En definitiva, no hay otro camino que seguir alentando el empoderamiento de la mujer mauritana y su participación con voz y voto en los centros de decisión, que le permitan seguir luchando por la erradicación de las lacras que la afectan
Por Fatimata Sogho. Desde la independencia en 1960, las mujeres mauritanas han tenido una presencia activa en la vida política del país, pero con un papel que podríamos considerar secundario.
A pesar de que la participación de las mujeres en la vida parlamentaria está garantizada por un sistema de cuotas que les otorga al menos 31 escaños, de un total de 147 reservados para mujeres y que, por consiguiente, están presentes en las estructuras de los partidos, rara vez se les asignan altos cargos de responsabilidad, ocupando generalmente puestos intermedios, como directoras o asesoras. Ello supone que tengan mayor dificultad para progresar en la administración y acceder a puestos de decisión. A ello ha contribuido la histórica ocupación del poder por el estamento militar, formado por una mayoría de hombres.
Para paliar dicha situación y luchar contra los estereotipos, muchas mujeres se organizan en colectivos más o menos informales, educando a otras mujeres para que ejerzan el poder de la manera correcta. Así, participan en manifestaciones expresando su preferencia política y su desaprobación contra las políticas gubernamentales que consideran injustas empleando eslóganes cada vez más directos y desacomplejados. También promueven acciones de sensibilización de mujeres pobres y vulnerables para darles a conocer que tienen derecho para acceder a recursos económicos y servicios básicos, así como a la propiedad y el control de las tierras, la herencia, los recursos naturales, la formación, las nuevas tecnologías apropiadas y los servicios financieros, incluida la microfinanciación, cuestiones que no siempre conocen y de las que a menudo han sido excluidas.
En este contexto, es preciso referirse a las tres grandes lacras que ponen de manifiesto la frágil situación de la mujer en el país: la mutilación genital femenina, los matrimonios precoces y el analfabetismo.
Ablación /Mutilación Genital Femenina (A/MGF)
La ablación es una práctica que conlleva graves peligros físicos, mentales o psicológicos, e incluso puede tener consecuencias mortales. Provoca incontinencia urinaria, dolores en el momento del coito, infecciones, inflamaciones en la vagina, la posibilidad de esterilidad, además de dificultades y riesgo de hemorragias en el momento del parto, con su agravante paralelo, que es el tétanos. Del mismo modo, existe riesgo de contraer enfermedades transmisibles como el VIH por la ausencia total de precauciones higiénicas durante la operación, en la que se utiliza el mismo instrumental sin esterilizar empleado en multitud de intervenciones. Para muchas niñas y mujeres, la ablación es una experiencia sumamente traumática que deja una marca psicológica duradera y que afecta negativamente a su desarrollo emocional.
En Mauritania, la estrategia a varios niveles para poner fin a la ablación ha estado haciendo progresos, gracias a acciones de formación y sensibilización, sobre todo por parte de otras mujeres que han sufrido esta práctica, que han tomado conciencia y que no quieren que las nuevas generaciones sufran lo mismo que ellas. Sin embargo, su erradicación sigue sin ser una realidad, sobre todo en las zonas rurales más tradicionales.
Matrimonio precoz
El matrimonio temprano supone múltiples perjuicios para las mujeres que lo sufren, desde el abandono escolar a los elevados riesgos para la salud materna y la pobreza en la que terminan ellas y sus familias a largo plazo. Además, en algunos casos se producen matrimonios forzados, en contra de la voluntad de la mujer, con las secuelas psicológicas que ello implica.
Como con la ablación, se requiere un cambio de las normas sociales no escritas que rigen la práctica. Diversas iniciativas por parte de diferentes asociaciones de mujeres están ayudando en la toma de conciencia de lo perjudicial de esta costumbre, pero se sigue requiriendo que toda la comunidad, incluyendo los líderes comunitarios y religiosos, se involucren activamente, pues la solución no puede venir únicamente de la mujer.
Analfabetismo
El analfabetismo no deja de ser una forma de control sobre el que la sufre. La falta de educación supone para muchas mujeres ser víctimas de discriminación en el acceso al empleo y a la tierra, lo que tiene la consecuencia de reducir su participación económica, conseguir un trabajo digno, ser autosuficientes y autónomas en sus decisiones y permitirles luchar por sus derechos.
No obstante, prácticamente la mitad de las mujeres en Mauritania no saben leer ni escribir. Esta lacra es obviamente consecuencia clara de la pobreza, que requiere un enfoque de políticas que inviertan decididamente por la educación pública obligatoria, con partidas presupuestarias suficientes, que hoy en día no lo son. Sin embargo, también es necesario ayudar a la concienciación de las familias, que vean que a través de la educación sus hijos e hijas pueden optar a un futuro más próspero. Aquí, las mujeres deben ser un pilar fundamental en la toma de conciencia en la unidad familiar, pues es conocida su capacidad de planificar a largo plazo. Así, la educación de la mujer no haría sino retroalimentar positivamente esta toma de conciencia, y así ir rompiendo poco a poco los estereotipos sociales que presuponen que la mujer debe estar en casa y el hombre es quien debe ir a buscar trabajo.
En definitiva, no hay otro camino que seguir alentando el empoderamiento de la mujer mauritana y su participación con voz y voto en los centros de decisión, que le permitan seguir luchando por la erradicación de las lacras que la afectan. Y es que es evidente que, si estas no se superan, nunca podrá lograrse el verdadero desarrollo social, económico y cultural del país.
Fatimata Sogho es consultora, presidenta de la Asociación de Mujeres Africanas en Canarias y directora de la empresa CanAfrik.