Por Gloria García. Demnate, Yebel L’Kest, Valle de Amein, Alhucemas, Tinejdad, Goulmima, Taroudant… y así hasta terminar una larga lista de pueblos bereberes en el norte de Marruecos. Una comunidad, la bereber, que intenta aferrarse a un estilo y una forma de vida alejada de lujos que hoy en día ya no contabilizamos como tal, como el agua corriente o la industrialización de la producción.
El pueblo bereber vive por y para la tierra. Una tierra de la que no se aleja pero de la que no se sienten esclavos pues, tal y como ellos se denominan, son «hombres libres». Al contrario de la usual imagen de pueblo nómada, los bereberes tienen como trabajo la agricultura en montañas y valles, en concreto, en el Rif, una región montañosa del norte de África. Aprovechan los ríos que atraviesan el Valle del Rif, el Alto Atlas y el Anti-Atlas como riego para cultivar trigo, cebada y hortalizas, todo ello, en terrazas escalonadas pero en un terreno hostil para el cultivo.
Forman parte de una cultura ancestral que se remonta a la época preislámica y que tras la arabización de Marruecos decidió retirarse a las montañas para así continuar con sus costumbres. Se sabe que el 80% de la población de Marruecos es de origen bereber, pero menos de la mitad continúa viviendo como tal.
Tasselt, Tichki y Aït Ali son algunas de las aldeas del Alto Atlas donde los bereberes practican la agricultura y el pastoreo. Las familias suelen poseer una vaca, algunas cabras y ovejas y hasta un puñado de gallinas, lo que les proporciona productos básicos para todo el año. Tal y como lo hacían sus antepasados. Esta comunidad utiliza una lengua propia que a pesar del paso de los años no se ha perdido y que, en la actualidad, se ha multiplicado en más de 35 lenguas.
Pero el tiempo en el Marruecos más profundo pasa muy lento. Quizá para nosotros, una sociedad occidental acostumbrada a cientos de distracciones, nos resulte difícil vivir así. Pero, para ellos, una comunidad que vive por y para la tierra, es su única forma de vivir.
Miles de viajeros visitan Marruecos cada año para descubrir un país lleno de exotismo, aroma a especias, riads de lujo y un desierto enorme que promete pasar una noche mágica bajo las estrellas, pero Marruecos ofrece mucho más. En algunos pueblos bereberes puedes retroceder miles de años, exactamente hasta la sociedad preislámica. Pero no todos los bereberes continúan con el 100% de sus tradiciones ya que muchos viven en pueblos más o menos urbanizados. Sus pueblos situados en estas montañas reciben a los visitantes con una humildad digna de ser imitada en nuestra estresada sociedad.
En Demnate, el Marruecos bereber, a tan solo hora y media de la conocida Marrakech, las familias se deleitan a diario con una gastronomía centenaria aliñada con el mejor aceite del país. Aquí también se encuentran los Romeo y Julieta del continente africano, dos rocas que dice la leyenda representan a las familias de dos amantes a los que sus familias nos les dejaban estar juntos, una historia que sirve de excusa para muchas mujeres que acuden todos los veranos para realizar ritos prenupciales y despedidas de soltera al estilo bereber.
En nuestra ruta por el Marruecos bereber llegamos hasta pueblos humildes en los que el ritmo de la vida es lento y alejado del turismo masivo del Marruecos más habitual. Localidades como Tandilt, L’Arganier d’Ammelne o Oumesnate, habitados por familias orgullosas de su forma de vida y que intentan inculcar a las generaciones futuras. Algo que se antoja complicado en un mundo globalizado y cada vez más material.
Gloria García es periodista y trabaja en Evaneos, un sitio web que pone en contacto directo viajeros con agencias de viajes locales en el país de destino.