El mundo no está preparado para limitar el aumento de temperatura a 1,5 grados, por lo que el cambio climático es ya una crisis generacional para África.
Sam Cheptoris, ministro de Agua y Medioambiente de Uganda (UNFCCC, 2021)
En agosto, el informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) activó las alarmas de activistas y gobiernos al confirmar que algunas de las consecuencias de la degradación medioambiental ya son inevitables. Estas alarmas llevan tiempo sonando en las comunidades de zonas semiáridas que pierden su producción por el avance del desierto y a sus familiares en los conflictos comunitarios. Así lo denuncia Fousseny Traore, presidente de Friday’s for Future Senegal: “las inundaciones, las olas de calor, los vientos fuertes y las hambrunas están dejando paso a la amenaza terrorista”, ya que a medida que hombres y mujeres se encuentran con necesidad de protección y manutención se afilian a los grupos extremistas.
El informe detalla las perspectivas para los próximos años por región, destacando que en África la temperatura aumenta más deprisa que en el resto del mundo. Con ella, se agudizan los eventos climáticos extremos, como las lluvias torrenciales, que afectan la agricultura (Ongoma, 2021) y la vivienda. La zona más afectada es la región del norte y el Mediterráneo, que junto al sur de Europa vive olas de calor extremas, sequías y un aumento de los incendios forestales. Sudáfrica y Madagascar también se enfrentan a múltiples retos. Los sectores más vulnerables son la agricultura, el agua, la producción eléctrica y la salud. Finalmente, lo que sucede en la zona este es paradójico: se proyecta un incremento de las precipitaciones que podría ser positivo para la agricultura, pero a la vez generar riadas en las zonas más secas. Aunque, saliendo de una pandemia global, la consecuencia más alarmante debería ser el incremento de la malaria a la par que las temperaturas (Ongoma, 2021).
El cambio climático y la deterioración medioambiental tienen un impacto directo en las dinámicas sociales y económicas, además de ser considerado un riesgo para la seguridad nacional e internacional (Busby, 2008). Entender el fenómeno como una problemática estructural que emana de la relación postindustrial del hombre en sociedad con la naturaleza pone el foco en la raíz del problema en vez de en sus consecuencias. Por tanto, puede promover una resolución holística (McDonald, 2018).
En el caso concreto del continente africano, esta relación disfuncional hombre-naturaleza se acelera en la era de las colonias. El auge industrial occidental coincide con la colonización del continente, cuya explotación es necesaria para incrementar los niveles de producción. Hay una correlación entre el asentamiento de lo europeo y la destrucción sistemática del ecosistema. Con la imposición del modelo occidental se inicia una transformación del modus vivendi, la cultura, la cosmología y la sobreexplotación del medio.
Tras las independencias, lejos de retornar a los modelos precoloniales, se promueve la ideología del “desarrollo”, un concepto transitivo que alaba el crecimiento económico. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos promovió el fin de las colonias y sustituyó el esquema colonizador-colonizado (Rist, 1997) por el solidario-necesitado. En el discurso inaugural, en 1948, el presidente Truman usó por primera vez el término “subdesarrollado”, característica de los estados colonizados. Si bien esta cuestión se usa en la crítica al desarrollo económico, en la comprensión del cambio climático también nos es útil. Los programas de desarrollo no solo permiten desplegar lo que Rist (ibídem) llama un nuevo “imperialismo anticolonial”, sino que también promueven la ideología del crecimiento económico y la sobreexplotación de recursos, que nos llevan a la crisis ambiental.
Estos modelos de sobreconsumo han catalizado una serie de riesgos y amenazas para la seguridad humana, la seguridad nacional y la seguridad internacional. La aceleración del calentamiento global y las consecuencias meteorológicas y geológicas que conlleva son en sí mismas una amenaza a la forma de vida de miles de comunidades. Sin embargo, el impacto indirecto es aún más preocupante. Podemos hacer un viaje de Oeste a Este y vincular las grandes crisis con la deterioración medioambiental.
Empecemos en Senegal. Miles de comunidades viven en base a la pesca. Por la mañana, los hombres salen a la mar con sus cayucos y redes. Por la tarde, desembarcan un botín de alimentos que las mujeres limpian y ordenan para cocinar y vender. Y así ocurre metódicamente hasta que el gobierno de Senegal y la Unión Europea acuerdan que los barcos azules podrán pescar en las aguas atlánticas (Portell, 2020). Los cayucos que acompañaban al pescador acompañarán ahora a los jóvenes que viajan a Europa para encontrar un trabajo. El modelo productivo que aumenta la temperatura global es el mismo que empuja a emigrar.
Volvemos a los cayucos, esta vez a contracorriente. Subimos el río Senegal hasta el cruce con el río Níger y, de allí, directos al centro de Mali. Un estado que en realidad son dos, o muchos, puesto que las zonas norte y centro están controladas por diferentes grupos bajo la bandera de Al-Qaeda o el Daesh, entre otros. Boubacar Ba, un prestigioso analista maliense, explica cómo parte de la raíz de los conflictos comunitarios se debe a cuestiones ecológicas. La degradación medioambiental afecta a las propiedades, lo que incrementa los conflictos por la tierra. El país que está en una zona semidesértica, el Sahel, vive de primera mano el avance del desierto.
El último viaje no la haremos en cayuco. Volaremos hasta el centro del continente, donde el coltán se mancha con sangre civil. La producción de tecnología, con la que podremos hacer una transición ecológica y digital que facilite la reducción de las emisiones de carbono, sigue respondiendo a las lógicas del sistema. No se busca una transición global a un modelo de relación con el medio y las personas innovador, se busca paliar las consecuencias y desacelerar el proceso. Estos tres ejemplos son también tres de las prioridades estratégicas de España, la UE y otros estados miembros. Es decir, los modelos sociales y económicos que exportamos a través de la diplomacia pública y las políticas de desarrollo son modelos que forman parte de las causas de inestabilidad en primera instancia. Estos son los modelos que empezamos a exportar en la época colonial.
Descolonizar es retornar el liderazgo a las comunidades
Vanessa Nakate, una joven ugandesa internacionalmente conocida por liderar junto a Greta Thunberg el movimiento por la justicia climática, denunciaba este verano en sus redes sociales que, aunque África es el continente más vulnerable a los efectos del cambio climático, la falta de vacunación y de financiación y las dificultades para conseguir visados negaban la participación de sus comunidades en espacios como la COP26. ¿Cómo se puede salvar a una comunidad sin la comunidad? ¿Acaso esta lógica no es un vestigio colonial? Para frenar el cambio climático es necesario poner el foco en las relaciones intra- y extra continentales con la naturaleza y promover modelos de vida sostenibles para que la deterioración consiga desacelerarse. En ello, jóvenes y comunidades indígenas tienen un rol central.
Stella Nyambura, científica y activista keniata, explica que uno de los grandes retos para hacer frente al cambio climático es el conocimiento. La mayoría de documentos en los que se habla de las dificultades y propuestas de cambio están en inglés. Sin embargo, las comunidades más afectadas hablan lenguas indígenas. Para innovar, estas comunidades deben comprender los retos a los que se enfrentan y obtener herramientas para reforzar su resiliencia.
Si bien las soluciones deben llegar de forma multilateral y global, es necesario dejar de apelar a la conciencia individual y centrarnos en los modelos de vida, producción y consumo y poner el foco no solo en las consecuencias climáticas, sino también en las consecuencias para los derechos humanos. El trabajo por la sostenibilidad no es posible mientras nuestras empresas financien directa o indirectamente el trabajo infantil o la explotación. Descolonizar el activismo y la lucha por el cambio climático implica poner en el centro a las comunidades vulnerables, escuchar sus necesidades y propuestas y no liderar un problema cuya causa se encuentra en los modelos de vida que promocionamos. Las comunidades indígenas viven su día a día con prácticas sostenibles de las que pueden extraerse ideas y modelos. África es agente de su propio camino hacia la sostenibilidad, la resiliencia y la lucha contra el cambio climático, y a su vez puede aportar enormemente al estadio global.
En conclusión,en la lucha contra el cambio climático no se trata de poner remedio a las consecuencias, sino de transformar la manera en la que nos relacionamos con el medio ambiente. Este tipo de relación disfuncional también se da entre los seres humanos, en ambos casos en forma de colonización o explotación desmesurada. Hoy en día, la historia colonial sigue teniendo consecuencias. Si bien África solo aporta el 3,2 % de los gases de efecto invernadero, y no consume directamente los productos derivados de la explotación de sus recursos minerales, es el continente más afectado por la degradación medioambiental. Si queremos ofrecer una solución verdadera, debemos transformar las reglas del juego y ofrecer más liderazgo, como mínimo en visión, a un continente con múltiples modelos de relación con el medio. Hay, pues, que reforzar la agencia, dar más visibilidad y facilitar herramientas a los activistas, emprendedores y movimientos sociales que ya están transformando el continente.
Bibliografía:
Busby, J.W. (2008). Who Cares about the Weather? Climate Change and the U.S. National Security. Journal of Security Studies
Deudney, D (1990). The Cases Against Linking Environmental Degradations and National Security. Millennium – Journal of International Studies 1990 19:461
IPCC, 2021: Summary for Policymakers. In: Climate Change 2021: The Physical Science Basis. Contribution of Working Group I to the Sixth Assessment Report of the Intergovernmental Panel on Climate Change [Masson-Delmotte, V., P. Zhai, A. Pirani, S. L. Connors, C. Péan, S. Berger, N. Caud, Y. Chen, L. Goldfarb, M. I. Gomis, M. Huang, K. Leitzell, E. Lonnoy, J.B.R. Matthews, T. K. Maycock, T. Waterfield, O. Yelekçi, R. Yu and B. Zhou (eds.)]. Cambridge University Press. In Press.
McDonald, M (2018). Climate change and security: towards ecological security? International theory (2018), 10:2
Ongoma, Victor (11 August 2021) Insights for African countries from the latest climate change projections. The Conversation. Available at: https://theconversation.com/insights-for-african-countries-from-the-latest-climate-change-projections-165944
Portell, J (2020) Cinco motivos para entender por qué han venido 20.000 senegaleses a Canarias. Blog África Vive, Casa África. Disponible en: http://blog.africavive.es/2020/12/ cinco-motivos-para-entender-por-que-han-venido-20-000-senegaleses-a-canarias/
Rist, G. (1997). The History of Development. pp, 70-75.
UNFCCC, 27 sept. 2021, Africa Climate Week 2021 Builds Regional Momentum in Advance of COP26. Available at: https://unfccc.int/news/africa-climate-week-2021-builds-regional-momentum-in-advance-of-cop26
Artículo redactado por Viviane Ogou Corbi