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Viajamos a… Lesotho: el reino de las montañas (y de los ponis)

Viajamos a… Lesotho: el reino de las montañas (y de los ponis)
Potso Seoto es dueño de varios ponis en el distrito de Mokhotlong (Imagen de USAID Southern Africa)
Potso Seoto es dueño de varios ponis en el distrito de Mokhotlong (Imagen de USAID Southern Africa)
Potso Seoto es dueño de varios ponis en el distrito de Mokhotlong (Imagen de USAID Southern Africa)
Potso Seoto es dueño de varios ponis en el distrito de Mokhotlong (Imagen de USAID Southern Africa)

¿En este título hay una errata? ¿De verdad pone el reino de los caballos? Perdón, ¿de los ponis? Pues sí, así es, el reino de los ponis… Tan raro como pone ahí, pero la realidad es que tal vez estos animales sean uno de los motivos más interesantes para visitar este país. En Lesotho es el medio (de transporte, en este caso) el que justifica el fin, no al revés. Y no porque el país no tenga otros atractivos impresionantes, que los tiene, sino porque a lomos de estos cuadrúpedos es como mejor se llega a algunos lugares únicos, remotos y bellos del reino de las montañas. Además, no es solo eso: moverse en ellos ayuda también a entender la vida y el ritmo de los curiosos basotho, los oriundos de aquel diminuto país del sur de África.

La realidad es que debe de haber poca gente que cruce medio mundo para visitar Lesotho. Y mucho menos si solo es para montar a caballo. Y menos aun si en realidad hablamos de un poni. Pero para los basotho, sus ponis son un tesoro. Y están tremendamente orgullosos de ellos. No es para menos. Son pequeños, sí, pero fuertes, mansos y pacientes. Animales sufridos que son capaces de aguantar las subidas y bajadas de este montañoso país. A falta de una buena red de infraestructuras, sobre todo en el interior, las largas distancias entre pueblos como mejor se recorren es a caballo, serpenteando por los senderos de tierra que los unen.

En Semonkong, en el corazón del país, se celebran todos los meses carreras de caballos. Tal vez por eso allí hay grandes jinetes y al llegar a la ciudad lo primero que sorprende es que el tráfico no sea, precisamente, rodado. También impactan sus aparcamientos, especialmente preparados para los ponis, bien situados junto al mercado y a la única casa de comida. Tal vez por eso este es uno de los mejores lugares para hacer excursiones. A caballo, también a pie, pero nada de coches: la carretera muere allí. Si no se dispone de mucho tiempo, tal vez solo un día, se puede pasear por los alrededores, un bello altiplano con profundas gargantas, como la que da origen a la cascada Maletsunyane, de más de 200 metros de altura. Para los que tengan más días, el caballo es el aliado perfecto para llegar a las cascadas Ketane, pasando en el camino por campos de cultivo y ríos y parando en pequeños pueblos para saludar a la gente. Porque ese es, sin duda, otro de los atractivos de este país.

Alrededores de la cascada Matsunyane (© Strubell/Martínez-Pantoja)
Alrededores de la cascada Matsunyane (© Strubell/Martínez-Pantoja)

Sus gentes son amables y tranquilas. Muy tranquilas… o demasiado tranquilas, dirán algunos. El famoso ritmo basotho. Nosotros lo comprobamos, aunque no conociéramos el idioma sesotho: al cruzarnos con ellos en los caminos gustan de parar a saludar y charlar. Entre gestos y el chapurreo en inglés intercambiamos preguntas: de dónde vienen, dónde van y alguna que otra pregunta que sirve como excusa para el mutuo conocimiento, interacción y observación. Aunque solo sea la superficial, porque somos y vestimos de manera claramente diferente: nosotros bien pertrechados con abrigos y forros polares, mientras ellos lucen orgullosos sus mantas. Sí, mantas, nada de abrigos.

Así caminan de un lugar a otro, protegiéndose del viento con gruesos cobertores de lana. Tradicionalmente eran de confección local, se hacían en Teyateyaneng, y denotaban el estatus y la riqueza del portador. Hoy en parte también, pero al venir de China (son mucho más baratas) se ha perdido en cierta manera la esencia. Ya solo queda la protección aunque, para nosotros, siguen siendo una curiosa visión: verlos caminar enfundados en sus mantas por mitad de la montaña, como si se acabaran de levantar de la cama y de salir corriendo sin tiempo para agarrar otra protección que no fuera esa manta, es algo completamente chocante para nuestros patrones de moda occidentales…

Lesotho, el reino de las montañas
Lesotho se levanta como una isla montañosa en medio de Sudáfrica. En un entorno como este la vida no es fácil. La parte sur es la más baja y no desciende de los mil metros. La central, vertebrada por las montañas Thaba Putsoa y, sobre todo, la noroccidental, son las más abruptas: las montañas Drakensberg y Maluti llegan allí hasta los 3.482 metros de altitud convirtiéndose el pico Thabana Ntlenyana en el más alto de África del Sur.

Lesothense cerca de la cascada Matsunyane (© Strubell/Martínez-Pantoja)
Lesothense cerca de la cascada Matsunyane (© Strubell/Martínez-Pantoja)

Por eso, los amantes de las montañas, la naturaleza y las actividades al aire libre disfrutarán en este país. Ayuda su extensión, pues es escasamente mayor que Galicia. Ayuda su red de caminos y senderos, que unen todos y cada uno de los pueblos. Pero, a la vez, para afrontar determinadas visitas o travesías es necesaria experiencia, planificación y conocimiento del entorno. Especialmente recomendables pero desafiantes son las montañas Drakensberg, salpicadas de pueblos distantes entre sí, precariamente comunicados. Allí está el Parque Nacional Sehlabathebe. Llegar a él es ya una aventura en sí misma, pero los que lo intenten tendrán recompensa: naturaleza totalmente virgen, vistas espectaculares, cascadas, petroglifos, muchísimos pájaros y fauna de montaña… Más accesibles son la reserva de naturaleza Bokong y el P.N. Ts’ehlanyane, que tiene una de las escasas zonas boscosas del país. Lo bueno es que en este país, más accesible no significa masificado. De hecho, son muy pocos los turistas que, viajando por Sudáfrica, le dedican unos días a esta región montañosa, anclada en un pasado del que su país vecino lucha por salir a marchas forzadas.

También Malealea es un lugar excelente para hacer excursiones, pero éstas, para todos los públicos. En ese pueblo, son los propios campesinos quienes ofrecen sus ponis y hacen de guía, lo que hace de la actividad una excelente manera de contribuir a la precaria economía local. Aunque si lo que se quiere es caminar, nadie presentará ninguna objeción: esos mismos guías nos pueden llevar a ver pinturas rupestres de los antiguos pobladores san de la región, a conocer al sangoma, el médico tradicional… El único lodge del pueblo, regentado por sudafricanos, siempre fue muy respetuoso con los locales y funciona en colaboración con la asamblea de vecinos. Todos los trabajos, los guías, los ponis que se usan son de los vecinos y así los beneficios revierten directamente en la comunidad.

Casi como cuando se duerme en alguna casa particular, solo que ahí el contacto es aún más íntimo e intenso. El ecoturismo en su máxima expresión. El confort suele ser básico, pues se duerme en las propia casa en la que viven ellos (o en las mismas condiciones), pero estar allí nos permitirá ver el día a día de la familia que nos hospede. Normalmente son casas tradicionales, redondas, de piedra, con techo de paja y madera. La falta de electricidad y agua corriente es suplida con creces por el interés de las familias en alojar a los viajeros, en enseñarles y compartir un poco de su cultura, de su país. No están muy publicitadas, hay que buscar, preguntar por ellas. Pero el viajero curioso que consiga llegar a ellas, redondeará la visita a este país. Difícilmente la percepción del país será la misma y será entonces cuando se dé cuenta de qué poco tiempo ha planeado quedarse visitando el reino de las montañas (y sí, también, de los ponis). Antes de irse ya estará deseando volver.

Itziar Martínez-Pantoja es psicóloga. Pablo Strubell es economista y gerente de la Librería De Viaje y socio de la Sociedad Geográfica Española. Es autor del libro Te odio, Marco Polo. Ambos han recorrido durante un año África en transporte público, desde Sudáfrica hasta Marruecos por la costa atlántica, visitando 14 países en el camino. El relato de su viaje se puede encontrar en www.africadecaboarabo.es

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