Por Dagauh Komenan. La década de los años 90 del siglo pasado empezó como una era de esperanza a nivel político surgida de un tumulto a nivel económico. Con la caída del muro de Berlín (1989), las relaciones de poder cambiaron drásticamente en el mundo y África no fue la excepción. Los “hombres fuertes” africanos que hacían frente al comunismo ya se habían vuelto obsoletos para sus aliados occidentales. Mientras que, en el interior de sus países, los fracasos económicos habían fragilizado sensiblemente su posición. Para los pueblos y opositores, era el momento ideal para emprender cambios. Pero, mientras Estados Unidos se retiraba de África, Francia intentaba conservar o expandir su influencia en el continente frente a nuevos competidores, usando a menudo métodos antidemocráticos.
Tiempos de aperturas “democráticas”
El derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) tuvo consecuencias para los líderes en su órbita. El recurso al FMI y el Banco Mundial para sostener las economías de los países huérfanos del régimen soviético se veía repentinamente condicionado a la apertura democrática. Frente a esta situación, el entonces presidente de Benín, Mathieu Kerekou, puso en marcha en febrero de 1990 un sistema que consideró un signo de avance hacia la democracia y que se reprodujo en casi todos los países de África francófona: la conferencia nacional. Entre 1990 y 1991, organizaron sus propias conferencias nacionales Gabón, Congo, Mali, Togo, Níger, RDC (entonces Zaire), República Centroafricana (RCA), Camerún, Madagascar, Burkina Faso y Mauritania, seguidos, más tarde, por Chad. En Mali y Ghana, la democratización fue posible gracias a militares que llegaron al poder mediante golpes de Estado. El derecho al voto fue concedido a todos los ciudadanos de Sudáfrica, donde los negros lo obtuvieron en 1993 a través de las reformas llevadas a cabo por Frederick De Klerk. El monopartidismo dejó de existir y se celebraron elecciones pluripartidistas. De 1989 a 2007, más de 140 elecciones legislativas y 120 presidenciales tuvieron lugar en 43 países africanos.
Era de cambios en el liderazgo
El periodo 1990-2011 estuvo marcado también por la muerte de grandes dictadores longevos comúnmente denominados “dinosaurios”, aferrados al poder desde los 60 en algunos casos, como Houphouët-Boigny (1993), Mobutu Sese Seko (1997), Gnassimgbe Eyadema (2005) u Omar Bongo (2006). Estas desapariciones dieron pie, en muchos casos, a sucesiones de tipo dinástico, como sucedió en Togo y Gabón, donde los hijos reemplazaron a sus padres sin ser elegidos democráticamente. Durante la década anterior se había dado una segunda ola de hombres fuertes como Teodoro Obiang Nguema en Guinea Equatorial (1979), Lansansa Konté en Guinea (1984), Yoweri Museveni en Uganda (1986) y Blaise Compaoré en Burkina Faso (1987). Sin embargo, la figura de los “hombres fuertes” sufrió un declive: se vivía el apogeo de los hombres providenciales u “opositores históricos” como Abdoulaye Wade en Senegal, Laurent Gbagbo y Alassane Ouattara en Costa de Marfil o Amadou Toumani Touré en Mali.
Entre violencias comunitarias, golpes de Estado y guerras civiles
Mientras finalizaban conflictos civiles como el de Mozambique (1992), otros resurgían, tal y como sucedió en Angola tras las elecciones de ese mismo año. También prendió la guerra civil en Sierra Leona (1991). Eritrea y Sudán del Sur obtuvieron sus independencias de Etiopía (1991) y Sudán (2010) respectivamente, mientras los tuareg en Níger y Mali fracasaron dos veces en su intento de obtener la independencia de Azawad (1990 y 2007). Estas guerras llegaron con su corolario de atrocidades, como las amputaciones en masa de civiles, cometidas por los rebeldes del Frente Revolucionario Unido (RUF) liderado por Foday Sankoh. En este periodo, alrededor de cuarenta intentos de golpe de Estado vieron la luz: 28 consiguieron derrocar al gobierno de turno, a veces acabando con la vida de su jefe de Estado. Sin embargo, aunque menos numerosos que en la treintena anterior, los magnicidios en este periodo tuvieron consecuencias poco previsibles, desencadenando horribles guerras civiles y olas de violencia asesina, como ocurrió en Liberia (1990), Burundi (1993) y Ruanda (1994) , donde causaron cientos de miles de muertes cada una.
Las intervenciones extranjeras
El discurso de George H.W. Bush sobre “la libertad y el respeto por los derechos humanos”, pronunciado en marzo de 1991 para el mundo surgido de la Guerra Fría, no parecía concernir a África subsahariana. La reacción de la comunidad internacional en el continente fue, a veces, sorprendente. En el caso liberiano, el Grupo de Monitoreo del Alto el Fuego de la CEDEAO (ECOMOG) cometió exacciones contra civiles. En Ruanda, la comunidad internacional no hizo nada para detener el genocidio. Estados Unidos impidió el uso del término genocidio para describir la masacre ruandesa (alrededor de 10.000 personas asesinadas al día) y la ONU, en abril de 1994, redujo sus efectivos de 2.300 a 270 cascos azules. Francia (que entre 1990 y 2011 intervino militarmente 25 veces en África subsahariana) lanzó la operación Turquesa, que oficialmente ponía fin al genocidio, pero que en realidad permitió la huída de genocidas del Hutu Power al Zaire de la época frente al avance de un Frente Patriótico Ruandés que ganó la guerra y acabó realmente con el genocidio. En Sierra Leona, Inglaterra lanzó su única operación militar en África subsahariana poscolonial: la Operación Pallister (2000), destinada a acabar con la guerra civil derrotando al RUF. Por su parte, Estados Unidos se retiró del continente, tras su humillación en la operación Restaure Hope en Somalia, para regresar solo a vengar los ataques a las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, que se produjeron en 1998. En represalia por estos ataques, los norteamericanos bombardearon una fábrica de medicamentos en Sudán .
Nuevas hegemonías
Con el fin de la presencia soviética en África, los opositores a los regímenes apoyados por occidente necesitaban un sostén material y político. Varios actores internacionales intentaron llenar el vacío dejado por la URSS. Uno de ellos fue Libia, donde Gadafi volvió sus ojos hacia África tras el fracaso de su proyecto panárabe en los años 80. Proporcionó, sobre todo, un apoyo militar a Estados (por ejemplo, RDC durante la primera guerra civil congoleña) y movimientos rebeldes, a veces criminales, como el RUF en Sierra Leona (1991) o el MPIGO en Costa de Marfil (2002). Además del apoyo militar y a partir de los años 2000, Libia invirtió parte de sus jugosas ganancias derivadas del petróleo en financiar proyectos de desarrollo en África subsahariana. También promocionó una moneda africana, el Dinar Oro. Otro país que se afirmó en África a partir de los años 2000 fue China. En primer lugar, se proyectó en el continente africano para contrarrestar la influencia de Taiwán. Sus masivas inversiones sin condicionalidad (al contrario de las de los países occidentales) tuvieron una excelente acogida en un África que empezaba a cuestionarse los méritos de la dominación económica occidental. Gracias a esta política, varios países como Senegal, Burkina Faso y Níger dejaron de reconocer a Taiwán como representante legítimo del pueblo chino y se decantaron a favor de la República Popular China.
Nuevos peligros: el terrorismo islámico
Este periodo fue el de la implantación del terrorismo islámico en Africa subsahariana, gracias a la huída de los islamistas del Grupo Islámico Armado (GIA) desde Argelia al Sahel maliense, tras su derrota durante la guerra civil argelina en 2001. Les siguió en 2006 Al Shabaab, con su conversión de milicia a grupo terrorista a partir de 2006, a resultas de la intervención etíope en Somalia en 1996. Y Boko Haram (2010), que mudó en grupo terrorista frente a la brutal represión de sus miembros por las fuerzas de seguridad nigerianas. El Islam radical comienza a implantarse en África occidental gracias a dos factores: el retorno de los muyahidines argelinos de Afganistán y el sistema de formación wahabista de los imanes de la zona propugnado por Arabia Saudí.
Los mortíferos PAE
Los Programas de Ajuste Estructural (PAE) es un eufemismo para designar planes de austeridad similares al que sufrió Grecia tras la crisis de 2008. Se diferencian, sin embargo, en que no hubo un alivio para los países africanos como el que la Unión Europea proporcionó a log griegos. Todo el continente pasó por los PAE, ya fueran totales o parciales (planes de ajuste sectorial), a excepción de Nigeria, Camerún y Zimbabue. Los PAE forzaron a los países africanos a abandonar la política de inversión pública en sectores claves como la sanidad y la educación y a liquidar sus empresas públicas en beneficio de multinacionales.
La devaluación del franco CFA
Otra medida que golpeó África, pero esta vez se limitó a la zona financiera del franco CFA, fue la devaluación de dicha moneda a la mitad de su valor. Esta medida, tomada unilateralmente por Francia, sin avisar ni consultar a sus excolonias africanas (únicas usuarias de la moneda), se presentó como una forma de restablecer la competitividad de las materias primas africanas. Sin embargo, salió muy cara a los países afectados. Aunque, a nivel de exportaciones, los precios baratos atraían a los compradores con beneficios que artificialmente les parecían jugosos, los precios de las importaciones y el valor de la deuda se duplicaron. Esto provocó una inflación sin precedentes en los catorce países de la zona franco CFA.
Conclusiones
Cuando acaba la Primavera Árabe en el Magreb con la caída de la Yamahiriya Libia, África subsahariana no está en su mejor forma. Al contrario: las dos décadas anteriores empezaron con esperanza y acabaron convirtiéndose en un periodo de cambios estructurales profundos en ciertos puntos y de calamidades humanas, políticas, económicas y sociales en otros. Polos de atracción migratorios como Libia y Costa de Marfil dejaron de serlo por la fuerza de las armas. Las conferencias nacionales se instrumentalizaron para que determinados políticos pudieran mantenerse en el poder o conquistarlo, relegando las aspiraciones legítimas de los pueblos a la democracia a un segundo plano. Como siempre en África, este periodo también estuvo lleno de contradicciones. Mientras Ruanda renacía de sus cenizas tras el genocidio de 1994, Somalia se hundía aún más en un interminable caos tras la intervención de Etiopía en 1996. Más que nada, el periodo 1990-2011 estuvo marcado por un incremento del nivel de violencia en el continente y un empobrecimiento generalizado de las poblaciones, factores ambos que crearon las bases de situaciones de inestabilidad política actuales y, sobre todo, de la crisis migratoria que se vive ahora.
Este texto es el segundo de una serie de entradas de blog consagradas a los sesenta años de las independencias africanas, que se celebran en 2020. Se publicarán tres partes, cada miércoles, desde hoy. La segunda parte aparecerá el 28 de octubre y el texto final, el 3 de noviembre. La introducción de la serie se puede leer aquí y la primera parte, sobre la treintena tumultuosa entre 1957 y 1990, aquí.
Dagauh Komenan es historiador y doctorando por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, especialista en el Sahel. Máster en Relaciones Hispanoafricanas con trabajo final sobre la intervención española en Mali, también en la ULPGC, se licenció en Historia, con especialidad en Relaciones Internacionales, en la Universidad Felix Houphouët-Boigny (Abiyán, Costa de Marfil). Autor del ensayo “La Françafrique vista desde el Sur” (ULPGC), participa en proyectos colectivos como “La juventud en África” (La Catarata) y “África, un continente en transformación” (Universidad de Valladolid). Colabora en Africaye. El 23 de noviembre aparecerá “Guerra y paz en África”, un volumen colectivo de expertos y académicos africanos coordinado y editado por él y publicado por La Catarata y Casa África.