Mientras el país magrebí vive horas turbulentas por la crisis política y económica y el descontento social, la cuestión del acceso a las vacunas del coronavirus sigue siendo fundamental para el continente africano y, por extensión, para todos nosotros
Muchos de ustedes ya disfrutan de sus merecidas vacaciones y la vida pública se ralentiza entre nuevas alertas por la pandemia y la habitual relajación del mes de agosto. Sin embargo, no puedo dejar de aprovechar mi habitual columna, en los últimos días de este mes de julio, para hacerles partícipes de dos preocupaciones que ocupan mis pensamientos en estos días y que considero que merecen nuestra reflexión y un espacio más amplio en nuestros medios. Con este artículo pretendo, una vez más, valorar los principios democráticos y su necesidad de la permanencia en la gestión de los países, además de darles a conocer algunas claves de la situación actual del continente africano, que creo, modestamente, que tenemos que mantener en nuestro radar en las semanas próximas.
En primer lugar, confieso que me inquieta la reciente crisis política de Túnez, que nos tiene a todos en vilo en estos días inciertos y que ha alarmado lo suficiente a la Unión Europea como para que el alto representante de la diplomacia europea, Josep Borrell, haya lanzado un comunicado solicitando que se restablezca la estabilidad institucional en ese país lo antes posible. La UE también pide que se reanude la actividad parlamentaria, se respeten los derechos fundamentales y las autoridades se abstengan de ejercer cualquier forma de violencia sobre los ciudadanos. Su preocupación me parece fundamentada.
Hace ahora una década que Túnez se convertía en la cuna de la ilusionante Primavera Árabe, un viento de cambio que recorrió el Magreb, llegando a barrer incluso la península arábiga, y que despertó enormes esperanzas de democracia y progreso en el mundo. Ese mismo Túnez donde se inmolaba el ciudadano Mohamed Bouazizi, encendiendo la mecha del descontento popular y provocando, indirectamente, el desalojo pacífico del poder del dictador Zine el Abidine Ben Ali, era la principal democracia árabe del mundo, según The Economist, hasta esta semana.
Si les interesan las cuestiones africanas, habrán leído que el presidente tunecino Kais Said destituyó al primer ministro Hichem Mechichi en estos días. Además, anunció la suspensión de la actividad del Parlamento y la concentración de prácticamente todos los poderes del Estado en su persona. Una parte de los ciudadanos de Túnez, harta de una crisis económica que no cesa y de los horrores del coronavirus, recibió la noticia entre aplausos, mientras la mayor parte de la oposición denunciaba un golpe de Estado.
Estos son días para cuestionarse el resultado y la evolución de la llamada revolución de los jazmines, que configuró la Constitución más avanzada del mundo árabe, pero también una transición con claroscuros y diez gobiernos diferentes en su haber, que no ha logrado sacar a Túnez del pozo del paro, el desencanto y las penurias económicas. Leemos en estos días que, diez años después de la revolución tunecina, el paro entre los jóvenes asciende aún al 40,8 % y que el 8,8 % del PIB tunecino ha desaparecido principalmente a causa de la covid-19. El coronavirus ha terminado de hundir la precaria sanidad del país, donde habita más de medio millón de personas contagiadas y que ha visto sucederse cinco ministros de Sanidad desde que la pandemia les empezó a golpear. Túnez es el país de África con mayor número de muertos por Covid: más de 18 000 para una población de 11,6 millones de ciudadanos. El turismo, que cuenta por el 16 % del PIB tunecino, es uno de los daños colaterales de esta crisis. Tras el golpe que supusieron los ataques terroristas en ciudades como Sousa, entre 2015 y el año pasado, el sector está en caída libre gracias a la pandemia.
No entramos en los datos de las últimas elecciones, previas a dicha pandemia y que dieron lugar al parlamento más fragmentado de la historia tunecina y la incapacidad de alcanzar acuerdos urgentes para el país. Es importante subrayar que la desconfianza hacia la clase política y la crispación se han normalizado entre la ciudadanía tunecina, mientras la economía implosiona, la corrupción se extiende y la deuda pública supera el 100 % del PIB, a las puertas de un nuevo acuerdo con el FMI, el cuarto en una década, para conseguir un nuevo préstamo.
Ante este escenario desolador, los sucesos de esta última semana inquietan y no impiden perder la esperanza de que ese país tan cercano a España encuentre la salida a su crisis de los últimos años. Igual que deseamos no perder la esperanza frente a las cifras de coronavirus en ese continente africano con el que deseamos colaborar y donde ya se superaron los seis millones de contagios y las 150 000 muertes por coronavirus también esta semana.
Me gustaría recordar que solo el 1,6 % de la población del continente africano ha recibido la pauta completa de la vacuna, frente a nuestro 54,3 % en España. En conjunto, se han administrado 690 millones de dosis en 55 países donde habitan 1300 millones de personas y hay zonas geográficas, como Burundi, Sáhara Occidental, Eritrea o Tanzania, que no han recibido ninguna dosis todavía. Mientras África espera la llegada de nuevas dosis, los países ricos, entre los que nos contamos, acaparan la mitad de la producción de las vacunas y nos sobran 2 000 millones de dosis.
La OMS se ha expresado públicamente en el sentido de que la vacunación puede impulsarse en el continente si se permite la fabricación de los fármacos en él. Ante el veloz incremento del número de casos y la extensión de la variante delta por África, ilusionan acuerdos como el que Pfizer y BioNTech han firmado con Biovac, en Sudáfrica, para poder producir cien millones de dosis de vacunas ARNn anuales. Janssen ya colabora con una empresa sudafricana, ASpen Pharmacare, en el mismo sentido. La OMS nos dice que el Fondo de Acceso Global para Vacunas Covid-19 (Covax) no puede solucionar el desequilibrio en el acceso a las vacunas en el continente africano y apuesta por esta producción local y la liberalización de la patente, junto con la sensibilización de una población que allí, como aquí, está cansada, baja la guardia y también es víctima de los bulos y la desinformación.
Cierro estas consideraciones con el pensamiento de que nuestros desafíos actuales son globales y de que solo podemos enfrentarnos a ellos desde la colaboración y la solidaridad. Les deseo un feliz verano y las más fervientes aspiraciones de que, pasadas estas semanas, podamos estar en condiciones de describirles unas noticias mejores en lo que se refiere a nuestros vecinos africanos.
Artículo de José Segura Clavell, director general de Casa África.