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África se aleja de Occidente (IV)

África se aleja de Occidente (IV)

Donato Ndongo

Su Antología de la literatura guineana (1984) es considerada como la obra fundacional de la literatura guineana escrita en español.

MIEDO AL CAMBIO

Los actuales acontecimientos africanos preocupan en Europa y Norteamérica. Poco tiempo atrás, parecían imposibles los «golpes de audacia» que hoy convulsionan el continente: el 30 de junio pasado, las autoridades malienses obligaban al Consejo de Seguridad a retirar las tropas internacionales desplegadas en su país ante el «fracaso» de la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Mali (MINUSMA), según la apreciación del ministro de Relaciones Exteriores de Bamako, Abdoulaye Diop, decisión que culminaba la desafección del Gobierno de Transición del plan diseñado desde Occidente para combatir a los grupos insurgentes que se extendieron por la región saheliana desde 2012 a raíz de la desestabilización descontrolada del régimen libio. Una secuela imprevista de la operación «Odisea al amanecer» -mediante la cual la coalición formada por Estados Unidos, Canadá, Francia, Reino Unido, España, Italia, Dinamarca, Noruega, Bélgica y Catar apoyó a los opositores a la incómoda Yamahiriya de Muammar al-Gaddafi en el marco de la «primavera árabe»- fue aglutinar la insurgencia tuareg en el «Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad», inicio de la lucha armada contra el Gobierno democrático maliense presidido por Amadou Toumani Touré. La mecha prendió en otros grupos étnicos descontentos y proliferaron las atrocidades en la zona norteña del país. El conflicto, la sequía y la frustración de un Ejército desprovisto de medios para enfrentarse con eficacia a la incontenible y brutal ofensiva de los sublevados agravaban la situación política, económica y social. Era pavoroso el déficit alimentario. Considerado incapaz de contener la sangrienta rebeldía, un comité militar dirigido por el general Amadou Sanogo apartó del poder al presidente Touré en marzo de 2012. Obligado a dimitir días después, Sanogo fue sustituido en la Presidencia interina por un civil consensuado, Dioncounda Traoré, quien, tras prometer elecciones libres, solicitó ayuda internacional ante la gravedad de la situación.

Bajo esa cobertura se creó la MINUSMA, que en abril de 2013 desplegó un contingente «pacificador» cuyos efectivos superaban los 15 000 soldados en febrero de 2023, según datos oficiales. Su cometido era reforzar a las fuerzas armadas que combatían la insurrección etnicista apoyada por diversos movimientos islamistas radicalizados. Simultáneamente, Europa envió una misión similar, la EUTM-Mali (European Union Training Mission in Mali), encargada de asesorar y fortalecer a las fuerzas armadas locales y capacitarlas para la defensa de su población y territorio, sobre todo cuando los yihadistas mostraron su audacia e intensificaron la violencia con secuestros de europeos y sangrientos atentados terroristas en la capital, Bamako. El momento álgido se produjo en abril de 2012, cuando la rebelión completó la ocupación de la región norteña de Azawad y se proclamó un estado islámico independiente, estableciendo como capital la histórica y emblemática Gao. La EUTM-Mali estaba compuesta por tropas de países de la Unión Europea, incluido entonces el Reino Unido (excepto Croacia, Dinamarca, Eslovaquia, Malta, Polonia y Chipre) y de otros no comunitarios (Georgia, Montenegro, Serbia, Albania y Moldavia). Otra de sus misiones era vigorizar ámbitos como el desarrollo político y la acción humanitaria. El territorio de actuación de sus casi 600 efectivos desplegados abarcaba al principio la amplísima zona controlada por los insurgentes. En el momento de producirse la actual crisis, el contingente occidental en la región se había incrementado hasta unos 25 000 soldados, 4300 de ellos franceses; su área de acción no solo se extendió a la totalidad del territorio maliense en 2020, sino al conjunto de los cinco países que forman el Sahel (junto con Mauritania, Burkina Faso, Níger y Chad). Además, el Consejo de la Unión Europea había prolongado su mandato hasta junio de 2024, todo lo cual había derivado en un control militar, político y estratégico de esa vasta región africana, considerada desde Europa baluarte de su frontera sur en su lucha contra el terrorismo y los flujos migratorios para ellos ilegales. De modo que, junto a la ineficacia -«fracaso», según los gobernantes regionales– de unas misiones que en una década no consiguieron la pacificación, objetivo de su presencia, un factor detonante de la quiebra de la confianza es la sensación de control y subordinación de las naciones africanas a los intereses extranjeros. Debe añadirse la prepotencia inveterada, inherente en quienes creen ejercer su autoridad sobre poblaciones percibidas como «primitivas», «desvalidas» y «mendicantes», según atestiguan diversos posicionamientos, actuaciones y declaraciones de prominentes dirigentes europeos en el tiempo transcurrido. Nada extraño, pues, cuanto sucede porque esa prepotencia irreprimible, junto a décadas de neocolonialismo, es decir, de «independencia» sin soberanía, agudizaron las discrepancias hasta provocar los actuales niveles de recelo y desencuentro.

Cumpliendo su promesa, el presidente interino Traoré convocó elecciones generales, que dieron vencedor al politólogo e historiador Ibrahim Boubacar Keïta en septiembre de 2013. Tras meses de recurrentes y multitudinarias protestas exigiendo su dimisión por la gestión de su Gobierno de tecnócratas, fue depuesto por el Ejército en agosto de 2020. Durante un breve interregno, el coronel Bah N’Daw asumió la presidencia provisional por designación del Comité militar que controlaba el poder. Su sustitución por el coronel Assimi Goita en mayo de 2021 -hombre de un perfil más «nacionalista», podríamos decir- levantó la suspicacia de Occidente. Cabe anotar que el encumbramiento del nuevo «hombre fuerte» fue celebrado en Bamako con entusiastas manifestaciones de adhesión, quema de banderas francesas y gritos de «¡Abajo Francia!» y «¡Francia, vete ya!». Sin recato, tanto el secretario general de Naciones Unidas como relevantes gestores de la política exterior francesa emitieron duras descalificaciones contra el nuevo Gobierno de Transición, al que declararon «ilegítimo». París acusó también a las autoridades instaladas en Bamako de «permitir el expolio del país» tras la llegada de los mercenarios rusos del grupo Wagner, llamados como «alternativa» ante el «fracaso» de las «misiones antiterroristas» occidentales. Francia intentó por todos los medios implicar en la desestabilización a su ariete en la zona, la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO), organismo regional que agrupa a quince Naciones vecinas, sin resultados prácticos. Las acusaciones de París apenas disimulaban su malestar por el contundente, continuo y creciente cuestionamiento de la eficacia de sus expediciones militares en el Sahel para combatir el yihadismo, primero la «Operación Serval», en 2013, seguida de la llamada «Barkhane».

Como es lógico, el Gobierno maliense estimó «inadmisibles», «denigrantes» y «hostiles» tales declaraciones, un «atentado flagrante contra su soberanía nacional»; para Bamako, Francia pretendía «imponer el ritmo» del calendario del Gobierno de Transición. Por ello, fue expulsado el embajador francés el 31 de enero de 2022. A continuación, alegando «incumplimiento de los acuerdos», Mali abandonó el «G5 Sahel» en mayo, coalición antiterrorista creada en 2017 e integrada por soldados de Níger, Chad, Burkina Faso y Mauritania. En agosto, Mali anulaba sus acuerdos de defensa con Francia, y el presidente Emmanuel Macron anunció que su país ponía fin a la «operación Berkhane» y ordenaba el repliegue de sus tropas y la devolución al Ejército maliense las bases de Kidal, Tessalit y Tumbuctú. Con el desalojo de su último acuartelamiento, situado en la localidad de Gossi, la antigua potencia colonial, hegemónica hasta entonces en todo aspecto de la política, defensa y economía malienses, retiraba sus últimos efectivos de Mali para «no cohabitar con mercenarios», en alusión a la banda rusa Wagner, según la versión oficial. En su descargo, aduce París que los progresos estratégicos logrados en la lucha contra el terrorismo no fueron acompañados de avances políticos. Desde entonces, tanto el Palacio de El Elíseo como todas las fuerzas políticas galas -y con ellas el conjunto de Occidente- buscan la forma de redefinir su estrategia en África. Subrayemos que estas medidas no solo afectan a Francia: la junta militar maliense rechazó asimismo la presencia de otros grupos uniformados europeos y exigió la transferencia de las responsabilidades de seguridad al Gobierno de Transición, de modo que el desmantelamiento de la MINUSMA y de la EUTM-Mali repercuten en el conjunto de los países occidentales, que, en principio, ven desprotegida su frontera sur; por tanto, se sienten a merced de posibles peligros nada imaginarios. Si a estos problemas de seguridad y migraciones se añaden los estratégicos y económicos, resulta comprensible la zozobra que suscitan los actuales retos africanos, que auguran un cambio copernicano en las relaciones afroeuropeas. Por de pronto, es evidente la fragilización de la françafrique. Grave error es asociar la actual crisis a la proliferación de los golpes militares. Primero, porque la relación entre las poblaciones africanas y Francia está deteriorada desde hace mucho tiempo, aunque no se conociera públicamente al no interesar la difusión de tal percepción. En segundo lugar, porque desde siempre el fenómeno golpista es habitual en esa área y en otras del continente, sobre todo en el África francófona. La principal diferencia es que las anteriores asonadas se organizaban en París para mantener los intereses de Francia, y las actuales se pergeñan en las propias capitales africanas, sin conocimiento ni intervención extranjera, y en interés de las propias naciones. Al menos en apariencia. Matiz importante, y por ello inquieta.

Artículo redactado por Donato Ndongo.

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