La primera fase de la Copa de África nos ha dejado varias anécdotas más allá de una serie de partidos que, en general, fueron bastante discretos. ¿Por qué seguimos viendo fútbol? Quizá el fútbol, como los viajes, nos permite imaginar que podemos ser de otra manera. Más allá de las estrellas, las predicciones, las infraestructuras o los millones que mueve el juego, cuando el árbitro marca el inicio del encuentro una idea se cuela en el corazón de los espectadores: se trata de una ilusión que, en nombre del realismo, ha muerto desde hace décadas en la política y la economía. En un campo de fútbol, da igual que seas el país más miserable del planeta y tu rival sea la primera potencia mundial: cuando empieza a rodar el balón puede pasar cualquier cosa. Todo es posible.
Es, también, un lema tramposo. Pero a veces funciona.
“Adaniangy –o, mejor, el padre centenario de Adaniangy- tiene unos cuatrocientos cebúes. Un cebú mediano cuesta 800.000 ariarys (400 dólares) (…) El padre de Adaniangy, su familia, tienen miles de dólares en cebúes, pero es una idea diferente de la riqueza. Cualquiera que los viera sabría que son pobres; ellos saben que son ricos –y sus vecinos también lo saben” contaba Martín Caparrós en el ensayo “El Hambre”. Y añadía que el valor del cebú era, sobre todo, la posibilidad de ahorrar que ofrecía al que lo tenía. La importancia del cebú sobrevoló Egipto cuando la selección de Madagascar, debutante en la competición, derrotó por 2-0 a Nigeria, uno de los gigantes futbolísticos del continente. Primero, por lo más obvio: el escudo de la federación de fútbol malgache es la cabeza de un cebú. Después, por el juego: los malgaches salieron al campo con un equipo contenido, consciente del potencial ofensivo de los nigerianos. Ahorraron energías durante muchos minutos, a la defensiva, y atacaron cuando fue necesario. Nomenjanahary hizo el 1-0 que asustó a los nigerianos en el 13, pero el equipo de África occidental nunca se recuperó del golpe. En la segunda, Andriamatsinoro hizo el 2-0 para dejar a los malgaches en primera posición del grupo B. Uno de los equipos más flojos del torneo acababa de derrotar con claridad a la triple campeona de África. Mientras Nigeria cuenta con jugadores en las mejores ligas europeas, la mayoría de futbolistas de Madagascar son semiprofesionales y juegan en las ligas inferiores de Francia. O están repartidos por ligas de países como Bulgaria, Arabia Saudí o Tailandia. La paciencia de los “Cebúes de Madagascar” hizo caer a las Súper Águilas.
Hubo quien, ante un resultado tan inexplicable, prefirió reírse con explicaciones más carnales: el seleccionador de Nigeria, el alemán Gernot Rohr, está casado con una mujer malgache.
Otra de las selecciones que ha pasado a la segunda ronda es la de Uganda. Si Uganda consiguió llegar a los octavos es, en parte, gracias al 2-0 de su primer partido ante la República Democrática del Congo. Los congoleños, superiores a priori, fueron sorprendidos con jugadas a balón parado. Poca gente contempló su derrota, ya que el estadio estaba prácticamente vacío: las entradas son demasiado caras para muchos egipcios. Y las altas temperaturas a finales de junio afectan de forma decisiva al juego: muchos futbolistas llegan exhaustos después de largas temporadas en sus clubes, y difícilmente pueden ofrecer su mejor versión después de 10 meses seguidos compitiendo al máximo nivel.
La Copa de África se juega por primera vez en verano. Hasta ahora se había celebrado en enero y febrero, precisamente para evitar temperaturas extremas. La presión de los clubes europeos, empleadores de las mejores estrellas africanas, ha sido decisiva para cambiar las fechas. Perder a Mané, Keita y Salah a media temporada lastra las opciones del Liverpool en la Premier League inglesa. Lo mismo sucede en Nápoles, Milán o Londres. La copa de África se convirtió en un estorbo, y los dirigentes de las federaciones africanas no defendieron con demasiada pasión su competición: gran parte de sus ingresos dependen de una organización internacional, la FIFA, cuyos miembros más poderosos son europeos. Con el poder de mercado que han ganado, en parte, gracias a los jugadores del continente, un puñado de clubes europeos ha conseguido imponer su voluntad a más de 54 países africanos. El fútbol, muchas veces, también explica la política.
Uganda ha tenido un nombre propio en este torneo: Patrick Kaddu. Este futbolista ya destacó por marcar el gol decisivo que clasificó a la selección para esta fase final. Kaddu nació en una familia muy humilde, con cinco hermanos y una madre como cabeza de familia. El padre les abandonó después de vender la casa y todos ellos quedaron sin hogar y sin dinero. Hadija Nakitende, la madre de Kaddu, era vendedora en el mercado de Luzira y tenía problemas para pagar la escuela de sus hijos. Al no poder pagar las tasas, Patrick tuvo que abandonar la escuela durante dos años. Su madre, buscando más ingresos, abandonó Luzira, pero Kaddu decidió quedarse solo. Durmió en el mercado de noche y vendió chapatis -harina de trigo y agua- de día. Sin casa y con escasos ingresos, Kaddu tenía claro que quería ser futbolista y siguió jugando en equipos locales hasta que fue convocado con la selección. El Observer ugandés explicó su historia el pasado noviembre cuando marcó el gol que selló el pasaporte para la copa. El periodista John Vianney Nsimbe destacó que la historia era inspiradora, pero que «nada sería más extraordinario que un gol en la fase final de la Copa de África». En el minuto 14 del primer encuentro, en el Uganda-RD del Congo, Kaddu cumplió. La última vez que Uganda pasó de la fase de grupos (1978), Idi Amin era el presidente del país. Su madre dice que, gracias a la fama de Kaddu, más gente va a comprar a su parada.
La RD del Congo, con las derrotas por 2-0 ante Uganda y Egipto, estaba al borde del precipicio. 0 puntos y una diferencia de goles de -4. Para pasar como mejor tercero necesitaba golear a Zimbabwe. El partido se jugó el 30 de junio, día de la independencia de los congoleños, y los jugadores cumplieron. Con 3-0 en el marcador, Britt Assombalonga, que juega en la segunda inglesa, marcó el 4-0. En la grada, un hombre con la camiseta del Congo y una gorra amarilla lloraba de emoción después del tanto. Su nombre era Fedor Assombalonga.
Fedor era un delantero prometedor en el Zaire del dictador Mobutu. Había jugado en varios clubes locales, donde se había convertido en un gran goleador, y llegó a debutar con la selección del país. Zaire fue el primer país del África negra en jugar un Mundial, pero a principios de los 90 la situación era más complicada: el mobutismo estaba en crisis, y el país parecía al borde del colapso. A principios de los 90, Fedor emigró con su mujer y su hijo de pocos meses. En Inglaterra, Fedor trabajó como limpiador durante años junto a su esposa y abandonó el fútbol definitivamente. Su hijo, Britt Assombalonga, creció en Inglaterra y empezó a jugar en la misma posición que su padre, y acudió a la llamada de la selección congoleña para disputar esta Copa de África. Su gol dio el billete a la RD del Congo para octavos de final, y su padre lloró de emoción al ver como su hijo cumplía lo que él nunca pudo hacer: marcar con la selección de su país. Fedor resumió su estado en una frase: «Ahora mismo, siento que soy el mejor padre del mundo».
Jaume Portell es periodista especializado en economía y relaciones internacionales, muy vinculado al continente africano. Ha trabajado para varios medios de comunicación nacionales y actualmente se dedica al periodismo local en las ondas de Ràdio Santvi y colabora con Mundo Negro.