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Mali: civilización o barbarie

Mali: civilización o barbarie
La ocupación de la mitad septentrional de Mali supone la partición del país en dos (Imagen de Mario Vega)
La ocupación de la mitad septentrional de Mali supone la partición del país en dos (Imagen de Mario Vega)
La ocupación de la mitad septentrional de Mali supone la partición del país en dos (Imagen de Mario Vega)
La ocupación de la mitad septentrional de Mali supone la partición del país en dos (Imagen de Mario Vega)

La crisis que vive actualmente la República de Mali es un eslabón más de la cadena de conflictos que jalonan el Sahel, esa franja geográfica que, desde las orillas del Atlántico hasta los confines del Mar Rojo y el Índico, conforma una zona de transición entre el desierto del Sáhara y la sabana tropical. Precisamente en este solar y desde hace muchos siglos se han sucedido las interacciones entre las dos grandes áreas culturales del vecino continente, grosso modo, la árabe y las bereberes por el norte y las negras por el sur.

Si estas fricciones son casi constantes en el ámbito geográfico y en el devenir histórico, tres son los países donde, en este cambio de milenio, se manifiestan con más contundencia, a saber, Somalia, Sudán del Sur y Mali.

En el primero, se enfrentan las huestes de Al Shabab, integrado recientemente en Al Qaeda, con el ejército nacional, fuertemente apoyado por la UNASOM, quince mil soldados enviados por la Unión Africana y conformados, principalmente, por los ejércitos de Uganda, Burundi, Kenya, Djibouti y Sierra Leona, además de Etiopía. Al respecto, estos aliados están, en estos últimos meses, barriendo del centro y del sur de este país del Cuerno de África a las milicias integristas. En el segundo de los países en conflicto, independizado hace poco más de un año, los diversos contenciosos entre Sudán y Sudán del Sur siguen sin resolverse, tanto los territoriales como los económicos, aunque recientemente acaba  de firmarse un acuerdo entre los dos países. Mientras esto sucede en el este del continente, en el occidente la ocupación de la mitad septentrional del territorio de Mali, primero por secesionistas tuaregs y después por varios grupos integristas islámicos, con fuerte presencia de saudíes, afganos y pakistaníes, ha supuesto, de hecho, la partición del territorio maliense en dos.

Mali, como la mayoría de los países de ese continente, es una nación pluriétnica, con una abrumadora mayoría negra, sobre todo en el sur, y minorías mora y tuareg en el norte.

A partir de la independencia de Francia en 1960 han sido varias las rebeliones de grupos tuaregs, al igual que en el vecino Níger, que tiene una composición racial similar, contra los respectivos estados. Los tuaregs, de cultura bereber, gozan de una imagen romántica de nobleza y espíritu independiente en nuestra cultura europea y son referente cultural de un sector de la minoría nacionalista de nuestro archipiélago. Este imaginario colectivo, sin embargo, se corresponde poco con la historia de esta etnia, caracterizada por la esclavización de poblaciones negras y un sistema de castas muy estratificado. Así, sectores de estas tribus no soportan estar bajo gobiernos, tanto el maliense como el nigerino, de predominio negro. Resulta muy significativo al respecto que las coletividades tuaregs, también minoritarias en Argelia y en Libia, no se hayan rebelado contra estos estados de “gobierno blanco”.

La CEDEAO ha llegado a un acuerdo con el gobierno de Mali para intervenir en el país (Imagen de Mario Vega).
La CEDEAO ha llegado a un acuerdo con el gobierno de Mali para intervenir en el país (Imagen de Mario Vega).

Pero el protagonismo actual de la rebelión ya no es el movimiento nacionalista amazigh Movimiento Nacional de Liberación de Azawad (MNLA) sino un conglomerado de grupos islamistas radicales como Al Qaeda en el Magreb Islámico, Mujao o Movimiento para la Unidad y la Yihad en África Occidcental, Ansar Al Dine y Boko Haram, los cuales han desplazado a sus iniciales aliados del MNLA de las ciudades y pueblos del norte de Mali, imponiendo, en un país de mayoría musulmana tolerante con las minorías cristiana y animista, prácticas propias del Afganistán talibán o del Irán de los ayatollah, tales como la lapidación hasta la muerte de parejas que conviven sin estar casados o amputación de manos a protagonistas de hurtos, varias de las cuales han sido impedidas por la presión de la ciudadanía local. Además, han impuesto la prohibición de la música, de los bares, de la práctica de deportes y la libertad de vestimenta en las mujeres. También han procedido a la destrucción de iglesias y de tumbas islámicas en ciudades históricas como Gao y Tombouctou, declaradas patrimonio de la humanidad por la Unesco.

De todas estas prácticas oscurantistas y de la misma invasión de extranjeros que las imponen resulta paradógico el silencio de la izquierda española en general y más concretamente aún, por la cercanía geográfica, de la progresía canaria, cuya variada gama de organizaciones de todo tipo no han convocado una sola manifestación ni tan siquiera un comunicado de denuncia de esta opresión que sufre el pueblo maliense, vecino, precisamente, del saharaui, del que tan machaconamente solidario, por contra, no para de declararse.

Quien sí se ha posicionado, desde el primer momento, contra esta situación, es la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO/ECOWAS), agrupación de quince países que incluye a Mali. Esta organización, que condenó el golpe de estado en Bamako que precipitó la actual situación, ha llegado a un acuerdo con el gobierno del país para desplegar un contingente de tres mil trescientos soldados, como ya hiciera, con satisfactorios resultados, en las guerras de Sierra Leona y de Liberia.

La operación en cuestión, acordada en Abuja, capital de Nigeria y sede permanente de la CEDEAO, fue bautizada Misión de la CEDEAO en Mali (MICEMA) y está ratificada por la Unión Africana y con el visto bueno por unanimidad de los quince miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Esta misión refuerza sobre el terreno la ofensiva del ejército nacional y de las seis milicias constituidas, incapaces solos, según los observadores, de recuperar el Norte, con la crucial cobertura aérea provista por Nigeria, la actuación sobre el terreno de las fuerzas del ejército francés, la inminente colaboración de Chad con dos mil soldados y el apoyo logísitico de varios países de la Unión Europea, entre ellos el nuestro.

El Puerto de La Luz y de Las Palmas y el Aeropuerto de Gran Canaria podrían jugar un papel estratégico y logístico clave en el desarrollo de esta operación militar de limpieza de este rigorismo islámico que tanto daño está sembrando en varias zonas de África, frustrando su desarrollo económico y social y minando la tradicional tolerancia religiosa entre las gentes de estas regiones y el espíritu laicista de sus estados.

Octavio Utrera es africanista y licenciado en Geografía e Historia.

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