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África-Europa: cambiar el paradigma

África-Europa: cambiar el paradigma
La emigración africana hacia Europa, periplo jalonado de peligros y abusos, no la impulsa la pobreza, sino la insatisfacción de necesidades básicas como libertad y bienestar. Tampoco colma los anhelos: llegado a Europa, el inmigrante solo cambia su ardua vida anterior por las difíciles condiciones en el país receptor. Imagen: Antonio Pascual Pedrero
Imagen: Antonio Pascual Pedrero

Donato Ndongo

Su Antología de la literatura guineana (1984) es considerada como la obra fundacional de la literatura guineana escrita en español.

La emigración africana hacia Europa, periplo jalonado de peligros y abusos, no la impulsa la pobreza, sino la insatisfacción de necesidades básicas como libertad y bienestar. Tampoco colma los anhelos: llegado a Europa, el inmigrante solo cambia su ardua vida anterior por las difíciles condiciones en el país receptor.

Asombra que la actual pandemia universal no esté devastando África subsahariana. Pareció la zona más vulnerable por sus niveles de infradesarrollo: escasez de recursos humanos y materiales, carencia generalizada de infraestructuras sanitarias -habitualmente colapsadas por endemias silenciadas-, reputada incuria de no pocas autoridades y drástica contracción de la asistencia internacional tras los confinamientos nacionales y el consabido cierre de fronteras. El Covid-19 demoró su llegada a la región; al notificarse los primeros casos en febrero de 2020, el previsible ritmo de contagios produjo pasmo. Richard Mihigo, jefe regional de Vacunación de la OMS, aseguró: “esto no ha hecho más que empezar”. Pronosticaron el desastre: depreciación de materias primas, paro e inflación ascendentes y recesión. El Banco Mundial auguró caídas del 2 al 5 % del PIB en 2020, panorama que agravaría la inseguridad alimentaria; según informes del Foro Económico Mundial, el virus abocaría a otros 23 millones de africanos a la pobreza extrema; en abril, Naciones Unidas calculó unos 70 millones de contagiados y entre 300.000 y 3,3 millones de muertes en los meses siguientes. Ciertamente, el pasado no puede considerarse un buen año; en lugares donde dos tercios de la población malvive en precario y la venta callejera significa sustento, el obligado aislamiento domiciliario fue un suplicio añadido. Durante las conmemoraciones del sexenio de la descolonización, el grito más escuchado en muchas capitales fue “la policía mata más que el virus”: la propagación planetaria del Covid-19 fue el pretexto para recortar o anular derechos y libertades. Numerosos Gobiernos emularon el autoritarismo que mató a George Floyd en Estados Unidos, y se propagaron imágenes de contundentes cargas policiales en numerosos países para imponer confinamientos y toques de queda; denuncias en redes sociales documentadas por la periodista Samira Sawlani, quien informó de policías envalentonados por la impunidad, ya que “a menudo, los ciudadanos desconocen sus derechos, pues los Gobiernos decretaron las medidas sin anunciar siempre la sanción”.

El fatídico 2020 dejó las siguientes cifras: 2.070.953 personas contagiadas en África y 49.728 fallecidas hasta el 22 de noviembre, el 3,6 % de los casos mundiales, según publicó en enero la revista Science. Datos que desconciertan a los científicos en sanidad pública. Sudáfrica y Nigeria, los países más conectados con el exterior, son los más afectados. Pese a las grandes limitaciones y los deficientes métodos de diagnóstico e identificación de infectados -que merman confianza a las reseñas oficiales, no siempre acordes con el impacto real de la pandemia, dificultando la adopción de las medidas sanitarias pertinentes- cabe incidir, según expertos, en que factores como su relativo aislamiento de los centros de decisión internacionales, la juventud de su población, el clima e inmunización preexistente debida a anteriores epidemias víricas aminoran la propagación, jugando esta vez a favor de los africanos.

Desde una perspectiva macroeconómica, 202l aparece con moderado optimismo. Aunque Sudáfrica afronta su recesión más aguda desde 1992, al caer su PIB un 51 % en el tercer trimestre del pasado año, con repercusión en otros países, la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio, retrasada por la pandemia, puede acelerar la recuperación económica. Persisten desafíos como la creciente sangría yihadista, recuperar y profundizar las libertades, formas de representación democrática y buen gobierno y aminorar los focos de tensión; quizá sea determinante la nueva actitud de Estados Unidos hacia África, anunciada por el presidente Joe Biden. Entre tan importantes retos destaca el drama migratorio, eje actual de la relación entre África y Europa. La última cumbre Unión Africana-Unión Europea (UA-UE) tuvo lugar en Abiyán (Costa de Marfil), en noviembre de 2017, para definir la mutua cooperación. Según la declaración conjunta, quedaron establecidas las prioridades comunes: oportunidades económicas para la juventud, paz y seguridad, movilidad y migración y mejora del buen gobierno. “Como saben, la UE es el principal socio de África y su vecino más próximo. Su principal inversor, su principal socio comercial, su principal proveedor de ayuda al desarrollo y asistencia humanitaria, así como el principal contribuyente en materia de paz y seguridad. Y esta cumbre ha demostrado nuestra determinación de reforzar aún más nuestra asociación”, declaró el entonces presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk. La aplicación práctica de estos objetivos se traduce en un control más estricto de las fronteras exteriores y los flujos migratorios. La UE y sus Estados miembros reforzaron su empeño de establecer una política de migración “eficaz, humanitaria y segura” como “respuesta enérgica a la presión migratoria” en la Ruta del Mediterráneo oriental (Grecia, Chipre y Bulgaria, originarios de Oriente Medio), el Mediterráneo central (africanos llegados a Italia y Malta desde Túnez y Libia) y occidental (a España peninsular, islas Canarias, Ceuta y Melilla a través de Marruecos, Argelia, Sáhara Occidental, Mauritania, Senegal y Gambia). Si bien disminuyó un 90 % la llegada de pateras por estos itinerarios, se decuplicó en 2020 respecto a 2019. Se deduce entonces la ineficacia de las medidas adoptadas por la UE para atajar la inmigración llamada “irregular”, al tener el fenómeno causas más profundas, hasta ahora poco abordadas.

Quizá se encuentren las claves en dos informes: En este viaje a nadie le importa si vives o mueres, elaborado por el Alto Comisariado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y el Centro de Migración del Consejo Danés de Refugiados. Refleja que miles de migrantes africanos mueren o sufren abusos graves durante su trayecto hacia el Mediterráneo, esperando cruzar a Europa “con el afán de una mejor vida para ellos y sus familias”. La inmensa mayoría son víctimas de atropellos brutales “a manos de traficantes, contrabandistas, militares o autoridades estatales, que los someten a torturas impensables como quemaduras con aceite, metales ardiendo o plástico derretido; descargas eléctricas e inmovilización en posturas dolorosas, además de golpearlos, obligarlos a realizar trabajos forzados o incluso asesinarlos”. Horrores “invisibles durante demasiado tiempo”. Durante su presentación, en julio de 2020, Filippo Grandi, uno de sus responsables, declaró que el estudio “documenta asesinatos y violencia generalizada de la peor naturaleza contra la gente que huye desesperadamente de la guerra, la violencia y la persecución; hace falta un liderazgo fuerte y acciones concertadas por parte de los Estados de la región para poner fin a la crueldad, proteger a las víctimas y procesar a los responsables”. Pese a las dificultades para recopilar información precisa, constata al menos 1.750 fallecimientos en los países atravesados entre 2018 y 2019, la ruta migratoria más mortal del mundo; a esos decesos deben agregarse innumerables desaparecidos anónimos en el desierto sahariano.

El otro, Escalando vallas. Voces de inmigrantes africanos irregulares a Europa, lo elaboró el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Publicado en octubre de 2019, también expone numerosas atrocidades y analiza la relación entre desarrollo y emigración, las experiencias de sus protagonistas, su percepción sobre sus países de origen y su situación en Europa. De sus testimonios se deduce que muchos con estudios, trabajo y salarios decentes en su contexto social abandonan su país, el 38 % afirmó que ganaba lo suficiente para vivir, el 12 % tenía capacidad de ahorrar y un 50 % dijo que su salario era exiguo. Aunque el 93 % calificó su periplo como “arriesgado”, solo el 2 % habría desistido si hubiese tenido información previa del peligro, el 41 % aseguró que “nada” les habría hecho cambiar su decisión de emigrar, otro 24 % atribuyó a sus malas condiciones económicas su impulso de buscar otros horizontes y un 15 % basó su decisión en la carencia de servicios básicos en su propio país. “Al final todos queremos lo mismo en la vida: buena salud, trabajos decentes y libertad para perseguir oportunidades para nuestras familias y nosotros mismos; y como muchos no tienen eso en África, vienen a Europa”, resume el senegalés Aziz. Para Achim Steiner, administrador del PNUD, “el mensaje principal es que la migración es una consecuencia del desarrollo desigual”. El documento refleja “particularmente una trayectoria de desarrollo que falla a los jóvenes africanos” y “envía una clara señal a los poderes públicos: su migración indica que el desarrollo es una realidad, pero no lo suficientemente rápida, y de frutos desiguales y limitados”.

Datos que deberían inducir a un cambio de paradigma en las relaciones afroeuropeas para reorientar las políticas hacia África, pues muestran el contraste entre las concepciones del desarrollo, las aspiraciones de los ciudadanos y las desigualdades, desmitificando las causas de la inmigración y derribando tópicos usuales. La emigración africana hacia Europa, periplo jalonado de peligros y abusos, no la impulsa la pobreza, sino la insatisfacción de necesidades básicas como libertad y bienestar. Tampoco colma los anhelos: llegado a Europa, el inmigrante solo cambia su ardua vida anterior por las difíciles condiciones en el país receptor.

Donato Ndongo-Bidyogo nació en Niefang, Guinea Ecuatorial, en 1950. Escritor, historiador y periodista, fue director adjunto del Centro Cultural Hispano-Guineano de Malabo, delegado de la Agencia EFE en África central y director del Centro de Estudios Africanos en la Universidad de Murcia. Su extensa labor de difusión del africanismo en España es unánimemente reconocida y está considerado como el máximo impulsor de la literatura escrita en Guinea Ecuatorial.

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