“Dejadme ser extremadamente claro. La FIFA está construida sobre los verdaderos valores del deporte”. Y ahí, casi sin querer, tuvo toda la razón.
Un huracán sacudió al fútbol europeo hace unos meses. Los clubes más poderosos del continente hicieron público lo que tantos sospechaban: sus países se les han quedado pequeños. Si el Barça, el Real Madrid o la Juventus son marcas globales, para expandirlas prefieren ampliar su mercado más allá del territorio donde tienen su sede. La jugada generó diversas lecturas políticas: unos celebraron la ruptura definitiva con los corruptos monopolios estatales, representados por organizaciones como la UEFA, la FIFA o las diferentes ligas nacionales. Otros lamentaron la destrucción de la esencia del deporte: si hay ligas cerradas con clubes con plaza fija, la posibilidad de los pequeños de competir con los grandes desaparece para siempre. Florentino Pérez, presidente del Real Madrid y promotor de la Superliga europea, usó una explicación muy de nuestra época: no lo hacían por el dinero, sino para salvar al fútbol. No lo hacían por ellos, sino por todos nosotros. El plan fracasó a las pocas horas, pero otro seguía en marcha lejos de los focos. A principios de febrero, un movimiento similar se anunció en África, aunque apenas llamó la atención. El proyecto no se puede entender sin la alianza entre dos hombres: Gianni Infantino y Patrice Motsepe.
Gianni Infantino es el presidente de la FIFA y está en contra de la Superliga europea. Este abogado suizo de ascendencia italiana fue secretario general de la UEFA, la confederación de fútbol europeo, y ahora dirige la FIFA, una entidad sin afán de lucro que ingresó más de 4500 millones de dólares en 2018. La principal fuente de recursos de la FIFA es el Mundial de selecciones, que se celebra cada 4 años. Una de las tareas principales del presidente es viajar por el mundo recordando anécdotas de los mundiales ante audiencias muy selectas: presidentes de federaciones de fútbol, dirigentes políticos e inversores. De vez en cuando, también, hacen algunos negocios. “FIFA está claramente en contra de esta Superliga. La UEFA y el fútbol europeo tienen todo mi apoyo”, dijo Infantino poco después del anuncio, y añadió: « El fútbol tiene que estar unido. Todos recordamos el gol de Paolo Rossi en la final del Mundial, por ejemplo. Esa es la magia. He pasado mucho tiempo en la UEFA. He trabajado para mantener el modelo de fútbol en Europa. Promociones, descensos… Defiendo ese modelo. Tenemos que protegerlo”.
Patrice Motsepe es uno de los hombres más ricos de África y su cuñado es el presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa: la voluntad de crear una clase empresarial negra y la cercanía con el poder dieron lugar a grandes oportunidades en la Sudáfrica postapartheid. Hoy, Motsepe tiene una fortuna estimada en 3000 millones de dólares gracias a sus inversiones mineras. Propietario del Mamelodi Sundowns de Pretoria, su gestión del club ha sido ejemplar desde el punto de vista deportivo: el equipo ha ganado 10 ligas de Sudáfrica desde 1996, y en 2016 el equipo sudafricano ganó la Champions League africana. Ante el desprestigio de la Confederación Africana de Fútbol, cuya gestión pasó a manos de la FIFA tras un escándalo de corrupción, Motsepe se decidió a dar el paso. Y lo hizo de la mano de Gianni Infantino, que viajó por todo el continente prometiendo nuevas inversiones en fútbol base, fútbol femenino y un proyecto aún más ambicioso: la Superliga africana.
« Quiero crear una verdadera liga panafricana en la que participen entre 20 y 24 clubes”, dijo Infantino en Rabat, la capital de Marruecos, a principios de año. Pocas semanas después, también en Rabat, Motsepe fue elegido presidente: todos sus rivales se retiraron de la carrera y/o han acabado en su equipo directivo. Algunas propuestas de Infantino, principal apoyo de Motsepe, perjudicarían a los intereses del fútbol africano: quiere que la Copa de África de selecciones se celebre cada 4 años, y no cada 2. Una victoria para los clubes europeos, que no deberían quedarse sin sus estrellas africanas en enero cada dos temporadas. Para las selecciones africanas, jugar menos partidos significaría ganar menos dinero. Para los países más pobres, la menor exposición a la competición implicaría quedarse atrapados en su estado actual, tanto económica como deportivamente.
La Superliga africana tendría un máximo de dos equipos por país, y los clubes seguirían jugando en sus ligas nacionales. Basta ver una lista de los campeones de la Champions africana para entender qué significaría para la mayoría de clubes del continente. Los países del norte de África (Egipto, Argelia, Túnez y Marruecos), con más músculo económico, pagan mejores salarios a sus jugadores y atraen al talento del continente. El resultado: catorce de las veinte últimas ediciones han acabado en las vitrinas de equipos norteños. Las únicas excepciones a esa regla están ligadas a magnates de la minería (Mamelodi Sundowns) o al poder político (Enyimba de Nigeria). El ejemplo paradigmático de esta tendencia es el Mazembe congoleño, campeón en tres ocasiones, cuyo éxito está ligado a la inversión del magnate congoleño del cobre, Moïse Katumbi.
¿Por qué Infantino no quiere una Superliga en Europa y sí la desea en África? La respuesta, piensan algunos, la podemos encontrar en el Mundial de Clubes. La competición vive a la sombra del Mundial de selecciones: pese a que reúne a los campeones de las competiciones continentales de todo el mundo, nunca ha despertado un gran interés entre los aficionados. En España, solo genera algún interés cuando la juegan el Barça o el Madrid. Si la ganan, sirve para presumir de un trofeo. Si la pierden, el torneo vuelve a su hábitat natural: el olvido. El Mundial de Clubes se disputa cada año y ha cambiado de formato varias veces, pero las finales son casi siempre entre un equipo europeo y otro latinoamericano. Y el campeón de Europa suele imponerse. Potenciar una Superliga africana es un intento de alterar esta realidad: más ingresos son mejores salarios para los jugadores y plantillas más potentes, infraestructuras modernas y mejores resultados. Una Superliga africana es el primer paso para potenciar clubes africanos que puedan añadir emoción al Mundial de Clubes. La revalorización de esa competición sí que daría dinero a las arcas de la FIFA, cuyos ingresos dependen esencialmente del Mundial de Selecciones que se disputa cada cuatro años. Pocas horas después del anuncio de la Superliga europea, Infantino, contrario a la idea, se puso idealista para rechazar el proyecto:
“Dejadme ser extremadamente claro. La FIFA está construida sobre los verdaderos valores del deporte”. Y ahí, casi sin querer, tuvo toda la razón.
Artículo redactado por Jaume Portell.