguno de los gin tonics que Albert le servía a su amigo Emmanuel Durant en la barra de Le tam-tam en el Hotel Indépendance de Uagadugú y me he dejado arrastrar por la cabezonería de este último que es capaz de poner en peligro su propia vida para conseguir destripar todos los secretos, conspiraciones, intereses económicos y consecuencias del asesinato del tan llorado Thomas Sankara. Y con ellos dos he comprendido y me he llenado de rabia y de frustración ante el tejemaneje y el chantaje de las antiguas metrópolis coloniales en África que no escatiman medios para proteger y mantener sus privilegios y negocios, sin que la vida de las personas y su dignidad o el respeto de los derechos humanos, de los que tanto se llenan la boca y se vanaglorian, les importen o les hagan perder el sueño.
Y así, poco a poco, libro a libro, Antonio Lozano me ha abierto la mente, el alma, el corazón y las entrañas para exponerme a realidades que, aunque posiblemente conocidas, quizás nunca había profundizado con el sosiego y la erudición que él les dedica.
Como buen profesor, Antonio, sabe transmitir con la mejor de las pedagogías, fiel siempre a la realidad, como un cronista, o periodista, que transcribe lo que sucede ante sus ojos y el fruto de sus muchas horas de estudio e investigación. Aunque como él es muy suyo, ante tanta dureza y dolor que habita este mundo, siempre es capaz de deslizar algunas gotas de poesía gracias al uso ágil y sagaz que hace del lenguaje. Una mezcla de cabeza fría y corazón caliente. “Los buenos periodistas, Emmanuel, debemos acercarnos a la noticia con la cabeza, no con el corazón. El corazón es para los poetas; para los periodistas, la cabeza, y cuanto más fría mejor”, escribe en El caso Sankara.
Cabeza fría para analizar, bucear, buscar, investigar lo que sucede con tantas personas que sufren en este mundo, para luego exponer la realidad y denunciar las injusticias. Corazón caliente para dejarse transformar por esas historias, por las mujeres y hombres que conoce con las que crea sinergias de por vida. Así es como, a través de su obra y de su vida, Antonio lleva a cabo una revolución radical que pone en el centro de la historia a las personas que normalmente están desplazadas a sus márgenes, a los últimos, a los nadie y las dota de la humanidad y la dignidad que les es intrínseca.
Por eso, como verdadero revolucionario que es, Antonio, no ha llegado a viejo, como el mismo profetizó en una de sus obras.
Chema Caballero es periodista, escritor y cooperante. Durante dos décadas se dedicó a la formación de líderes y a rehabilitar a menores que habían combatido en la guerra civil que azotó Sierra Leona desde 1991 hasta 2002. En la actualidad colabora con distintos blogs siendo coautor del Blog “África no es un País” en El País y es autor del libro ‘Los hombres leopardo se están extinguiendo’, entre otras publicaciones.