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Cerveza y cambio en África

Cerveza y cambio en África
Imagen: Rik Schuiling en Wikimedia Commons

Chema Caballero

Bloguero y cooperante

En África está claro que el mercado de la cerveza industrial promete muchos beneficios. Por eso, las grandes cerveceras internacionales llevan décadas intentando controlarlo

Cada vez son más los africanos que optan por la cerveza industrial en detrimento de la tradicional. La escritora ruandesa Scholastique Mukasonga ya constataba este fenómeno hace algún tiempo: “Pero lo que todo el mundo esperaba del sorgo era la cerveza. Eso era antes, claro, de que la Primus y la Amsted la relegaran a la despreciable categoría de las bebidas arcaicas que los ancianos aún te obligan a consumir con ellos y que no te atreves a rechazar. La cerveza de sorgo era el fundamento mismo de la convivialidad entre los ruandeses. Alrededor del jarro se afianzaban los lazos familiares, se entablaban o reavivaban las amistades, se fortalecían las relaciones de buena vecindad, se negociaban los matrimonios, se aplacaban las discusiones, se resolvían los conflictos. Tras sumergir en la espuma espesa la pajita que servía de bombilla para sorber largamente el líquido amarronado, el sabio enunciaba el proverbio que esclarecía la situación y determinaba la conducta que todos debían seguir[1]”.

Así es. La cerveza industrial se impone sobre la tradicional con gran rapidez, la misma con la que África se urbaniza. Sustituye a las elaboradas a partir de sorgo, mijo y otros cereales que quedan relegadas a las zonas rurales, como también vaticinó hace algún tiempo el periodista José Naranjo. Las grandes cerveceras internacionales han visto en ello un gran negocio que mueve más de 10,65 millones al año, y que promete mucho más gracias al continuo aumento de la población africana. El hecho de que África sea el continente más joven de todos abre la posibilidad de expandir el número de clientes. Se trata de una juventud, mayoritariamente la urbana, sedienta de nuevas experiencias. El consumo de cerveza aumentó un 33 % entre 2010 y 2019 según un estudio de Kirin Holdings Co., citado por The Washington Post. Una tendencia contraria a la que se vive en el resto del mundo, donde poco a poco el consumo de cerveza cede paso al de vino o licores. La demanda de esta bebida es grande en el continente y Nigeria, por ejemplo, hace mucho tiempo que superó a Irlanda y se convirtió en el segundo consumidor después del Reino Unido de la emblemática Guinness.

En África está claro que el mercado de la cerveza industrial promete muchos beneficios. Por eso, las grandes cerveceras internacionales llevan décadas intentando controlarlo. Anheuser-Busch InBev (AB InBev), Diageo (Guinness), Castel y Heineken son los principales grupos enzarzados en esa lid.

El último movimiento en esta partida de ajedrez la ha realizado el gigante holandés Heineken al comprar la mayoría de las acciones de la cervecera de Namibia. De esta forma, recorta distancia con AB InBev (belga-brasileño), que domina el mercado en la región tras adquirir en 2016 la cervecera sudafricana, como informaba Africanews.

Además de las grandes empresas productoras de cervezas, otras más humildes intentan también su penetración en el mercado africano de forma más discreta. Así, se pueden encontrar, puntualmente, los supermercados cameruneses invadidos de cerveza Mahou española o comprobar que los jóvenes marfileños prefieren una Budweiser estadounidense a una Ivoire local cuando se sientan en un maquis o club.

Que grandes multinacionales inviertan de manera decidida en África revierte la forma tradicional de actuar de las empresas occidentales. Estas suelen ver el continente como un lugar de donde solo extraer materias primas, pero no como un mercado con gran número de consumidores y potencial de crecimiento. Las industrias chinas, por el contrario, sí lo habían detectado así hace mucho tiempo y por eso el continente está inundado de productos procedentes del gigante asiático que se adaptan al poder adquisitivo de los bolsillos de sus habitantes y les facilitan la vida.

Es ahí, en manos de grandes multinacionales, donde han terminado los sueños de los líderes de las independencias africanas de tener una industria nacional. Una de las primeras medidas adoptadas por muchos de ellos fue la nacionalización de las cerveceras que habían sido creadas por los colonos, especialmente tras la I Guerra Mundial.

Así hizo, por ejemplo, Sékou Touré, el líder guineano que consiguió que su pueblo votara «no» a la propuesta de formar parte de la Comunidad Francesa de Naciones. Esta acción enfadó mucho al presidente francés, Charles de Gaulle, y, además, provocó que Guinea proclamase su independencia unilateral en 1958, siendo así la primera colonia francesa de África subsahariana en conseguirla. La cerveza que se bebía en el país no se producía en él, sino en Senegal por La Société des Brasseries de l’Ouest Africain (SOBOA). Desde allí era transportada hasta Conakry para ser embotellada. Al convertirse en el primer presidente de la nueva nación, Touré nacionalizó la planta guineana de SOBOA y la rebautizó como SOBRAGUI. Desde entonces, la cerveza consumida en Guinea se fabricaba en Guinea. Pero en 1987, el presidente Lansana Conté la privatizó y el grupo belga UNIBRA la adquirió. Posteriormente, en 2008, la cervecera guineana fue comprada por Castel. Una gran paradoja: de la nacionalización para evitar el control francés a ser parte de una multinacional francesa. Así se disuelven las revoluciones en África.

Dicen los expertos que el consumo de cerveza va unido al aumento del poder adquisitivo de la población. De esta forma, al sur del Sáhara, el abandono de las bebidas tradicionales no solo es una cuestión de moda, de que los jóvenes opten por nuevos sabores, sino también de que pueden permitirse beber una o varias botellas de cerveza en sus momentos de ocio. Es verdad que las inversiones de las cerveceras occidentales crean puestos de trabajo, lo que significa ingresos que permiten a los empleados consumir más. Sin embargo, la realidad es que en el continente existe una gran carencia de trabajo formal, de manera significativa para los jóvenes. Eso obliga a que se vuelvan los ojos hacia la mal llamada economía informal, que es la economía que permite que miles de personas puedan generar los ingresos que necesitan para vivir. Por eso, sería más justo llamarla economía de vida. Y de ella también sale el dinero que facilita que tantas personas puedan sentarse en un maquis, bar o club y degustar una o varias cervezas y relajarse.

Otra cosa es que esa esté fría. Es verdad que cada vez más africanos la demandan bien fresca, pero no es algo todavía generalizado. Quizás eso sea influencia de la ingesta de las bebidas tradicionales, muchas de las cuales están tibias en el momento de servirse. Por eso, cuando se viaja por África y se quiere disfrutar de una, hay que especificarlo claramente al ordenarla, de lo contrario la sorpresa puede ser bastante desagradable. Y no es obsesión occidental, no, ya se quejaba de ello Binyavanga Wainaina: “A los keniatas les gusta la cerveza templada por más tórrido que sea el día. Desde que me dedico a visitar estos lugares, me he encontrado con camareros preocupados con la posibilidad de que me pillara una pulmonía o de que la cerveza perdiera su fuerza si la dejaban en el frigorífico más de veinte minutos[2]”.


[1] Scholastique Mukasonga. La mujer descalza Editorial Empatía. Caba (Argentina) 2018. p. 55-56

[2] Wainaina, B. Algún día escribiré sobre África. Sexto Piso. Barcelona 2011. p 177.

Artículo redactado por Chema Caballero.

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