Burros, sí, burros. En pocas ciudades sucede que el medio de transporte más habitual, frecuente y útil sea el burro y, tal vez por ello, Lamu presume de este hecho. Y no solo porque reivindica el importante papel de estos animales en el día a día de sus habitantes, sino porque implica que esta ciudad del litoral keniata está libre de atascos, humos, pitidos y el estrés que tantas ciudades tienen hoy en África y en el resto del planeta.
La realidad es que se oyen muy pocos motores en Lamu. Tan solo en la noche, en la distancia, el de la pequeña central que genera la electricidad que la isla requiere. Durante el día, el de alguna barca que traslada pasajeros o mercancías de una población a otra o a alguna isla vecina. Pero nada de ruido de coches o motos. En la isla hay algunos, no nos engañemos, pero se pueden contar con los dedos de una mano. Oírlos es más complicado, casi imposible: solo se utilizan en casos excepcionales.
Lo que sí se oye son las conversaciones de los transeúntes; o las de grupos de mujeres que charlan animadamente en los porches de las casas; o los chillidos de los niños corriendo y jugando por las calles llenas de recovecos; y los rebuznos de los burros, claro está. Y también, en cinco ocasiones a lo largo del día, la llamada al rezo desde las numerosas mezquitas que hay en la población. Es normal: la gran mayoría de los habitantes de Lamu profesa esta religión y eso resulta evidente desde el primer momento en que se pisa la isla.
La llegada a esta ciudad, que da nombre a la isla, al archipiélago y a la región en la que se encuentra, es siempre en barco, arribando a alguno de los embarcaderos del malecón. En ese paseo ganado al mar siglos atrás se concentra una gran actividad a lo largo de todo el día: allí se encuentran los principales comercios y almacenes, como antaño. En todo el paseo, adoquinado en parte, hay un constante trajinar desde la salida del sol, aunque dista bastante de ser frenético. El pole pole (despacio, poco a poco, en suajili) tan oído en todo Kenia, aquí tiene su máxima expresión.
También se encuentran en este malecón algunas de las casas de mercaderes más importantes y visibles de la ciudad. Viniendo desde el norte, la primera en destacar es el hotel Lamu House, restaurado por su propietario, el arquitecto español Urko Sánchez, quien también ha reformado otras viviendas del casco urbano, declarado patrimonio mundial de la Unesco en 2001. Tal vez sea el mejor hotel de la ciudad, pero no el único ubicado en una antigua mansión de mercaderes. De hecho, alojarse en alguno de estos establecimientos es la mejor manera de acercarse a la cultura suajili y uno de los grandes atractivos de venir a esta isla.
En todos ellos el mobiliario de madera, tallado con arte, llena sobriamente las habitaciones. Situadas en torno a patios centrales, se encuentran alejadas de la mirada curiosa de los transeúntes. Muchos visitantes, al hospedarse en estos alojamientos o al recorrer sus calles, se sentirán como en una ciudad árabe y lo harán con razón: aunque la cultura suajili bebe de la africana, de la india así como de la portuguesa, predomina en ella la influencia árabe, más en concreto, omaní. Una mezcla también apreciable en el idioma, el suajili, que hablan los habitantes de este archipiélago desde hace siglos y que hoy es el idioma oficial de keniatas y tanzanos y que también está muy extendido en Uganda, Ruanda, Burundi y zonas limítrofes de estos países.
Lamu es una de las ciudades suajilis mejor preservadas y que retienen mejor esta cultura ancestral que empezó a fraguarse a través del comercio. Desde el siglo VIII y durante siglos, mercaderes árabes navegaban por las costas africanas en busca de productos (marfil, oro, pieles, esclavos) que intercambiar por los suyos. Aprovechando vientos favorables descendían por la costa hasta llegar a la actual Mozambique y regresaban a sus regiones de origen meses después, aprovechando nuevamente el cambio en las corrientes. De la interacción entre la población oriunda y los mercaderes que poco a poco se fueron estableciendo, se creó la cultura suajili, que aún pervive en las costas de Kenia y Tanzania y, especialmente, en las islas de los archipiélagos de Lamu y Zanzíbar.
Lamu se aprecia mejor cuanto más tiempo se permanezca en ella. Una visita rápida, de uno o dos días, apenas permite empaparse de su cadenciosa tranquilidad. Casi se podría considerar como un error, pues obligaría a visitar rápidamente todos sus monumentos (el fuerte, las mezquitas, el museo, los mercados…) y, además, se esfumaría el que seguramente sea su mayor atractivo: la posibilidad de deambular y perderse con calma por sus callejones, por sus barrios, descubriendo las suntuosas casas de mercaderes; deteniéndose a saludar y conversar con los afables residentes; a jugar con algún niño a la salida del colegio; pasar las horas viendo a los hombres sentados en la plaza jugando al bao o al keram… A contemplar, en suma, la vida cotidiana sin prisas ni recorridos preestablecidos. Dejándose llevar por el pausado ritmo de la población.
Los más sensibles a los olores, sin embargo, puede que no disfruten demasiado la visita. Las bostas de los burros y, sobre todo, las canalizaciones de aguas residuales al aire, dan como resultado en días poco aireados un ambiente hediondo, muy poco agradable en algunas zonas. Sin embargo, este se puede considerar uno de los pocos aspectos negativos de la visita de esta ciudad. Podría decirse que es el precio a pagar por visitar y conocer la población suajili más antigua y mejor preservada del mundo. Un lugar que, con un pie en el pasado, lucha especialmente desde hace cuatro décadas por mantener su identidad ante los rápidos cambios que el influjo del turismo y el cada vez mayor contacto con el resto del mundo están trayendo a esta población y a su cultura ancestral.
Itziar Martínez-Pantoja es psicóloga. Pablo Strubell es economista, ha sido gerente de la Librería De Viaje y es miembro de la Sociedad Geográfica Española. Es autor del libro Te odio, Marco Polo. Ambos recorrieron África en transporte público, durante un año, desde Sudáfrica hasta Marruecos por la costa atlántica, visitando 14 países en el camino. El relato de su viaje se puede encontrar en www.africadecaboarabo.es. Recientemente han publicado el libro Cómo preparar un gran viaje.
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