Hay pocos ejemplos de vida emocionante como el de Salif Keita. Excepción en el continente de la raza negra, el músico de Malí es un africano atípico. Por su color de piel, o precisamente por la falta de pigmentación propia de un hombre albino, Salif Keita experimentó desde niño lo que es luchar contra elementos intangibles como las tradiciones mal entendidas. Marginado desde joven (nació en el pueblo de Djoliba en el verano de 1949), también se enfrentó al rechazo familiar ante su vocación artística. Porque un noble, y él lo es de linaje imperial, descendiente del gran emperador Sundiata Keita, no puede dedicarse a cantar, profesión de pobres buscavidas. Medio siglo después, Salif Keita es una de las voces de referencia de las músicas africanas. Valorado por su ejemplo de vida, sí, pero sobre todo por un registro vocal altísimo. El cantante de la voz de oro.
En 1967 Salif Keita ya estaba en el ambiente musical de Bamako, la capital de Malí, que como todas las urbes principales de África occidental aún disfrutaban de la efervescencia festiva que trajo la independencia. En los clubes africanos latían con desenfreno ritmos nuevos, influencias musicales llegadas de Europa y América Latina, también los discos de blues americano, la pachanga cubana y el calypso de Trinidad. Y por allí estaba el joven Salif Keita para defender su aspiración de convertirse en cantante profesional. Pero no eran tiempos fáciles: aunque lograba cantar muchas noches a la semana, a veces estaba obligado a dormir en la calle. Y los puestos vacíos del mercado central eran buen refugio. Primero se unió a Super Rail Band y, seis años después, a Les Ambassadeurs, uno de los legendarios conjuntos del África occidental. Eran tiempos de fiesta, con incesantes bailes nocturnos y orquestas populares en la boca de todos.
Con el lento declive de la escena africana a final de los años setenta, algunos músicos africanos intentaron buscar una alternativa para sus canciones. Y el mercado europeo, que ya empezaba a mostrar señales de aprecio por nuevas músicas africanas, se convirtió en el destino soñado. En 1982 Salif Keita llegó a París con la idea de abrir el panel de influencias de la música de Malí. Cinco años más tarde entregó su primera obra maestra, el imperial disco Soro, que con apenas seis canciones retrató las esencias de las músicas tradicionales de Malí como nunca se había hecho antes. Aún hoy Soro es un disco de culto para los seguidores de la música africana, pero también, quizá más importante, para las nuevas generaciones de compositores e intérpretes del continente. Más discutibles son sus producciones posteriores, discos como Amen (1991) o Folon (1995), este último producido junto al teclista Check Tidiane Seck, que terminaron por sepultar su voz grande entre mil capas de sintetizadores.
Esta época dispersa obligó a un salto mortal, y la pirueta llegó en 2001 con el viaje de regreso a Bamako. Salif Keita aterrizó en Malí para reconciliarse con sus ancestros y al año siguiente entregó el álbum Moffou. Fue un regreso a lo grande, canciones contemporáneas, brillantes a más no poder, pero con ágil trato de las tradiciones del gran país del desierto. El disco, además, busca una proyección hacia la música de baile con la edición posterior de remezclas por Luciano, Tim Paris, LA Funk Mob, ARK, Charles Webster y Frederic Galliano, entre otros. En 2005, la confirmación de la buena estrella que guía el retorno de Salif Keita llegó con la edición del disco M´Bemba, donde el cantante aparece ataviado con plumas imperiales. La difference, editado en 2009, no renuncia al baile inteligente a pesar de que su mensaje pretende estar enfocado a la reivindicación de los derechos de las personas albinas en África. “Porque la diferencia es bella”, canta orgulloso Salif Keita. Su trabajo más reciente, Talé, producido con el músico francés Philippe Cohen Solal, mitad de Gotan Project, confirma la destreza del músico maliense para adaptarse a los sonidos modernos.
Actuación de Salif Keita en el Gran Concierto África Vive de 2010 en Madrid
Nuestro recorrido sonoro por la obra de Salif Keita comienza en los primeros tiempos de música en Bamako. Sorprende la frescura de las grabaciones que realizó a finales de los años sesenta con la Super Rail Band, el conjunto que entretenía la espera en el hotel de la estación central de trenes capitalina, y la madurez creciente ya bajo el amparo del sonido clásico de Les Ambassadeurs. De aquellos tiempos queda su amistad con el extraordinario guitarrista Kanté Manfila, con el que registró algunas canciones que después pasarían treinta, cuarenta años, ocultas para el gran público europeo. Más tarde, a principios de los años noventa, atendió la petición del saxofonista camerunés Manu Dibango para participar en el proyecto colectivo “Wakafrika” junto a Youssou N´Dour, Ladysmith Black Mambazo, King Sunny Adé, Ray Lema, Papa Wemba y Bonga. De este álbum rescatamos la canción Emma, al nivel de otra pieza emblemática del repertorio más reciente de Salif Keita: Yamore, del disco de regreso Moffou, junto a la caboverdiana Cesaria Évora. El cierre nos llega por partida doble: Natty es una canción casi rap en la que el padre se apoya en los coros divertidos de su hija pequeña. El resto es electrónica de alto nivel, a veces sutil como en el emocionante dueto que Salif Keita sostiene con la joven contrabajista Esperanza Spalding, Chérie s’en va, su mejor canción reciente.
[box]Recuerda que hasta el próximo 16 de abril puedes visitar en Casa África la exposición Albino, bajo la sombra del sol. [/box]
Carlos Fuentes (@delocotidianocf) es el autor de Semilla Negra. Periodista y crítico musical, durante las últimas dos décadas ha publicado artículos, entrevistas y reportajes sobre las músicas africanas en periódicos nacionales y en revistas especializadas como Rockdelux o Serie B.
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