Por Dídac P. Lagarriga. Existe una tendencia en los discursos en torno a África que me gustaría contrariar, cansado de ver cómo se reproduce en ámbitos muy distintos. Una afirmación rotunda, pronunciada por diversos actores, en especial de la academia africanista y los militantes afrocentristas, y que viene a sentenciar que el cristianismo y el islam, en África, son religiones impuestas y extranjeras.
Sin duda arrastrados por el lastre colonial y misionero que ha padecido el continente, a mi parecer utilizan ese penoso momento de la historia como el único motor para justificar el arraigo de ambas religiones en África. Asumen, además, que la aceptación masiva por parte de la población guarda siempre un fondo resistente, «animista», y celebran la capacidad de los africanos para apropiarse de las ideas exteriores sin por ello perder sus esencias. Esto último es el mismo argumento que utilizan los xenófobos cuando aseguran que los africanos nunca aceptarán la democracia y los derechos humanos pese a sus apariencias; en el fondo, es la misma mentalidad: aunque la mona se vista de seda, mona se queda…
Es cierto que en momentos puntuales de la historia y en regiones concretas del continente podemos hablar de estos episodios impositivos (en especial cuando el cristianismo se vinculó a la empresa colonial europea). Pero el tópico de que ambas son siempre religiones externas que aterrizan en África únicamente de un modo colonial es un imaginario que no se sustenta. ¿El cristianismo etíope es colonial? ¿O el del norte de África antes del siglo VII?
Por su lado, en el islam, ya en la primera comunidad musulmana de Arabia los africanos formaron parte de esta con roles muy destacados (y no sólo del más conocido, el primer almuédano Bilal) y también existió un vínculo emotivo con la abisinia africana (y cristiana), así que no está tan claro que ambas religiones sean, desde sus inicios, tan foráneas. Además, las costas orientales del continente siempre han sido una fuente muy rica de intercambio con la península arábiga. Basta mirar un mapa para ver la proximidad de la tierra que vio nacer lo que algunos llaman religiones «extranjeras». ¿Realmente es tan espeso y refractario, tan extenso y fronterizo, el Mar Rojo?
Insisto, una vez más, en que debemos romper tópicos, y este es uno de ellos. El afrocentrismo, por ejemplo, tiene en esa cuestión una perspectiva bastante esquizofrénica. Por un lado, alaba las raíces negras de Egipto y el traslado del conocimiento a la Antigua Grecia, pero no habla de que toda la zona egipcia es una tierra que ha acogido judíos, cristianos y luego musulmanes desde sus primeros días (en este sentido también es digno de reflexión el culto faraónico de los afrocentristas contrastado con las religiones abrahámicas, donde el Faraón es símbolo de tiranía y despotismo y los mensajes proféticos sirven de liberación de esta opresión). Por otro lado, el afrocentrismo suele alabar las universidades africanas de la Edad Media de la zona del Sahel, en especial las de Tombuctú, eludiendo claramente que eran universidades musulmanas. Doble rasero de intereses que no encaja en su visión estancada y esencialista, más ideológica que real.
Los procesos de arraigo de una religión –cualquiera– en una comunidad son mucho más complejos y procesuales que la simple lectura de imposición colonial con la que suele explicarse. En este aspecto, en una sola frase se niega a los africanos su capacidad autónoma y de autogestión, con el tópico de que no son capaces de ser cristianos o musulmanes, ya que siempre les queda una base animista y que, a lo sumo, llegan a ser sincréticos. Se borra así el gran legado intelectual islámico y cristiano realizado por los propios africanos, con el mismo nivel de profundidad que en otros continentes… Y, además, al destacar este poso «resistente» animista también se da por hecho que las religiones son entes monolíticos que no se adaptan a las personas, sino que sencillamente las formatean para que abandonen radicalmente su identidad cultural y familiar para convertirse en una especie de robots cristianos o musulmanes cuando, lógicamente, no es así.
En definitiva, una cuestión que da para mucho y donde entran en juego no solo prejuicios esencialistas e ideológicos sobre África, sino también sobre las religiones en general, y que denota poca sensibilidad hacia los procesos vivenciales, inesperados, complejos y fascinantes del ser humano.
Dídac P. Lagarriga (São Paulo, Brasil, 1976) empezó a escribir y a publicar desde muy joven. Muy interesado por la pluralidad de culturas y religiones, nunca ha podido separar su escritura de su labor como editor y traductor, dando a conocer testimonios y títulos especialmente del mundo islámico y del continente africano. En 2005 funda en Barcelona Oozebap, entidad dedicada a la difusión de experiencias y reflexiones culturales, políticas y espirituales de África y del islam y para la promoción del diálogo intercultural e interreligioso, con la publicación de veinte títulos de referencia. También colabora habitualmente en prensa y participa en coloquios y encuentros sobre cuestiones vinculadas al islam y al diálogo interreligioso.