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Atentado en Bamako: cuando el yihadismo incesante en Mali hace ruido

Atentado en Bamako: cuando el yihadismo incesante en Mali hace ruido
El Grupo por el Apoyo del Islam y de los Musulmanes ha revindicado el ataque de Bamako. Imagen: Marc Tkach.
El Grupo por el Apoyo del Islam y de los Musulmanes ha revindicado el ataque de Bamako. Imagen: Marc Tkach.

María Rodríguez

Periodista
El Grupo por el Apoyo del Islam y de los Musulmanes ha revindicado el ataque de Bamako. Imagen: Marc Tkach.
El Grupo por el Apoyo del Islam y de los Musulmanes ha revindicado el ataque de Bamako. Imagen: Marc Tkach.

Por María Rodríguez (Bamako). La noche comienza a caer en Bamako y el ataque contra el recinto turístico frecuentado por occidentales a las afueras de la capital maliense aún no ha terminado. Comenzó sobre las dos de la tarde (hora local), según las personas que habitan cerca de la zona. Primero fuego, luego tiros. Tiros que parecen cesar y advertir que todo ha terminado, pero que retumban en la zona mostrando que no es más que una ilusión.

El recinto, muy conocido por los occidentales y frecuentado también por malienses de clase media, se llama Campement de Kangaba. Se encuentra al lado de las colinas que rodean la ciudad de Bamako y en él se puede disfrutar de un buen baño en sus piscinas para alejarse del estrés y el polvo de la ciudad, o disfrutar con los amigos de un buen partido de fútbol o una buena comida. Pero el domingo 18 de junio, toda la tranquilidad que se respiraba en el Campement desapareció. Fue pasto de las llamas e interrumpida por el sonido de las balas y las granadas.

Al lugar es imposible acercarse. Grupos de militares llegan al lugar y se van intercambiando en la búsqueda para asegurarse de que ninguno de los atacantes queda libre. «Esta gente viene a morir. Incluso si escapan, luego vuelven para disparar contra los militares», se comenta en la zona desde donde puede verse a pocos metros el fuego, escuchar el ruido del intercambio de balas y el ir y venir de vehículos del ejército. Una centena de personas se encuentra en la zona; algunos esperan a saber algo de algún ser querido; otros son periodistas buscando el último dato, cifras, testimonios; y otros son gente del barrio que contempla la escena inaudita y que se esconden cuando los tiros tensan el ambiente.

En mitad de la oscuridad van y vienen los coches militares y las ambulancias, levantando el polvo anaranjado de los caminos. Pero no son los únicos. Una moto lleva desde primera hora del acontecimiento yendo y viniendo cargada de bolsitas de agua dando a todos los presentes sin discriminación alguna. Cuando se marcha vuelve a aparecer con dátiles, gusanitos, galletas. Sobre las once de la noche aparece con pan y latas de sardinas que saben a gloria para cualquier persona que lleve allí horas. Su nombre es Zoumana Diarra. Tiene treinta años, viste traje tradicional en un tono que aparenta ser dorado en la oscuridad. No es más que un particular que se gana la vida en lo que puede, pero que vive en el barrio y que ha decidido ayudar en la medida de sus posibles en la situación. «Nadie me ha dado dinero para hacer esto», explica Diarra, «pero es que incluso si me lo dieran no lo aceptaría». A medianoche ya había gastado la generosa cantidad de 60.000 CFA (91 euros). No tenía todo ese dinero, que aquí es más o menos la mitad de la media de lo que gana una persona al mes. Así que ha llamado a un amigo y le ha pedido que le ayude, que la gente y los militares lo necesitan. «Va y viene. Se gasta lo que trae y se marcha para volver con más cosas. Y por voluntad propia. Es admirable», cuenta un militar sonriente y agradecido por la acción de este ciudadano maliense y que pocas horas antes estaba en el Campement de Kangaba, pero que se muestra discreto a dar informaciones precisas de lo que pasa en el interior.

La noche vive momentos de tensión, sobre todo cuando las ráfagas de disparos duran más de la cuenta o se escuchan tiros alejados del recinto donde está teniendo lugar el ataque. En ese momento la cifra oficial de muertos es de dos personas. Este lunes, las cifras oficiales hablaban de cuatro civiles fallecidos (aunque no se está teniendo en cuenta a una persona de nacionalidad camerunesa que habría muerto en el hospital tras el ataque por un paro cardiaco), así como un miembro de las fuerzas de seguridad y cuatro yihadistas. También fueron arrestados cinco sospechosos, quince personas resultaron heridas y una treintena fueron liberadas.

Parte de la población maliense ve la misión de Naciones Unidas en Mali como una injerencia extranjera (Imagen MINUSMA/Marco Dormino).
Parte de la población maliense ve la misión de Naciones Unidas en Mali como una injerencia extranjera (Imagen MINUSMA/Marco Dormino).

Este atentado toma de sorpresa, pero no tanto. Poco más de una semana antes la embajada de Estados Unidos advirtió en un comunicado de posibles atentados en la capital maliense contra objetivos occidentales. Y, además, aunque por normal general en la ciudad no se respira inseguridad y el día a día fluye sin peligro aparente, no es una novedad que esta ciudad sea atacada, así como no lo es para Mali. El 7 de marzo de 2015 fue atacado el restaurante La Terrasse y murieron 5 personas y 9 resultaron heridas. El 20 de noviembre de 2015 le tocaba al hotel de lujo Radisson, donde fallecieron 20 personas. Y en marzo de 2016 se arremetió contra la base de la misión militar europea que forma a los soldados malienses en la lucha contra el terrorismo. Más allá de Bamako, los ataques terroristas se suceden con regularidad, sobre todo contra las fuerzas armadas malienses y las de la misión de Naciones Unidas en Mali (MINUSMA). Así, según los datos compilados por el Long Journal War, Al Qaeda realizó 257 ataques tan solo en el año 2016, la inmensa mayoría en Mali. Además, según esta misma fuente, de enero a mayo se atribuyen 101 ataques a esta organización y sus ramas aliadas, también con Mali como principal escenario. Así, como expresó el periodista Adam Thiam en una entrevista a RFI: «Hace falta que los ciudadanos de Bamako sepan que hay partes del país que conocen ataques recurrentes y muy graves. Lo que ha sucedido conduce a la solidaridad con el conjunto del país, en particular con las zonas que son constantemente atacadas».

Una constelación de grupos yihadistas
En Mali son muchos los grupos yihadistas, tantos que para alguien que no esté familiarizado con los nombres resulta bochornoso. Solo hace falta nombrarlos para causar ese efecto de aturdimiento en el lector: Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y sus respectivas cuatro katibas (batallones), Al-Murabitún, Ansar Dine, Frente de Liberación de Macina, Khaled Ibn al-Walid, también conocido como Ansar Dine Sur y el Estado Islámico en el Gran Sáhara, de Al-Sahraoui. Cualquiera de todos ellos podía ser el responsable y, además, el ataque compartía características con los que le preceden y que fueron reclamados por Al Murabitún, a veces junto a Al Qaeda en El Magreb Islámico (AQMI).

Sin embargo, en esta ocasión el ataque ha sido reivindicado por un grupo que no se ha nombrado en el párrafo anterior: Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimin (Grupo por el apoyo del Islam y de los musulmanes). Se trata de una reagrupación que se anunció a principios de marzo de este año entre varios de ellos: Al Qaeda en el Magreb Islámico, Al-Murabitún, Ansar Dine y el Frente de Liberación de Macina. Asimismo, según dos medios mauritanos, la acción habría sido ejecutada por una de las katibas de AQMI, la que porta el nombre de un general bereber que conquistó la península ibérica en el siglo VIII: Tarik Ibn Ziyah.

Aunque pueda parecer que esta reagrupación une a los yihadistas y también es un modo de unir fuerzas en la guerra que se traen contra el Estado Islámico, que quiere implantarse en esta región feudo histórico de Al Qaeda, lo cierto es que también les separa. Así, Ansarul Islam, un grupo creado en Burkina Faso en diciembre de 2016 y que tenía estrechos lazos con el Frente de Liberación de Macina (FLM) se habría alejado de este, entre otros motivos, por el desacuerdo con esta unión de grupos, y estaría buscando aliarse con el Estado Islámico. Por otro lado, y aunque es demasiado pronto para confirmarlo, la creación del Grupo por el apoyo del Islam y de los musulmanes habría creado o puesto a la luz fisuras en Al Murabitún, el grupo del prestigioso yihadista del desierto Mokhtar Belmokhtar –actualmente enfermo y escondido en Libia desde 2014–. Según informaban pequeños medios nombrando fuentes de seguridad del Sahel en el mes de mayo, Belmokhtar habría sido apartado del mando de Al Murabitún y reemplazado por su adjunto: Abderramán al-Sanhadji, la persona que aparece en el vídeo que anunciaba la creación del nuevo grupo.

El comunicado de reivindicación del atentado en Bamako es bastante sanguinario y sensacionalista. Con un titular en el que habla de la caída de un conjunto de cristianos en una operación heroica, hace alusión a tres atacantes como «caballeros» y «mártires» y advierte: «no hay seguridad para vosotros [los cristianos] en nuestras tierras». «Nuestras operaciones os alcanzarán allá donde estéis mientras no paréis vuestra injusticia sobre los musulmanes, robo de nuestra riqueza y manipulación de nuestra seguridad».

Visto así, el mensaje parece una invitación al odio entre musulmanes y cristianos que simplifica en un discurso antioccidental una realidad muy compleja. Y esto es peligroso. No se puede caer en la reducción de «cristianos», cuando el domingo murieron personas procedentes de Gabón, Mali, Portugal, Camerún y China. Sin embargo, es un discurso sencillo para cualquier persona que no ha ido a la escuela, en el caso de aquellos jóvenes que se unen a las filas yihadistas, o para cualquier persona que aún sigue pensando que el yihadismo es sinónimo de Islam y que «todos los musulmanes son peligrosos», en el caso de Europa.

Para entender por qué estos jóvenes se adhieren a los grupos yihadistas hay que empatizar con su contexto. Son chicos jóvenes, con un nivel de educación muy bajo, sin expectativas de futuro, que viven en zonas rurales muy pobres donde el paro es enorme, que se sienten –y lo están– abandonados por los gobiernos de sus países y ven cómo Occidente tiene parte de responsabilidad en su situación. En el caso de Mali, tras la crisis de 2012 que reivindicaba por enésima vez la independencia del norte y que fue aprovechada por los grupos yihadistas para expandirse, su territorio está «ocupado» por la misión de Naciones Unidas (MINUSMA), que tiene como objetivo acabar con la inseguridad, pero a la que muchos malienses ven como una injerencia extranjera en busca de salvaguardar sus propios intereses. Con una vida totalmente descarrilada y sin nada a lo que amarrarse y luchar, estos jóvenes son fáciles de convencer a cambio de una moto, una mujer, pertenecer a algo o simplemente comer todos los días. Y el discurso atribuyendo a Occidente toda la responsabilidad de su situación es muy convincente.

María Rodríguez es periodista freelance en África occidental. Puedes escucharla en la mesa Reporterismo y análisis en la era del tuit del I Encuentro de Periodistas África-España, celebrado en Madrid en octubre de 2016.

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