Fue en Tarfaya donde empezamos a saborear el Sáhara Occidental. Por fin olíamos el litoral, una deliciosa brisa agitaba mi camiseta y 15 grados menos de temperatura desde que salimos del interior del desierto, rumbo a la costa que nos hacía presagiar buenas pedaleadas.
En la carretera –y digo bien porque solo hay una– se mezclan tramos recién asfaltados con un viejo y destruido pavimento, kilómetros de camino polvoriento entre agujeros, trampas y obras que parecen no tener fin.
Mucho habíamos oído hablar del pueblo saharaui, pero queríamos comprobar de primera mano su ancestral vida como nómadas. No esperábamos grandes núcleos de población. En todo su territorio solo dos ciudades: El Aaiún y Dajla. El resto, apenas un puñado de pequeñas aldeas separadas por grandes distancias y, claro está, cientos de pequeños campamentos de cuatro o cinco jaimas en mitad del desierto.
En esta aparente tierra baldía, y a nuestro paso por alguna de esas pequeñas localidades, nos sedujo un intenso olor a sardinas al que seguimos, con el poco olfato que nos quedaba debido a la arena del Sáhara y que nos guió a las pequeñas factorías que exportan pescados, moluscos y crustáceos hacia las lonjas y restaurantes de todo el mundo.
También descubrimos la sobrexplotación de recursos fósiles y minerales, sobre todo de fosfatos. Nosotros mismos pudimos observar, junto a la carretera, una enorme cinta que transporta desde Boukraa hasta el puerto de El Aaiún 2.000 toneladas de fosfatos a la hora y que hace de este territorio un gran negocio para compañías de origen francés, español, canadiense y americano, entre otros.
Además, comprobamos en nuestro viaje que la energía renovable que usamos en nuestras bicicletas es más que suficiente en una región que tiene al sol como el mayor castigo y a la vez la gran esperanza para su desarrollo autosostenible sin depender de combustibles fósiles, ni de la gestión de otros países ni de multinacionales.
Nuestra realidad, ajena a la macroeconomía, discurre junto a aldeas de pescadores con sus pequeños cayucos y barcazas encalados en bancales de arena. A veces, al acabar la jornada y extenuados por el esfuerzo, coincidimos en alguna de estas poblaciones y aprovechamos para atiborrarnos de pescado, por no más de dos euros, recuperando así la energía perdida. Cada día nos vemos sorprendidos por manadas de camellos que vagabundean por este inhóspito territorio con la pausa que te da el sol cuando vives largo tiempo debajo de él.
Pero no todo fue de color de rosa, ya que esa «brisita agradable» se fue convirtiendo en un fuerte viento, que a veces acababa en una tormenta cubriendo la carretera de arena sin poder distinguir si el día estaba nublado o simplemente era la polvareda la que no te deja ver. Mañana tras mañana, cuando despertamos, podíamos masticar la arena de todo lo que sopló durante la noche. Y así continuamos día tras día.
Las cadenas
Creedme si os digo que, como viajero, no pretendo cambiar, reivindicar o juzgar mi paso por ninguna de las culturas, políticas o religiones de los países que he visitado y he creído conocer. Siempre viajo para aprender, y me ha costado mucho trabajo escribir estas líneas, pero solo quiero plasmar en este blog lo que nos ha ocurrido, y creo que es legítimo informar a futuros cicloviajeros, mochileros y aventureros en general que pasen por estas tierras de lo que aquí acontece. Aunque también pienso que con vehículos a motor todo esto no hubiera sucedido, ya que al poder desplazarse entre largas distancias se podría evitar pernoctar en mitad de la nada y coincidir con los foráneos, porque esto por aquí no gusta mucho.
El seguimiento policial que empezó en el sur de Marruecos se tornó más evidente en esta zona. Cuando llegábamos a un punto de control ya sabían de nuestra presencia y nos indicaban que debíamos parar nuestra marcha a partir de las 4 o 5 de la tarde. Otra vuelta de tuerca más y el desierto de fondo que parecía reírse de nosotros. Cuando no era el viento, era el calor y, si no, la arena. «Pero te venceré, maldito rufián», pensaba yo para mis adentros, cual Quijote contra Gigantes.
La acampada libre también nos fue restringida ya que la policía marroquí nos pedía acampar en gasolineras junto a su cuartel o puesto de control. En alguna ocasión intentamos transgredir esta norma pero siempre hay alguien en mitad de la nada que informa a la policía. O que al sorprendernos detrás de alguna pared con las tiendas de campaña montadas, nos exige hospedarnos en el hostal del pueblo o gasolinera y ante nuestra negativa a pagar y después de alguna situación cuanto menos tensa, acaban por pagarnos el hospedaje. De esta forma se acabó nuestro sueño de poder compartir noche junto a algún campamento nómada en el desierto y de poder hablaros en este blog de la hospitalidad de esta región.
La situación llega a su punto más surrealista en Dajla, donde somos escoltados por soldados durante más de 280 kilométros, cerca ya de la frontera con Mauritania. Y, ¿por qué? Por nuestra seguridad, decían. Es posible.
El alma errante
Pero claro. ¡Esto es el Sáhara! Y finalmente coincidimos con sus tribus y descubrimos su hospitalidad. Llevábamos 120 kilométros peleando contra el viento desde que salimos de El Aaiún y llegamos a una gasolinera. Allí había agua y un lugar donde resguardarnos del viento. De repente se nos acercó una persona, pongamos que se llamaba Mohamed, y con un excelente castellano nos dijo: «¿Sois españoles? Estáis invitados a comer tayin de camello. Ahora tengo que continuar viajando con mi familia, pero cuando llegues a Dajla, os mostraré la ciudad y os hablaré de mi pueblo». Así lo dijo y así fue.
La ciudad de Dajla o Villa Cisneros, como la llamaban los españoles, es la más hermosa de este territorio. Una estrecha lengua de tierra de 50 kilómetros que se adentra en el mar, miles de turistas toman alguno de los vuelos que llevan al aeropuerto de la ciudad y desde allí son trasladados a los muchos hoteles y camping de lujo ubicados en la misma playa. Casi todos van allí para practicar kitesurfing debido a sus bondadosos vientos, aunque pocos visitan la ciudad. Dajla es una ciudad bastante limpia y ordenada. Del pasado español solo queda un inmenso cuartel y una pequeña iglesia, pero los mercados y calles están llenos de curiosidades que merece la pena investigar.
Mohamed narró cómo él pertenecía a la ultima generación (nacido antes de los años 70) que abandonó la vida nómada para trasladarse a la ciudad. Estos asentamientos fueron fundados por los españoles y es allí donde fue educado en un colegio en el que aprendió el castellano. Sus antepasados eran nómadas que vagaban por el desierto viviendo del pastoreo, como los tuareg de Argelia o Mali. Estas tribus se reunían, venidos desde los lugares más remotos del desierto, alrededor de una taza de té, compartiendo información sobre los lugares donde había llovido para arrancarle al Sáhara algo de pasto para sus ovejas o cabras, pero sobre todo para sus camellos o, mejor dicho, dromedarios.
Beduinos y dromedarios forman una pareja inseparable. Sería imposible que alguien sobreviviera en estas condiciones sin estos animales. Su carne es de sabor fuerte aunque sabrosa y su leche se puede tomar fermentada o al natural, con algunas propiedades terapéuticas únicas y un claro efecto laxante del que fuimos víctimas.
–Con dos tomas más ya estarás acostumbrado –nos decían.
Después de una agradable sobremesa, Mohamed nos invitó a pasar unos días en el desierto. Allí podríamos vivir como auténticos beduinos y beber orina de camella.
–Sanará todos tus males –afirmó rotundo Mohamed–. Este animal no tiene vejiga y todo el pasto que comen se condensa en la orina.
En realidad es un zumo exquisito. Muy a mi pesar teníamos que continuar nuestra ruta pero antes de partir nos obsequió con tres bolsas repletas de víveres.
–Que los vientos os acompañen hacia Mauritania, mis queridos amigos. Insha’Allah.
Dios dirá, dicho en castizo. Pero esta es otra historia que os contaré en el blog África Vive, si es que queréis leerla para conocer África desde una bicicleta.
José Luis Valencia y Gorka Etxebeste firman este post. De prosa accesible y cercana, han trabajado como blogueros para la guía de viajes Trotamundos. En este proyecto llamado Afreeka, compartirán sus relatos con los lectores de este Blog África Vive durante los muchos meses que van a explorar todo el continente africano. Nos van a ir mostrando lo profundo de las raíces africanas con sus penurias y sus alegrías y las van a compartir con todo el mundo a través de este portal.
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La publicación de este artículo se enmarca en el Proyecto CONFIAFRICA, que forma parte del Programa INTERREG MAC 2014-2020 y es cofinanciado por el Fondo de Desarrollo Regional FEDER.