Lo que Chimamanda Ngozi Adichie llama “The danger of a single story” (El peligro de una sola historia), refleja que la escasez de fuentes de información sobre una persona o un lugar termina creando una idea errónea e incompleta sobre ellos. Apunta también la novelista nigeriana que el número de relatos que recibimos depende, en buena parte, del poder económico y político de esa persona o lugar. Esto es aplicable a cualquier aspecto de nuestra vida, pero en mi caso se trata de algo que marcó de forma singular mi primer voluntariado en África.
A su vez, yo he recibido una única historia de África; eso sí, solo temporalmente: mi intención es regresar allí y aprender y aprehender cuanto pueda. La historia de una misión en Temeke, un “slam” de Dar es Salaam, en Tanzania. La historia de sus alumnos, de sus trabajadores. Una historia de sueños e ilusiones, pero también de limitaciones.
Para mí fue un choque cultural fuerte, pero silencioso. Obviamente, hay ciertos aspectos que llaman la atención desde el inicio: la vestimenta, la religión, la lengua, etc., pero no es eso lo que a una le golpea por dentro. Para poner en contexto, lo que hoy conocemos como Tanzania –Tanganica en origen– es un país que ha sido de dominio árabe, colonia alemana, que pasó a manos de Gran Bretaña tras la Primera Guerra Mundial y obtuvo su independencia en 1961 con el político Julius Kambarage Nyerere –apodado el Mwalimu, maestro de escuela–, responsable de que en 1964 Tanganica y Zanzíbar se unificaran para
formar la República Unida de Tanzania. Su lengua nacional es el kiswahili, un lenguaje muy de “moda” en África oriental, usado también en países como Kenia o en Uganda. Pero, por el paso de los ingleses, el inglés es considerado también lengua nacional y muy buena parte de la población lo domina.
Las personas con las que conviví hablaban de una educación pública inviable; las monjas señalaban el disparatado número de alumnos por clase y la falta de material. Los profesores explicaban que, en el colegio de la misión (privado, aunque con cuotas bajas y un sistema de becas fuerte), la primaria se estudia en inglés porque es el idioma en el que se imparte la secundaria en la escuela pública. Los colegios públicos de primaria, sin embargo, dan sus clases en kiswahili, salvo una única materia en inglés, lo que supone un obstáculo enorme para los jóvenes en el salto de etapa. Otros se quejaban de lo que muchos apuntan también en España: una educación poco práctica, de mucha memoria.
Como en todos sitios, encontré gente crítica con la situación, que hablaba de un gobierno con un manejo del dinero cuestionable, del efecto de la guerra entre Rusia y Ucrania, de cómo el título universitario no asegura un empleo.
Dije al principio choque silencioso porque, tras esas diferencias llamativas que se perciben por los sentidos, llegan las más duras, las que se asimilan poco a poco cuando escuchas, cuando conoces. Llega la historia de una realidad limitada por su pasado y por su presente. Un pasado nacional lleno de sangre y de muertes que realmente refleja lo peor del ser humano.
De la historia de este país antes de las colonizaciones, la documentación que hay no es mucha en comparación, por ejemplo, con España. Una de las hermanas nos contó que había organizado una excursión con los alumnos a un museo, yo pregunté de qué era el museo y ella me miró extrañada. Entendí su reacción cuando llegamos al Museo Nacional de Tanzania en Dar es Salaam, ya que ejemplifica la palabra “popurrí”. Había una sección de arqueología, otra de arte y varias salas dedicadas a las colonizaciones y a la independencia con fotografías de sus personajes más importantes. Otra sala dejaba evidencia de la esclavitud que azotó al país durante siglos y su rastro de cadáveres.
Acostumbrada a leer y estudiar sobre tantísimos acontecimientos, tener escritos e imágenes de la historia de mi nación, me asombraba ver todos los recuerdos de un país en un puñado de salas. Quizás es porque a rasgos generales la percepción del tiempo es distinta: en la cultura europea uno vive en una línea recta que va recorriendo, tiene un futuro por delante desconocido y va dejando un rastro que acostumbra a redactar. Joseph Ki-Zerbo, historiador de Burkina Faso, en su artículo Un continente en busca de su pasado explica la problemática de la metodología para el estudio de la historia de África: su geografía que, por un lado, le aísla y, por otro, dificulta una gran densidad de población perjudicando la aparición de grandes avances. Además, hay que sumar la despoblación que sufrió por culpa de las colonizaciones y la esclavitud, hechos que para el profesor y político Amadou-Mahtar M’Bow en La historia general de África “rebajó la historia de los pueblos africanos al nivel de una etnohistoria dentro de la cual la apreciación de sus culturas no podía ser sino deformada”.
El choque que comentaba al principio no fue solo para mí. Quizá la sorpresa más grande se la llevó la población tanzana. Puedo decir que nunca he recibido tanta atención al caminar por la calle –una no suele recibirla–, pero me llovían los mambo (“¿qué tal?”) y mzungu (una traducción rápida sería “persona blanca”, pero recomiendo leer el capítulo titulado Mzungu en el maravilloso « Sueño de África« , de Javier Reverte, para entender mejor el término). Ellos también habían recibido una sola historia, o ninguna, de Europa. Niños que no habían visto jamás una persona blanca se nos quedaban mirando a mi compañera y a mí atónitos durante las horas que duraba la misa; algunos se sorprendían al descubrir que en Europa
también se podía ser pobre.
Esta tremenda distancia tiene mucho que ver con la falta de historias que comentaba al principio. Me hace pensar en ello lo que me dijo un amigo mío de allí cuando nos despedimos: que nunca me olvidaría porque había sido su primera amiga blanca. Los blancos a los que había visto antes no convivían con ellos: o viajaban por turismo o, si vivían allí, lo hacían aislados. Fue el mismo amigo que la noche que le conocí, después de estar charlando un buen rato y de acompañarle a la salida de la misión, me agradeció que le hubiera tratado tan bien. Le pregunté que por qué me lo agradecía y me dijo que había estado leyendo sobre el racismo en su clase de Historia.
Artículo redactado por Lucía Bautista Pérez.