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El tiempo recuperado…

El tiempo recuperado…
Una vez recuperado el tiempo, ¿qué hacemos con él? Esta situación nos obliga a dejar de proyectar el futuro para dejarle advenir. Nos obliga también a estar con nosotros mismos. Imagen de Enrique Gómez Rodríguez
Una vez recuperado el tiempo, ¿qué hacemos con él? Esta situación nos obliga a dejar de proyectar el futuro para dejarle advenir. Nos obliga también a estar con nosotros mismos. Imagen de Enrique Gómez Rodríguez
Una vez recuperado el tiempo, ¿qué hacemos con él? Esta situación nos obliga a dejar de proyectar el futuro para dejarle advenir. Nos obliga también a estar con nosotros mismos. Imagen de Enrique Gómez Rodríguez
Una vez recuperado el tiempo, ¿qué hacemos con él? Esta situación nos obliga a dejar de proyectar el futuro para dejarle advenir. Nos obliga también a estar con nosotros mismos. Imagen de Enrique Gómez Rodríguez

Diario de una pandemia, por Felwine Sarr. El gobierno acaba de prolongar el cierre de colegios y universidades. Avanzamos hacia un largo período de coerción social, aunque aún no se ha decretado confinamiento total. Las empresas que pueden permitírselo, han establecido el teletrabajo para sus empleados. Para los demás, aquellos denominados ambulantes o informales, la economía es ante todo relacional. La interacción humana es necesaria para todo intercambio económico. Comprar (jënd, en wolof), vender (jaay), regatear y negociar, implican presencia física. El distanciamiento social debe adaptarse al tipo de interacciones interindividuales y a la sociología de nuestras relaciones sociales. Cartografiar los espacios de aglutinación, los lugares de reagrupamiento humano y compactación, y comprender sus razones y su lógica. Trabajar para disgregar el grupo y, al mismo tiempo, mantenerlo vivo. Este es el reto al que se enfrentan nuestros antropólogos y sociólogos.

La ciudad sigue siendo fantasmal. Está irreconocible. Se ha deshecho su compacidad. Últimamente, su energía es difusa; se escapa y se desvanece por los costados. Vemos la ciudad de forma diferente porque la recorre menos gente, y ello hace más presente su arquitectura y sus calles. Ahora podemos ver el aspecto de sus árboles y su fachada atlántica, y nos atrae su espesura, su densidad y su presencia.

Este tiempo podría considerarse un tiempo recuperado, pese a la angustia que provoca no saber lo que va a ocurrir porque nos habíamos acostumbrado a anticipar el futuro y a planificar el tiempo venidero. Un tiempo recuperado para quienes vivimos en la vorágine de un mundo globalizado, posmoderno y con total movilidad, acostumbrados a tener la agenda llena durante varios meses. Sabíamos ya lo que íbamos a hacer el próximo invierno y la próxima primavera.

Habíamos rechazado lo inesperado, cubriéndolo con una psicología de lo instaurado; un tiempo organizado por objetivos, metas y resultados. Vivíamos este tiempo del capitalismo siempre orientado hacia una mayor productividad, obnubilados por hacer el mayor número de acciones en el menor tiempo posible. Siempre ocupados hasta la saturación. Para otros, la mayoría, el mañana ha estado siempre marcado por la incertidumbre, y su porvenir trae consigo multitud de desafíos y caminos abruptos y, a veces, sorpresas y alivio. Esta mayoría conoce bien el futuro incierto y saben bien cómo gestionarlo. Saben gestionar el tiempo reunidos alrededor de un té en los escollos de una conversación que lo convierte en un vínculo reforzado.

Una vez recuperado el tiempo, ¿qué hacemos con él? Esta situación nos obliga a dejar de proyectar el futuro para dejarle advenir. Nos obliga también a estar con nosotros mismos. Vivir consigo mismo. Estar presente en la conciencia que aflora y que habitualmente estaba acallada por la hiperactividad y los ruidos externos. Habíamos pospuesto la cita con nosotros mismos. Resuena de nuevo la vibración esencial de nuestra existencia. Los anacoretas, escritores y artistas conocen esto: bajar el ritmo de trabajo, relajarse, escuchar sus voces interiores, su multitud parlanchina o silenciosa, el mundo que nos habita. De esta forma, se deja entrever en nosotros aquello que necesita tiempo, latencia, un momento para aflorar, materializarse, ser y latir con fuerza en nuestro ser.

La Pascua senegalesa ha sido siempre una fiesta animada: jueves santo, viernes santo y misa del domingo de resurrección. Este año, la coral de la Parroquia de los Mártires de Uganda no cantó. El arzobispo de Dakar y algunos sacerdotes celebraron solos la misa en la Catedral de Dakar, que fue retransmitida por televisión para los fieles, y se puede ver también por WhatsApp. Dado que cada uno debe quedarse en su casa, la cuestión de estos días es si se mantendrá la tradicional distribución de ngalax[1], símbolo y expresión de la fraternidad interreligiosa en Senegal.



[1] Término wolof que define un dulce a base de mijo, pasta de cacahuete y bouye  (zumo hecho a partir del fruto del baobab)

Felwine Sarr es académico, escritor y músico senegalés. Docente en la Université Gaston Berger de Saint-Louis (Senegal) desde 2007, sus trabajos académicos se centran, entre otros, en las políticas económicas, la economía del desarrollo, la econometría y la historia de las ideas religiosas. En 2010 ganó el Premio Abdoulaye Fadiga de investigación económica y en 2016 fue premiado con el Grand Prix des Associations Littéraires (modalidad de investigación) por su obra Afrotopía, publicada en español en la Colección de Ensayo Casa África. Entre sus publicaciones destacan además Dahij (2009), Meditations africaines (2012), Ishindeshin de mon âme à ton âme (2017) y Habiter le monde, essai de politique relationelle (2018).

 Artículo publicado originalmente en alemán en Süddeutsche Zeitung y traducido por Inmaculada Ortiz.

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