Le llaman la gran migración y con razón: es la mayor concentración de herbívoros del planeta. Y es de tal magnitud que no hay unanimidad en cuanto a su tamaño real. Todo son estimaciones, pero las cifras sobre las que más consenso hay son espectaculares: se cree que hay más de dos millones de animales en marcha. Un millón trescientos mil ñus azules, medio millón de gacelas de Thompson, doscientas mil cebras y algunos miles de ejemplares de elands, topis y otros herbívoros. Y no solo la cantidad de animales impresiona. También lo hacen las distancias recorridas: estamos hablando de una migración circular que recorre entre 800 y 900 kilómetros en cada trayecto.
La culpa de todo la tiene el agua o, en realidad, la falta de ella. Todo empieza en el Parque Nacional del Serengueti (Tanzania), en la llanura infinita, como la conocen los masáis. Allí se puede considerar que arranca (y, meses después, acaba) la migración circular.
La época de lluvias finaliza en diciembre, con lo que los pastos están verdes, jugosos y hay suficiente como para alimentar a todo los animales. Semanas después, a finales de enero y principios de febrero, miles de ñus paren a sus crías en el intervalo de tres semanas. De hecho, todas las hembras preñadas lo hacen coordinadamente en este periodo, llegando a suponer 8.000 nacimientos diarios, una avalancha de recién nacidos, que en apenas unos minutos ya caminan y en apenas unas horas corren. Han sido ocho meses de gestación, que finalizan justo cuando arranca nuevamente la época de lluvias. Gracias a ello, tras el nacimiento, las hembras amamantan a sus crías sin problema: hay pastos suficientes para todos, teniendo en cuenta que en este periodo las hembras deben comer tres veces más hierba para producir la leche que sus crías necesitan. Por el mismo motivo, no es extraño que también otros herbívoros como las cebras de Grant y gacelas de Thompson paran antes de las fuertes lluvias de marzo y abril.
Pero tras las lluvias llega la estación seca. A partir de finales de abril y durante semanas no cae ni una gota en el Serengueti. El sol empieza a secar la hierba de la sabana y los ríos y pozas con agua empiezan a desaparecer. La aridez gana terreno y la alimentación para ñus y cebras, animales bastante dependientes del agua, empieza a ser un problema. No queda otro remedio que emprender camino hacia lugares más fértiles, hacia lugares con pastos frescos, que instintivamente saben que se encuentran hacia el norte.
[quote]Y así es como la sequía marca el inicio de la gran migración, que lleva hacia la Reserva Nacional Masai Mara (en Kenia) a miles de bestias en el traslado de animales más espectacular del planeta.[/quote]
El arranque de la migración coincide con el celo de los ñus, que llega a su clímax en el camino. Mientras emigran, los machos establecen sus territorios, algunos tan pequeños como 20 metros de diámetro. En esos momentos un solo macho puede controlar y cubrir a más de 100 hembras en su zona, y para defenderlo se peleará con aquellos que lo invadan. Los encontronazos en esta época son frecuentes y virulentos.
Aunque la masa avanza en hileras ordenadas, en grupos de centenares o miles de ejemplares, la migración no es una unidad compacta. Cada grupo tiene sus tiempos. En junio suelen estar atravesando uno de los mayores escollos, el río Grumeti, en el Western Corridor del Serengueti. Estos pasos pueden ser mortales y francamente peligrosos: los cocodrilos les esperan pacientemente, sumergidos discretamente en el agua, hasta que empiezan a cruzar. Ese es el momento en que atacan, por lo que los ñus y cebras intentan pasar en grandes grupos, de centenares o miles de ejemplares a la vez, para que las bajas sean las menos posibles. Aunque la realidad es que a consecuencia de la gran aglomeración que se produce, más animales perecen por aplastamiento y ahogamiento que por los ataques de los saurios, para alegría de buitres y cigüeñas marabú, que aguardan pacientes su turno para comer.
Los tiempos de la migración vienen marcados por el clima, por la presencia o ausencia de agua y pastos frescos encontrados en el camino, pero normalmente a finales de julio y principios de agosto la migración llega al Masai Mara completando la sensacional travesía. Durante semanas, en esta relativamente pequeña Reserva Nacional (de 1.510 km2, una superficie similar a la provincia de Guipúzcoa), se agolpan los animales, comiendo pastos aún verdes y jugosos. Es un hervidero de vida de tal magnitud que emociona contemplarlo. Es la naturaleza, es la vida salvaje, es África en su máximo esplendor.
Situado a 168 kilómetros al sur del ecuador, el Masai Mara es la continuación del Serengueti y tan solo la línea invisible de la frontera los separa. Fue creado en 1961 y desde entonces las actividades humanas dentro de ella han sido prohibidas para mantener a la fauna en total libertad y tranquilidad. Gracias a ello la migración puede producirse hoy sin interferencias, como lo hace desde tiempos inmemoriales.
Cualquiera de las tres zonas de la Reserva es buena para observar la migración, pues los animales no tienen una ruta única de acceso y se reparten por todo el parque. La mayoría de visitantes entran por la puerta de Ololaimutek, que junto a la puerta de Sekenani, es la más frecuentada, al ser la más cercana a Nairobi. Menos transitado es el acceso por la puerta de Talek, más al norte que estas dos, y aún menos por las más septentrionales, Musiara y Oloololo, que son a la vez las más remotas y salvajes.
Alternando colinas, planicies, humedales y ríos, los ñus y las cebras pastan durante semanas en esta Reserva, siendo, por ello, uno de los mejores momentos para su visita. Pero no solo por esto: es la época más fresca (temperaturas diurnas máximas de 22-23 grados) y la menos lluviosa (16-21 mm al mes) por lo que la visita resulta más fácil y cómoda. A cambio, claro está, todo es más caro y está más masificado, lo cual, todo sea dicho, en una extensión tan grande apenas llega a notarse salvo cuando un par de decenas de coches se arremolinan alrededor de algún esquivo leopardo o para contemplar algún guepardo preparándose para lanzar un veloz ataque.
La migración ha llegado a la mitad de su recorrido y ha sido mortífera. En el camino, depredadores como los leones e incluso los leopardos, guepardos o hienas han ido aprovechando el paso de estos animales por sus territorios. Los cocodrilos también han acabado con más ejemplares. Y los restos de todos ellos han sido limpiados por los buitres que, al contrario que los anteriores, vuelan siguiendo la migración y los cadáveres que ésta va dejando. Por si fuera poco los animales que han conseguido llegar hasta aquí tampoco pueden bajar la guardia. No solo en el cruce del río Mara, cuyas escenas de aglomeraciones y ataques son las más impresionantes y conocidas, sino que los depredadores residentes, especialmente el león, tienen en ellos sus presas predilectas. Aun así, la población no decrece: cada año mueren los animales más débiles, lesionados o viejos, en un número inferior al de nacimientos.
Con el paso del tiempo, la ausencia de lluvia agota los pastos en Masai Mara. La providencial llegada de las lluvias en octubre y noviembre es la señal para que los animales emprendan nuevamente el camino, en este caso en dirección sur, en busca de la hierba fresca que les espera en la sabana del Serengueti. Así, la gran migración vuelve a ponerse en marcha, a reactivarse, en un ciclo que mantiene a los ñus, cebras y gacelas en un incesante y constante movimiento, el mismo que durante siglos han protagonizado, alejados de interferencias humanas.
Itziar Martínez-Pantoja es psicóloga. Pablo Strubell es economista, ha sido gerente de la Librería De Viaje y es miembro de la Sociedad Geográfica Española. Es autor del libro Te odio, Marco Polo. Ambos recorrieron África en transporte público, durante un año, desde Sudáfrica hasta Marruecos por la costa atlántica, visitando 14 países en el camino. El relato de su viaje se puede encontrar en www.africadecaboarabo.es. Recientemente han publicado el libro Cómo preparar un gran viaje.
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