Por Justo Bolekia Boleká. Me llamo Ntá Bösöpé Bolekia Boleká y soy bubi por los cuatro costados. Si rebuscara en mi memoria, podría descubrir mis más de 88 apellidos bubis, es decir, mi filogénesis. Ser bubi significa tener una lengua, soporte de mi identidad, aparte de otros elementos con los que se ha configurado mi perfil sociocognitivo, o mi idiosincrasia, como unas creencias y unos ritos, una peculiar gastronomía, unas técnicas específicas para cazar y pescar, para trepar a la palmera, para curarse de males orgánicos y psicológicos, para engalanarse con nuestras cuentas de tyíbö (hechas con conchas de un molusco que en bubi llamamos elölá), etcétera.
Al estar viviendo en la diáspora, sin la más mínima posibilidad de actualizarme culturalmente y de forma regular como bubi, he sentido la necesidad, desde que hace muchos años crucé mi mar, de compartir mi lengua bubi con quienes se acercan a mis producciones literarias, ya sea como escritor de relatos, de cuentos, de poesía, de novela, de ensayos (con diccionarios, libros de lingüística, de didáctica, etc.) o como antólogo o articulista.
Uno da lo que tiene, o lo que los demás le dicen que tiene. Y yo aún tengo una lengua que quiero proteger y conservar, y de cuya existencia quiero dejar constancia para las generaciones futuras bubis que seguramente no tendrán una lengua ni elementos culturales bubis en los que aferrarse para significarse y defender o proteger su africanidad. Mientras tenga una lengua (la bubi), pensaré como cualquiera de sus pasados y presentes bubihablantes. He nacido y pacido en el espacio bubi, con su ecosistema tan peculiar. Y eso se lee en mis producciones literarias. Puedo decir, entonces, que soy un escritor hispanoafricano, o hispanobubi, porque escribo en español y en bubi.
Estoy seguro de que no me sentiría cómodo escribiendo únicamente en español, porque tengo algo que aportar a España y al amplio mundo hispánico desde mi bubinidad, desde mis diversidades lingüísticas y culturales ya evidentes. Pero cuando pienso en la cantidad de jóvenes negroespañoles que no pueden justificar su africanidad ni con una lengua ni con una cultura de ese vasto continente, me invade una profunda tristeza y siento la necesidad de reclamar un espacio en las escuelas de esta España mía y nuestra, para que esas muchachas negras y esos muchachos negros puedan, al menos, tener algún soporte identitario africano. Si queremos contribuir al enriquecimiento cultural de España, tenemos que enarbolar nuestra singularidad africana, siempre con la ayuda y colaboración de cualesquiera instituciones públicas o privadas que creen en esta España diversa. Se tiene que dar a estas generaciones buscadoras de identidad la oportunidad de aprender una lengua africana, cualquiera que sea, porque aprender únicamente español, inglés, portugués, francés, etc., es pensar como los propietarios de dichas lenguas. Yo escribo en bubi para garantizar mi propia supervivencia lingüístico-cultural, para seguir enriqueciendo mi ya incuestionable afrohispanismo.
A estas alturas de nuestro recorrido como países africanos ya independientes, esperaba que nuestras lenguas formaran parte de las prioridades políticas de la Unión Africana, o de la Carta del Renacimiento Cultural de África. Pero a pesar de decir en algunos de sus artículos (25 de la UA y 18 de la CRCA) que los Estados promoverán la enseñanza de las lenguas, o su utilización en organismos africanos, lo cierto es que no es así. Muchos escritores han utilizado sus lenguas para crear literatura (como Yero Dooro Jallo, en fufuldé; MoamYuny JEN, en wolof; Ngũgĩ wa Thiong’o, en gikuyu; Toni Kan, en igbo; Sara Ladipo Manyika, en yoruba, etc.), aun sabiendo que dichas lenguas no se enseñaban en las escuelas de sus países, regiones o aldeas. También los misioneros escribieron en las lenguas africanas (y lo siguen haciendo), pero con fines doctrinales o para no perder clientes.
El primer espacio en el que los niños debían aprender el bubi –la familia– ha sido destruido y desarticulado por la asimilación y la desorientación o alienación que ha impuesto la exoeducación del sistema colonial y poscolonial. Esto ocurre en la tierra de los bubis (la isla de Bioko), mi tierra. Pero lamentablemente los gobernantes de esta tierra, que forma parte de Guinea Ecuatorial, no están por la labor de promover la enseñanza y el aprendizaje de la lengua bubi. Cuando la familia se siente derrotada psicológicamente y no encuentra sentido a la transmisión de su lengua a las jóvenes generaciones, entonces debe el Estado ser el garante de la supervivencia de dicha lengua. Escribo en bubi, canto en bubi, narro en bubi. Las nuevas tecnologías de la comunicación pueden contribuir a frenar la muerte de la lengua bubi.
Soy bubi por los cuatro costados. Todavía, aunque me llame también Justo Bolekia Boleká. Y seguiré escribiendo en bubi, porque con ello me significo y significo a los míos, tanto los españoles negros como blancos. El uso de mi lengua en el mismo espacio que la lengua española supone reconocer la importancia de la tolerancia y la ausencia de prejuicios en el desarrollo de la conciencia intercultural que debe ya caracterizar a las jóvenes generaciones españolas, negras o blancas.
Justo Bolekia es doctor en Filología Francesa y ha estudiado profundamente la relación que existe entre el poder y las lenguas, sobre todo cuando se utilizan como instrumento de dominio. El miércoles 20 de diciembre, a las 19:00h, presentará su nueva obra A Bépátto (Los del barrio) en el salón de actos del Archivo Histórico Nacional (calle Serrano, 115, 28006 Madrid).