Cuando los militares malienses encabezados por un joven coronel destituyeron a Ibrahima Boubacar Keita (IBK), el presidente de la república de 75 años, en agosto de 2020 en Mali, escribí un artículo donde analizaba la relación entre poder y autoridad en África Occidental. El golpe de Estado de Mali se había producido después de meses de protestas populares en las calles de la capital, Bamako, lideradas por guías religiosos musulmanes como el imam Mahmoud Dicko (Imam Dicko). Los manifestantes denunciaban la inseguridad, la inflación y otras adversidades sociales agravadas por la corrupción y la falta de transparencia del gobierno de IBK. Los protagonistas eran en su mayoría gente joven. Al descontento social se sumaba el malestar de los militares que llevaban años denunciando las malas condiciones de trabajo y la falta de medios para luchar contra el terrorismo y la amenaza secesionista en el norte del país. De hecho, Assimi Goïta y sus hombres fueron recibidos como salvadores, ovacionados por los manifestantes.
Justo dos años antes de ese golpe, el Afrobarómetro publicó los resultados de un estudio realizado entre 2016 y 2018 sobre la percepción de la democracia en 34 países africanos, incluido Mali. Los datos indicaban que la gran mayoría de los africanos prefería la democracia a las alternativas autoritarias, aunque señalaba que la percepción que la gente tenía de la democracia era mala. El informe también revelaba que el ejército era la institución mejor valorada en la mayoría de los países, especialmente en África Occidental. Teniendo en cuenta la autoridad moral incuestionable de los guías religiosos, la desafección política y la buena imagen de la que gozan los militares, era previsible que hubiera más golpes en la región. Cuatro años después del golpe de Assimi Goita, la situación política en África Occidental nos revela un fenómeno que hubiera sido difícil de imaginar hace una década: la llegada de jóvenes al poder, desbancando a la vieja clase política, ya sea a través de golpes de Estado o mediante las urnas, como ocurrió en Senegal en febrero de 2024. He denominado a este fenómeno “el despertar del fénix”, en referencia al ave mítica. La simbología del fénix, presente en muchas culturas, evoca conceptos como el renacimiento, la resiliencia, la transformación y la esperanza. Su uso aquí resulta especialmente pertinente para interpretar el contexto político en África Occidental, particularmente en la región del Sahel.
Durante la segunda década de las independencias (1970-1980), los africanos -hombres y mujeres, jóvenes y mayores- vieron cómo las promesas de libertad, igualdad y dignidad se desvanecían, dando paso a un calvario colectivo marcado por un empobrecimiento exponencial, violencia física y simbólica, guerras civiles, injusticia, fisuras psicológicas, pérdida de identidad y muchas otras adversidades. Los pocos líderes que intentaron reformar el statu quo enfrentaron graves consecuencias. Kwame Nkrumah, ideólogo del panafricanismo y de la unidad del continente frente a las fuerzas neocoloniales, fue destituido y murió en el exilio. Thomas Sankara, uno de los dirigentes más emblemáticos del antimperialismo, fue asesinado, convirtiéndose en un símbolo de la lucha por el cambio y el progreso en Burkina Faso. Otros, quizás, fueron más afortunados. Cheikh Anta Diop, en Senegal, acabó confinado en un laboratorio tras el fracaso de su incursión política. A pesar de las diferencias en sus contextos, tres aspectos fundamentales unen a estas figuras: 1) todos lucharon contra el olvido; 2) impregnaron la conciencia colectiva con sus ideas y sueños, y 3) estaban convencidos de que las generaciones futuras algún día despertarían para continuar sus luchas.
“Las ideas nunca mueren”: reconstruyendo desde las memorias frustradas
Actualmente, cinco países de África Occidental están gobernados por jóvenes líderes que encarnan los mensajes de Sankara, Nkrumah y Diop. Con la excepción de Abdourahamane Tiani, de Níger (60 años), todos tienen menos de 45 años: Assimi Goïta, de Mali (41 años); Mamady Doumbouya, de Guinea Conakry (44 años); Ibrahima Traoré, de Burkina Faso (36 años), y Bassirou Diomaye Faye, de Senegal, que cumplió 44 años el día en que ganó las elecciones. Mientras que los primeros cuatro llegaron al poder mediante golpes militares, el presidente Faye asumió su cargo apenas dos semanas después de su liberación de la cárcel de Cap Manuel en Dakar, donde estuvo preso junto con el líder de su formación política, Ousmane Sonko. A primera vista, las trayectorias que tuvieron estos líderes parece influir en la percepción que se tiene de su legitimidad. Sin embargo, conviene reconocer que todos disfrutan de un fuerte respaldo por parte de las juventudes de sus respectivos países. Este apoyo refleja una dinámica más amplia y compleja, en la que la juventud, frustrada por las promesas incumplidas de los líderes anteriores, se muestra dispuesta a respaldar figuras que, aunque controvertidas, encarnan una promesa de cambio o estabilidad en medio de la incertidumbre.
Aclaremos rápidamente la noción de legitimidad antes de seguir, ya que resulta anacrónico calificar de ilegítimos a unos dirigentes militares encargados de velar por la seguridad y la soberanía territorial por interrumpir el funcionamiento de las instituciones, destituyendo a un grupo de civiles que confiscan el poder político violando las normas de esas mismas instituciones, oprimiendo y matando a su pueblo. En los dos casos estamos ante claros desafíos al ordenamiento constitucional que regula la transmisión pacífica y democrática del poder político. Desde este momento, la distinción entre la legitimidad de un dirigente ‘militar’ y ‘civil’ ya no es tan clara ni relevante. Por ejemplo, considerando el ordenamiento constitucional en Costa de Marfil y Mali, Alassane Ouattara es tan ilegítimo como Assimi Goita en Mali. En el caso de Ouattara, ganó unas terceras elecciones a pesar de que la constitución le prohíbe presentarse para un tercer mandato. Aunque los contextos son distintos, el espíritu de la normalidad constitucional ha sido violado en ambos casos. Por lo tanto, si se puede considerar a Ouattara legítimo, al igual que a Faye en Senegal, entonces se debe reconocer la legitimidad de Goita, Traoré, Tiani y Doumbouya.
De hecho, estando en la oposición, Ousmane Sonko, líder del partido PASTEF y mentor del actual presidente Faye de Senegal, había reconocido la legitimidad de las juntas militares de Mali, Burkina Faso, Níger y Guinea. Este reconocimiento se basa en la ideología panafricanista que abanderan los seguidores de Sonko y los militares. Sonko presentó su proyecto político a los senegaleses como una recuperación de sueños truncados. Los nombres de Cheikh Anta Diop y Thomas Sankara se repetían constantemente en sus discursos y comparecencias. Cuando se evidenció la ambición del anterior presidente de impedirle presentarse a las elecciones pasadas, Sonko declaró en un mitin en junio de 2023: “Si Macky Sall cree que esto es una pelea entre él y yo, es que no ha entendido nada. Mi persona es insignificante para el proyecto de cambio y transformación que la juventud ha iniciado en este país y en otras partes de África. Si el presidente cree que puede diluir fácilmente la esperanza de todo un pueblo para mantener sus privilegios y los de sus amigos, es que no ha comprendido lo que está en juego”. Meses más tarde, Sonko y toda la cúpula de su partido fueron arrestados y encarcelados. A él se le impidió presentarse, pero fue el candidato que designó a dedo, un joven desconocido para la mayoría de los senegaleses, quien ganó las elecciones en la primera vuelta, gracias al respaldo de la juventud.
La juventud ante los desafíos del cambio
En una reciente declaración, Choguel Maiga, el primer ministro de Mali, comparó los cambios políticos en Senegal y en Mali y planteó una reflexión interesante durante la visita de Ousmane Sonko en su calidad de primer ministro de Senegal en Bamako el pasado mes de agosto. Preguntó si el cambio político en Senegal fue el resultado del buen funcionamiento del sistema democrático o si fue producto de la acción y presión popular. El político maliense destacó que, aunque las instituciones democráticas estén pensadas para promover unas elecciones libres y transparentes respetando el funcionamiento del sistema judicial, esto no ha sido el caso en Senegal: “Lo que ocurrió en Senegal es que fue el pueblo senegalés quien salió a las calles para exigir el fin del régimen anterior. Lo mismo que hizo el pueblo maliense aquí. La única diferencia es que los militares apoyaron al pueblo para evitar más muertes. En Senegal, personas murieron para que Bassirou Diomaye Faye llegara a la presidencia”, declaró enfáticamente. Choguel Maiga es conocido por su elocuencia y su alta capacidad oratoria, pero debemos admitirle la lucidez de sus reflexiones y observaciones sobre el caso senegalés.
La determinación de la juventud senegalesa era de tal magnitud que el eslogan de los jóvenes seguidores de Sonko y Faye era: ‘Ku dee sa yaye Juraat’ («al que maten, su madre tendrá otro hijo»). ¿Qué puede llevar a la juventud a sacrificar sus vidas en busca de un cambio? Mi respuesta es que estamos presenciando “el despertar del fénix”. Hay dos ideas clave detrás de esta metáfora. A pesar de los problemas críticos como el terrorismo en el Sahel, los mensajes que nos llegan de estos países sugieren que estamos viendo signos de regeneración, con una esperanza renovada, una memoria colectiva activada y la resistencia de una juventud que, como el mítico ave fénix, busca resurgir de las cenizas de décadas de desilusión y opresión. Más allá de la dimensión mítica, este fenómeno ocurre en un contexto cargado de desafíos políticos y económicos, a los que se suma la lucha por la supervivencia del estado en el Sahel, la recuperación de la dignidad perdida y la construcción de un futuro diferente. Burkina Faso, Mali y Níger han comprendido que separados no pueden alcanzar sus objetivos, por lo que han decidido crear la Alianza de los Estados del Sahel para mutualizar sus esfuerzos bajo el paraguas de la ideología panafricana que tanto anhelaban Sankara, Nkrumah y Diop. La agenda común que comparten los nuevos líderes de Senegal con sus homólogos de Mali, Burkina Faso, Guinea Conakry y Níger es clara: la transformación de sus países. Esta transformación, impulsada por una juventud decidida y ansiosa de cambio, marca una ruptura con el pasado.
Artículo redactado por Saiba Bayo.
Imagen del artículo: Political Map of West Africa. © UN en Wikimedia Commons By UN – [1], Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2105776