Las noticias falsas y los bulos responden a estrategias planificadas para favorecer determinados intereses, lo explican algunos de los actores que luchan a diario contra esta amenaza en África
Cuando el escándalo de Cambridge Analytica desveló que la compañía había participado en las elecciones nigerianas de 2015 y en las kenianas de 2013 y 2017, causó una primera sorpresa. Para algunos, la ramificación africana de una “consultora” que había saltado a las portadas por influir en elecciones como las de los Estados Unidos o el referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea era un detalle exótico. Para otros, sin embargo, era la confirmación de una amenaza de la que ya se había alertado. Al diseccionar las campañas bajo sospecha, emergieron las sistemáticas estrategias de desinformación que se habían desplegado a favor de los candidatos. A pesar de que había actores trabajando por neutralizar las noticias falsas en el continente africano desde hacía años, esta evidencia llamó la atención sobre el panorama de la difusión de mensajes falsificados. Después llegó la pandemia de la Covid19 y, con ella, lo que la propia OMS bautizó como infodemia, un tsunami de informaciones falsas que provocaban un estado de confusión que en el continente africano se dejó sentir.
Definitivamente, el escenario africano post-Covid está profundamente surcado por la desinformación. En los procesos de participación política las estrategias de descrédito o deslegitimación de candidatos han emergido como una de las principales amenazas a las elecciones y a la democracia, como en los recientes comicios presidenciales en Kenia. En las crisis políticas o de seguridad, la desinformación se ha convertido en un arma que complementa la potencia de fuego, como se desvela en un Sahel desgarrado entre intereses internacionales, golpes militares y violencia integrista; o en una Etiopía desangrada por el profundo conflicto en el Tigray. En la convivencia entre comunidades, los bulos, los rumores y las noticias interesadamente manipuladas debilitan unos equilibrios que, a menudo, son precarios.
Valdez Onanina, es redactor jefe de AfricaCheck en francés, la organización pionera en la verificación de hechos en el continente. Su lectura de la evolución del panorama de la desinformación resulta ilustrativa: “Vemos que la desinformación se desarrolla en paralelo a los nuevos desarrollos. A medida que aparecen herramientas más sofisticadas como WhatsApp o TikTok, nos encontramos con que la desinformación invade estas plataformas”. Para este veterano verificador no se trata solo del contagio a nuevos canales, sino que esta evolución dificulta la lucha contra la desinformación. “En África”, concreta este periodista de origen camerunés afincado en Senegal, “WhatsApp tiene muchísima importancia. Debido a la alta tasa de analfabetismo muchos usuarios se comunican a través de notas de voz, un sistema que resulta atractivo porque facilita el uso de las lenguas nacionales. Al mismo tiempo, en WhatsApp es muy difícil identificar las fuentes originales de las informaciones falsas porque es una plataforma de mensajería encriptada”.
Por su parte, Sally Bilaly Sow, impulsor de GuineeCheck y un periodista siempre interesado por los mecanismos por los que la comunicación refuerza a las sociedades civiles, advierte que uno de los cambios más importantes es lo que él llama “la estructuración de los mensajes”. “Antes”, precisa el periodista guineano, “nos encontrábamos con mensajes con faltas de ortografía y muchos errores. Hoy, sin embargo, los ‘desinformadores’ hacen un esfuerzo para que sus contenidos pasen como informaciones reales”. “Hemos llegado a un punto”, se lamenta Sow, “en el que, si los actores de la lucha contra la intoxicación no se esmeran verdaderamente, los contenidos inducirán a los ciudadanos fácilmente a errores”.
Desde diferentes experiencias, tanto Onanina como Sow se han encontrado con una evidencia en la que coinciden y que el periodista guineano formula de la siguiente manera: “Hay indicios de que esa desinformación es una estrategia cada vez más organizada, que se ha convertido en una herramienta imprescindible para algunos hombres políticos o de negocios para posicionarse sobre determinados asuntos y condicionar la opinión pública. Es una herramienta que amenaza peligrosamente a la democracia”. Onanina, por su parte, asegura contundente que “en el África francófona es flagrante que las informaciones falsas se han convertido en una estrategia”. Por ello, el diagnóstico del veterano de AfricaCheck es igualmente severo: “Es un problema muy importante para el equilibrio social y para la democracia. Dificulta enormemente el trabajo de los verificadores de información y demuestra, una vez más, la importancia del factchecking en el espacio mediático y en el espacio democrático, en general”.
Tal vez por la certeza del potencial destructivo de la desinformación y su amenaza creciente, se ha desplegado (y se sigue desplegando) un número creciente de iniciativas de verificación de informaciones, con enfoques y alcances distintos, con disposición de recursos dispares, desde los pequeños proyectos a las grandes estructuras. La de Sow, por ejemplo, es una de las modestas y el periodista la asume como una misión: “Son retos que nos interpelan a todos. No podemos esperar a que haya subvenciones para sufragar estas actividades. Es un trabajo que tiene que hacerse. Sin ninguna ayuda, nosotros nos sentimos obligados a continuar trabajando porque tiene que ver con el interés común, con la democracia y la calidad de la información. No podemos permitirnos dejar el campo libre a los actores de la desinformación”. Desde una experiencia diferente Onanina coincide: “Hay que multiplicar al máximo las iniciativas de verificación, aunque sean pequeñas y modestas”. “No es negociable”, continúa, “la verificación se impone a nosotros mismos. Es una respuesta a la crisis de la información, de la democracia. Es lo que puede restablecer la confianza del público en los medios. No se trata solo de matizar lo que dicen los políticos, sino de cuestionar las declaraciones y eso es imprescindible”.
Ambos marcan dos líneas de trabajo. Por un lado, la pedagogía. “La educación en medios es fundamental. Es necesario que el público esté informado del riesgo que representan las informaciones falsas; que se le enseñe, desde la escuela, la importancia de tener un acercamiento crítico a la información”, comenta Onanina. Por otro lado, el trabajo conjunto como afirma Sow: “Los que desinforman se organizan. Así que necesariamente tenemos que buscar fórmulas de colaboración entre los diferentes actores para que este esfuerzo pueda funcionar, para poder ser eficaces”.
Artículo redactado por Carlos Bajo Erro.