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Especial Semilla Negra: Saudade de Cesaria Évora

Especial Semilla Negra: Saudade de Cesaria Évora

Puso voz a la melancolía, a la morriña que en su tierra, el archipiélago africano de Cabo Verde, se canta en ritmo de morna. Un quejido íntimo que no entiende de mares ni de fronteras, un dolor hecho canción que allá en Argentina llaman tango, en Portugal es fado y aquí, en lo más al sur del norte, adopta formas de lo que denominamos flamenco. Amiri Baraka, autor del influyente ensayo Blues people, diría, sin duda, que muchas de estas músicas mutantes son hijas del blues, o al menos hermanas por parte de madre. Diferentes músicas, distintas palabras, para definir la banda sonora que ha acompañado durante siglos el trasiego de la población negra por todo el planeta. Y la voz negra que se apagó el sábado en Mindelo ha hecho como pocas otras por el reconocimiento y el aprecio de la cultura africana más allá del horizonte geográfico del continente.

Ocurre a veces que una canción, una música, es capaz de poner en el mapa a un país entero. Y surge una voz que repara la injusticia de tanto olvido. Luego llegarán los turistas para sacarse fotos, pero esa es otra historia. El verdadero éxito de Cesaria Évora (1941-2011) no puede ni debe medirse solo en función de sus éxitos comerciales, que los tuvo, o en los premios, que también recibió. Porque Cesaria Évora es un ejemplo efectivo de reconstrucción a través de la música del genuino orgullo de un pueblo esquinado por la suerte. La morna, la canción trasunto de pesimismo curtida en bares y tabernas de marineros, tierra de nadie, logró durante las últimas décadas del siglo XX lo nunca visto en Cabo Verde. Es conveniente, antes que nada, recordar de qué islas hablamos, qué sociedad habita el lugar y qué destino esperaba a la vuelta de la esquina.

El olor contagioso de la independencia llegó a las diez islas volcánicas de Cabo Verde en la mañana del 5 de julio de 1975, apenas once días después de la emancipación de Mozambique y cuatro meses antes de Angola. Cinco siglos después de su descubrimiento en 1456, un hecho que desde su origen dibujó el destino híbrido de las islas luego conocidas como Cabo Verde: la primera noticia sobre su existencia aún está en disputa entre el explorador genovés Antonio da Noli, el viajero portugués Diogo Gomes de Sintra y el navegante veneciano Luis Cadamosto. En todo caso, los tres marineros trabajaban por encargo del infante Henrique, y Portugal sumó la conquista. Muy pronto, estas islas quemadas por el sol a poco más de seiscientos kilómetros de las costas de Dakar, la capital de Senegal, se convirtieron en el primer puerto de parada en las rutas comerciales atlánticas hacia América y Asia. Y en un importante puerto franco para la trata organizada de esclavos hacia el nuevo continente.

Mitad del siglo XX. Con el Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde, liderado por el político guineano Amílcar Cabral, y al calor de la ola independentista en las colonias europeas de África occidental, Cabo Verde buscó su rumbo propio. Y un año después de la revolución de los claveles en Portugal nació el país insular más pobre de África. Con la independencia llegó un periodo de tres lustros marcado por gobiernos de partido único e inspiración marxista. Tierra dura, aislada de casi todo, Cabo Verde contempló la creciente emigración de sus ciudadanos, éxodo que alcanzó unas cifras de espanto. Aún hoy hay más personas de origen caboverdiano viviendo en el extranjero que el actual medio millón escaso de habitantes de archipiélago. “Tener que quedarse y querer ir, tener que ir y querer quedarse”, dice un popular refrán isleño.

En 1941, el día 27 de agosto, nació Cesaria Évora, hija del violinista Justino da Cruz y Joana Maria Medina Vaz, cocinera. En una casa de Mindelo, el puerto del norte de San Vicente, la cuarta isla más pequeña del archipiélago (hoy es la segunda más poblada, con setenta mil habitantes). En el humilde hogar de los Évora se escuchaba música todos los días, y la joven Cesaria comenzó a cantar al hilo de las primeras emisoras de radio. Primero acompañada por su hermano saxofonista, Lela, en las plazas de la ciudad. Amigo de la familia, el compositor Francisco Xavier da Cruz “B.Leza” escribía algunas de las mornas imprescindibles para la memoria colectiva del caboverdiano, mientras las calles eran escenario de la desigualdad y el lamento. “Hay muchos lugares en Mindelo que jamás he pisado. Los clubes bien donde se celebran los bailes de Nochebuena o de Fin de Año. He oído hablar mucho de ellos, de la plaza mayor, pero jamás he sentido nada especial por Praça Nova”, recordó Cesaria Évora a su biógrafa Véronique Montaigne en un libro publicado en 1998. “En la época de los colonos, mi gente no tenía derecho a caminar descalza por allí. En Mindelo, los que no podían comprarse unos zapatos debían quedarse en la calzada, y sólo los que los llevaban puestos podían caminar por las aceras”.

Con siete años, Cesaria quedó huérfana de padre y fue internada en un colegio de monjas. Un orfanato en el que aprendió a coser, bordar y planchar. Fueron tres años, como otros dos años pasó luego como ayudante doméstica en una casa bien. “Quise dejarlo, jaranear por ahí; siempre he amado la libertad”.

[quote]Entre bares baratos y tabernas de marineros viejos, Cesaria Évora se hizo un primer nombre como cantante de mornas y coladeras, los dos estilos representativos del folclor de Cabo Verde. Cantaba de día y de noche, siempre de mesa en mesa, apenas por unos escudos portugueses.[/quote] Sin más futuro que el amanecer del día siguiente, empapada en el aguardiente local que llaman grog (y de ahí viene la expresión “estar grogui”, hágase usted la idea). A la reina de la morna, eso ya era indiscutible, la salud pasó factura. Y no fue barata. En 1975, el año de la independencia, Cesaria Évora decidió retirarse a su casa. Deprimida, desencantada por la vida mala que da la música, se hundió en la oscuridad durante una década. Atrás quedaron muchas noches de fiesta y las primeras actuaciones en las estaciones de radio insulares, Radio Clube de Mindelo y Radio Barlovento. Y una primera grabación producida en Rotterdam (Holanda) por el sello Casa Silva. Un disco con cuatro canciones: la morna de B.Leza Oriondina, dos coladeras, Ganha poco vive bem y Quen tem odio, y una pieza instrumental interpretada por el conjunto del guitarrista Frank Cavaquinho.

 

Videoclip de Saudade

A finales de los años ochenta, el cantante y empresario Bana consiguió romper el aislamiento. Invitó a Cesaria Évora a la inauguración de un restaurante en Lisboa y allí fue donde su voz trémula volvió a ser escuchada. Y a ser querida desde la primera noche. De la Lisboa antigua que de niña escuchaba en fados de Amália Rodrigues, la cantante caboverdiana aceptó viajar a París con ayuda del que con los años se convirtió en su protector, su amigo: José da Silva. Con él llegó una trilogía esplendorosa (La diva aux pieds nus, grabado en París en 1998; Mar azul, de 1991; y Miss Perfumado, del año siguiente), tres discos que convirtieron a las anónimas islas de Cabo Verde en uno de los epicentros de las músicas étnicas. Sonidos africanos y latinos que iban a conquistar un lugar destacado en los anaqueles de las tiendas de discos en Europa y América.

El reinado en vida de Cesaria Évora se mantuvo durante dos décadas. De los primeros recitales en Francia y Holanda, cuando el público era principalmente colonia emigrante caboverdiana, su música envolvente terminó por conquistar el mundo. No hubo concierto de músicas étnicas, semana de jazz o fiesta con sabor africano que no soñara con sumar a sus noches la voz de Cabo Verde, la voz de Cesaria Évora. En Nueva York, artistas como David Byrne o Madonna asistían a sus actuaciones. El músico yugoslavo Goran Bregovic grabó con ella la canción Ausencia para la película Underground, del director Emir Kusturica. Y el brasileño Caetano Veloso le pidió ayuda para completar un tema para el disco benéfico Red, Hot & Rio impulsado para alertar sobre los riesgos del sida. Los discos grandes Cesaria (1995), Cabo Verde (1997), Café Atlántico (1999) y São Vicente di Longe (2001) marcaron la madurez de su obra. La consagración mundial plena llegó a Cesaria Évora en 2002, año de la publicación de sendos álbumes antológicos con sus éxitos. Al año siguiente grabó Quem pode con su compatriota Teofilo Chantre para pedir la anulación de la deuda a los países africanos. En 2004 obtuvo el Grammy al mejor disco de world music de la temporada por Voz d´amor, en abril de ese año grabó un gran concierto en el teatro Grand Rex de París y después recibió la Legión de Honor de Francia.

La última etapa de Cesaria Évora estuvo muy condicionada por la salud. Había dejado de beber, pero seguía fumando de manera compulsiva y comiendo mal. En 2008 sufrió un derrame cerebral tras un concierto en Australia y, dos años después, tuvo una crisis cardiaca en París. Fue sumando colaboraciones con el senegalés Ismaël Lô, el pianista japonés Ryuichi Sakamoto, la brasileña Marisa Monte o los cubanos Compay Segundo y Chucho Valdés. Hasta que el pasado 23 de septiembre, su disquera Lusafrica anunció desde París la retirada de la diva de los pies desnudos. Y según prescripción médica, la retirada debía ser total. Se anuló la gira internacional prevista. Había motivos para tanta urgencia: esa misma tarde, Cesaria Évora volvió a sufrir una crisis grave. De vuelta a Cabo Verde, la cantante soñaba con la vida en el campo, con el descanso, con el disfrute cotidiano de sus dos hijos y sus dos nietos. Pero su vida de leyenda no dio para más: falleció a las 11.20 horas del sábado, aquejada de una grave crisis cardiorrespiratoria en el hospital Baptista de Sousa. El ministro de Cultura y líder del conjunto Simentera, Mário Lúcio, confirmó la noticia a mediodía. El Gobierno de Cabo Verde decretó dos días de luto nacional hasta el entierro del martes en Mindelo. Antes, el pueblo podrá despedirla en la casa familiar de la calle Ferreira Fortes, allí donde recibió por años a vecinos, amigos y turistas de ocasión. Siempre descalza, su primera señal de libertad. “Con amplio vestido de flores, ancha, desarreglada, en enaguas”, describió su biógrafa, “sentada en la entrada del comedor, un cuartito cuadrado en el que recibe a la habitual oleada de gentes de paso, diletantes, primos y comensales imprevistos”.

Carlos Fuentes es el autor de Semilla Negra. Periodista y crítico musical, durante las últimas dos décadas ha publicado artículos, entrevistas y reportajes sobre las músicas africanas en periódicos nacionales y en revistas especializadas como Rockdelux o Serie B.

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