Por Antoni Castel. La debilidad económica de Comoras ha quedado en evidencia de nuevo en el litigio diplomático entre Arabia Saudí y Qatar, en el que el Gobierno de Moroni se ha puesto del lado de los saudíes al romper las relaciones con el emirato a principios de junio. De los países que han roto los vínculos con el estado qatarí, Comoras, que no forma parte del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) pero sí de la Liga Árabe, es el que tiene menos potencial económico y presenta los peores parámetros sociales. Un año antes, el presidente Azali Assoumani había dado un primer paso en el fortalecimiento de sus lazos con Arabia Saudí al romper las relaciones diplomáticas con Irán y expulsar a los miembros de la misión iraní, que, entre otras actividades, mantenían un hospital en Moroni, obligado a cerrar.
El alineamiento de la política exterior comorense de Assoumani con el reino saudí tiene dos motivos. El primero, de índole económico: Arabia Saudí ha sido generoso con Comoras, al que le ha ayudado en momentos de falta de liquidez, en los que no podía pagar los salarios de los funcionarios. Por ejemplo, en diciembre de 2015, el Gobierno saudí le transfirió 40 millones de euros, equivalente al 8% del PIB. El segundo es personal: Assoumani quiere marcar distancias con el expresidente Mohamed Sambi, quien le apoyó en la segunda vuelta de las presidenciales, en abril de 2016. Sambi, formado en Teología en Qom (Irán), se había acercado al régimen iraní, que abrió una embajada en Moroni durante su mandato.
La medida tomada por Assoumani afecta a la relación con sus aliados árabes, cuya creciente influencia va en detrimento de Francia, la exmetrópoli, con la que mantiene unos vínculos tan intensos como tormentosos. Francia pierde fuelle ante el ímpetu de China y los países árabes, aunque todavía es un importante socio comercial (el segundo destino de las exportaciones tras India y el tercer mercado de las importaciones, después de China y Pakistán) y el banco nacional de Francia garantiza la estabilidad del franco comorense. De Francia llegan también remesas de los comorenses, instalados sobre todo en Marsella. La diáspora, formada por unas 250.000 personas, establecidas en gran parte en Francia peninsular, Madagascar, Mayotte y Reunión, contribuye con sus remesas al 25% del PIB. Para muchas familias de Comoras, los envíos de los conocidos como je viens, son fundamentales para su día a día. La agricultura de subsistencia y el cultivo de vainilla, ylang ylang y clavo, los tres principales productos de exportación, aportan el 50% del PIB y dan trabajo al 80% de la población.
La diáspora en Francia, que regresa a las islas en las principales celebraciones, entre las que destaca el Grand Marriage, es el punto de enlace con la cultura francesa, sin el empuje de antaño. Como me comentaba en Moroni un profesor universitario formado en Francia, las relaciones con la exmetrópoli están llenas, desde la independencia, de desencuentros que propician el distanciamiento. Ante el aumento de las trabas para estudiar en Francia, los hijos de las elites, en gran parte francófonas, envían a sus hijos a estudiar a Marruecos, China o Arabia Saudí, que conceden ayudas. Las alternativas son Madagascar, más cercano y económico, o Tanzania. De Arabia Saudí y Pakistán, se queja el profesor, regresan radicalizados, dispuestos a propagar una práctica ortodoxa del Islam en unas islas que viven la religión de forma tolerante.
El principal desencuentro radica en la isla de Mayotte, convertido en el 101 departamento de Francia en 2011, con el voto afirmativo del 95% de sus habitantes. Una soberanía francesa de Mayotte que no es aceptada ni por el Gobierno comorense ni por las Naciones Unidas ni la Unión Africana. Aunque Mayotte figura en el último lugar de las regiones de la Unión Europea, según Eurostat, el nivel de vida es superior a unas Comoras que sufrieron desde su independencia, en 1975, golpes de Estado y la presencia de mercenarios franceses en su territorio, entre los que destacaba Bob Dénard.
No obstante, la decisión más grave para los intereses de los comorenses se tomó en 1995, por el primer ministro Édouard Balladur, al pasar a exigir en Mayotte el visado a los ciudadanos de Comoras. A partir de entonces, las personas que no podían obtener el visado, se embarcaron en las kwassa kwassa para realizar la travesía entre la isla de Anjouan y Mayotte. En los 21 años de visado Balladur, han muerto más de 10.000 personas en naufragios de kwassa kwassa, una embarcación de fibra de vidrio similar a una patera.
A pesar del peligro, los comorenses siguen arriesgando su vida para llegar a Mayotte, con el fin de visitar a sus familiares, trabajar de forma clandestina o recibir atención médica. El desastre sanitario es de tal magnitud en Comoras que las enfermedades más graves deben ser tratadas en Mayotte al no disponer Moroni ni Mutsamudu, la capital de la isla de Anjouan, de un hospital de referencia que esté dotado de buenos aparatos de diagnóstico en algunas especialidades. En Mayotte, no les niegan la atención sanitaria a los comorenses. En cambio, sí que sufren explotación laboral y viven con el temor a ser deportados. Un sufrimiento que los gobernantes de Moroni se encargan de recordar en sus discursos y con murales, en los que denuncian las muertes causadas por el visado Balladur. Por este motivo, la broma del presidente Emmanuel Macron acerca de los kwassa kwassa, una embarcación de la que dijo que «pesca poco porque lleva a comorenses», fue recibida con indignación por el Gobierno de Moroni. Una metedura de pata que refuerza a los sectores sociales que abogan por estrechar los lazos con los países árabes.
Antoni Castel es investigador, africanista y doctor en Ciencias de la Comunicación. Actualmente es profesor en el departamento de Medios, Comunicación y Cultura de la Universitat Autònoma de Barcelona.