“Somos un país pequeño. Creo que montar una infraestructura eléctrica en un país como el nuestro debería ocupar uno o dos años, máximo”, explica Karamo, un trabajador de la compañía eléctrica nacional de Gambia.
Gambia es una franja de territorio dentro de Senegal, con una población de 2,4 millones de habitantes. Tras más de medio siglo de independencia, este país de África occidental no tiene esa infraestructura y depende de un barco turco para conseguir el 60 % de su electricidad.
Opto por el cinismo: “Pero todo eso ahora dará igual, porque el mes que viene jugaréis la fase final de la Copa de África”. La expresión de la cara de Karamo cambia por completo. Me choca la mano y exclama, alegre: “Es nuestra primera vez desde la independencia. Nuestra primera Copa de África ». Es imposible estar en Gambia y no enterarse. Si la semana antes de las elecciones el monopolio eran las conversaciones políticas, el paso de los días ha cedido protagonismo al fútbol. Adama Barrow será presidente de Gambia cinco años más; su principal opositor, Ousainou Darboe, presentó un recurso judicial contra los resultados, pero finalmente fue descartado. Tras la celebración de la noche electoral, el fin del recorrido judicial de la petición de Darboe fue recibido como otra victoria por los seguidores de Barrow. Ahora toca divertirse, y el anuncio de la fiesta está en todas partes.
La Copa de África, suspendida por la pandemia, se celebrará entre el 9 de enero y el 6 de febrero en Camerún. 24 equipos repartidos en seis grupos de cuatro competirán por el título que Argelia conquistó en 2019 en Egipto. En Gambia, los carteles de los candidatos van desapareciendo y dejan paso a los anuncios con la selección gambiana como protagonista. Africell, una de las principales líneas de conexión telefónica, se promociona junto a una foto del once inicial del equipo antes de disputar un partido. De forma periódica envía mensajes a sus clientes para que aporten 5 dalasi (8 céntimos de euro) al “camino del equipo nacional”, sin contraprestaciones. Otros, por 3 dalasi, ofrecen la oportunidad de entrar en un sorteo mediante el cual puedes viajar a Camerún para ver la competición o “ganar millones de dalasis”.
La actitud de los aficionados gambianos oscila entre la cautela del debutante y el orgullo de quien ha conseguido algo inédito. Nunca han jugado una fase final de la Copa de África, no cuentan con ninguna gran estrella entre sus filas y tienen el peor ranquin FIFA de su grupo y prácticamente de la competición. La búsqueda de nuevos jugadores, más allá de la liga local, se centra en encontrar hijos de la diáspora gambiana repartidos por el mundo. Saidy Janko, nacido en Suiza y que actualmente juega en el Real Valladolid, está en la lista de convocados y podría debutar en competición oficial en Camerún. Con todo, muchos se ofenden si dan a su equipo por eliminado en la primera fase. Amara, con una camiseta roja del equipo nacional –que no tiene el nombre de los jugadores, sino “The Gambia” en la espalda- hace sus propios números. “El primer partido contra Mauritania deberíamos ganarlo. Son el rival más asequible. Después contra Mali y Túnez será muy difícil, pero si ganamos el primer partido y sumamos algún punto, quién sabe”. Los dos primeros de cada grupo y los cuatro mejores terceros pasarán a los octavos de final. Mali, con muchos jugadores en ligas de primer nivel, y Túnez, semifinalista en 2019, se encuentran varios peldaños por encima del nivel de los “Scorpions”, el mote con el que se conoce a la selección gambiana.
El favorito, más allá de la frontera
En Senegal, el fútbol representa hasta cierto punto las aspiraciones de grandeza del país. En 2002, la victoria en el Mundial contra Francia fue celebrada como un logro propio por el presidente Abdoulaye Wade. El éxito de los “Leones de la Teranga” era el símbolo de un Senegal “ganador” que avanzaba hacia un futuro próspero. El equipo también era una metáfora de una de las grandes contradicciones de Senegal, aún vigente: en un país que se quiere vender como exitoso, para ser un triunfador te tienes que marchar. Sus cantantes, futbolistas e intelectuales obtienen sus credenciales, su fama y su dinero en el extranjero, y pasan más tiempo fuera del país que dentro de él. La generación del 2002 fue finalista de la Copa de África, pero perdió en los penaltis. Dos décadas después, la plantilla actual es una de las más potentes de la competición. En 2019 fueron finalistas, pero perdieron 1-0 contra Argelia, en un partido con poca historia tras el gol inicial de los argelinos. El error del portero senegalés dejó al equipo con un mal sabor de boca: con un Mané poco inspirado durante toda la competición, el equipo chocó una y otra vez con el muro defensivo de Argelia.
Los senegaleses llegan a Camerún con varias mejoras. Si la portería era su posición más floja en 2019, ahora cuentan con Edouard Mendy, portero del Chelsea campeón de la Champions en 2021. Han reforzado sus posiciones más débiles, y el conjunto de Aliou Cissé sigue contando con un gran potencial ofensivo, liderados por la estrella del Liverpool Sadio Mané. A diferencia de la edición de 2019, que se disputó en verano y con las grandes estrellas agotadas tras la temporada con sus clubes, esta fase final se celebrará en una época propicia para ver su mejor rendimiento. La gran incógnita para Senegal es si Aliou Cissé conseguirá crear lo que Argelia ya tiene: un equipo fiable que sabe a lo que juega, más allá de los destellos individuales de sus principales estrellas. La presión para el técnico, capitán del equipo de 2002, es considerable: tras no pasar de la fase de grupos en el Mundial de 2018 y el subcampeonato africano de 2019, esta podría ser su última oportunidad para demostrar que puede llevar a los senegaleses al máximo nivel. Si no lo consigue, muchos se preguntarán hasta qué punto el país puede permitirse un líder que no les lleva a ninguna parte.
Artículo redactado por Jaume Portell.