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La cabaña del tío Tom, un indispensable

La cabaña del tío Tom, un indispensable
Portada del libro «La cabaña del tío Tom». Imagen: Hammatt Billings en Wikipedia

Lucila Rodríguez-Alarcón

Columnista y profesora de universidad

La cabaña del tío Tom no es solo un libro. Se trata de un documento resultante de un intenso trabajo de periodismo de investigación realizado por Harriet Beecher Stowe, una periodista afincada en Cincinatti. Esta “pequeña mujer”, como la denominó Abraham Lincoln cuando la conoció después de la guerra de secesión, documentó lo que sucedía en las plantaciones del Sur de Estados Unidos a través de entrevistas que realizaba a personas que llegaban a la ciudad abolicionista usando el “tren subterráneo”. Este tren no era real, es el nombre que representaba un sistema equivalente a los corredores humanitarios que se desarrollaron en Europa durante el éxodo sirio en los años 2000. Consistía en comunidades que colaboraban para crear una cadena de apoyo continua que permitía a los esclavos que huían llegar a las zonas abolicionistas. 

Las investigaciones de Beecher se publicaron por fascículos en The National Era, un periódico secesionista. El primer capítulo se publicaba en 1851, diez años antes de que tuviera lugar la guerra de secesión que acabaría con la esclavitud en Estados Unidos. De hecho, Abraham Lincoln relacionó públicamente La cabaña del tío Tom con el inicio de la guerra, asegurando que la novela había sido un detonante. Se publicaron 44 episodios entre 1851 y 1852 y, finalmente, este mismo año Harriet publicó el libro.

La cabaña del tío Tom fue un best seller del siglo XIX. A través de un relato muy bien estructurado, pero sobre todo muy bien informado, Harriet consiguió evidenciar lo inexplicable de la esclavitud. En el elenco de protagonistas hay todo tipo de personajes, lo que facilita la generación de empatía por parte de las personas que lo leen. La humanidad exquisita de los personajes contrasta con la deshumanización de un sistema insostenible. Las situaciones son todas hechos reales combinados de un modo muy inteligente para hacer que la historia fluya y, con ella, las lectoras. Las descripciones son muy detalladas y la autora recupera incluso la forma de hablar específica que corresponde a cada uno de los personajes, que son unos cuantos. A través de esas diferentes miradas, que van desde el esclavo al dueño de la finca, se presenta no solo lo inhumano de la esclavitud sino lo incomprensible. 

Como todo gran éxito, no se encuentra este título exento de críticas. El personaje principal, el tío Tom, es un esclavo de una dulzura infinita y una incuestionable sumisión. Muchas abolicionistas han acusado a la autora de crear un personaje que se vende a los blancos exigiendo personajes más fuertes que fueran más inspiradores para la lucha antirracista. Este argumento ya se esgrimía por ciertos colectivos a principios del siglo XX y se intensificó durante la lucha antirracista de los años 60. Sin embargo, es un enfoque que se ha recuperado en otros relatos actuales con mucho éxito. El más representativo es el del relato de El mayordomo, película del 2013 basada en hechos reales, dirigida por Lee Daniels y protagonizada por Forest Whitaker. El protagonista es un hijo de esclavos que va sirviendo a diversos presidentes. Es un personaje sometido que acepta el espacio que le conceden en una sociedad racista en la que existe segregación. Será a través de la mirada de sus hijos que cobre conciencia de lo irracional de su condición. Esa forma de contar la historia permite también entender el progreso de la lucha antirracista en Estados Unidos. 

También se acusó a la autora de estar mal informada, porque ella nunca pisó el Sur. Sin embargo, esta crítica queda desmontada por Harriet en un ensayo publicado en 1953 en el que la autora revisaba y desmontada una a una todas las críticas e, incluso, se lanzaba a analizar el marco legal de la esclavitud en aquel momento. Otra de las críticas frecuentes eran las relacionadas con el sentimentalismo del relato. 

Echando la vista hacia atrás, resulta increíble que la esclavitud fuera legal hasta casi principios del siglo XX en algunos países – y también recordar que apenas hace 60 años que se aprobaba la Ley de Derechos Civiles de 1964 que acababan con la segregación en Estados Unidos. Es muy importante recordar que las leyes no siempre han sido justas y que conseguir derechos fundamentales ha costado muchísimo esfuerzo, por eso no podemos permitir que se dé ni un paso atrás en lo que ya ha sido reconocido por ley. En los últimos años hemos visto cómo se cruzan líneas rojas que hace 10 años marcaban espacios potencialmente inviolables. Y todo empieza por las narrativas y el debate público. Se han construido historias basadas en mentiras que aprovechan la debilidad de ciertos colectivos para desviar la atención de los verdaderos problemas que son demasiado complejos. Se culpa de todos los males a grupos étnicos concretos o a conjuntos de personas “migrantes” que lo único que tienen en común es que viven en un sitio en el que no nacieron. Son historias que se repiten sin tregua sin que durante unos años se haya sabido qué hacer para parar esta tendencia. 

A día de hoy ya sabemos que parte de la estrategia para difundir estos relatos consiste en hacerlos virales a través de la difusión que, sin querer, proporcionan las personas que intentan desarticularlos. Por eso, para contrarrestarlos, estos cuentos tan dañinos se tienen que sustituir por otros más inspiradores. Y aquí es donde relatos como La cabaña del tío Tom tienen tanta importancia. Ya sea como una inspiración para crear relatos informados y completos que ayuden a evidenciar lo malo o como referencia histórica indispensable, para poder construir sin repetir los mismos errores.

Artículo redactado por Lucila Rodríguez-Alarcón.

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